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“Nos encanta pensar la vida en lugar de vivirla”

David del Rosario

“Nos encanta pensar la vida en lugar de vivirla”

David del Rosario

Investigador en neurociencia


Creando oportunidades

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David del Rosario

Durante la que se suponía una de las etapas más satisfactorias de su vida, un joven y exitoso David del Rosario nadaba en el descontento: “Sentía una sensación de vacío insoportable”. Pero las herramientas del método científico -las mismas que le habían hecho alcanzar la cima de su carrera y el fondo de su experiencia vital- le ayudaron a encontrar el origen de su desasosiego. Así es como enarboló el ámbito del que es pionero: la neurociencia aplicada en el día a día.

David del Rosario estudió Ingeniería Técnica en Telecomunicaciones en la Universidad de Alicante y un Máster en Ingeniería Biomédica en la Universidad de Barcelona. En su afán por conocer el cerebro humano colabora con universidades e instituciones internacionales y lidera el experimento mundial ‘How the world feels’. Su trabajo le ha valido numerosos reconocimientos como el premio de la Comunidad Valenciana o el prestigioso premio Nacional de Telecomunicaciones. Es autor del superventas ‘El libro que tu cerebro no quiere leer’ y ha coescrito ‘La biología del presente’.

En sus investigaciones analiza las redes que tejen el miedo, la confianza y navega por los secretos del pensamiento para hacer que la ciencia nos ayude en lo cotidiano. “Nos encontramos un reto: dejar únicamente de pensar la vida y comenzar a vivirla”, concluye.


Transcripción

00:11
David del Rosario. ¿Te imaginas cumplir todos tus sueños —terminar esa carrera, tener ese trabajo, vivir con esa persona que tanto te gusta— y levantarte por la mañana con una sensación de vacío insoportable? ¿Te imaginas cumplir todos tus objetivos y, en lugar de sentir esa felicidad que te habías prometido, sentir la peor sensación del mundo? Terminé la carrera en plena crisis del ladrillo y me ofrecieron una beca para trabajar en la universidad. Se me ocurrió emanciparme, irme a vivir con mi novia de entonces, pero no tenía dinero. Me cayó del cielo un Premio Nacional en Telecomunicaciones que venía acompañado de una cuantía importante. Tenía dinero. Tenía trabajo. Tenía salud. ¿Qué más podía pedir? Entonces ocurrió: una mañana me levanté con una sensación de vacío insoportable e hice lo que creo que todos haríamos, que es buscar el origen de esa sensación de vacío insoportable.

01:39

Recuerdo que lo primero que pensé fue: “A ver si no me gusta tanto esta beca, este trabajo”. Y claro, solo había una manera de comprobarlo, y era dejando esa beca y ese trabajo. Era todo tan intenso, que lo hice, lo dejé. ¿Y sabéis cómo me sentía? ¡Peor! Estaba en la cola del paro y encima esa sensación seguía ahí. Seguí dándole vueltas y vueltas y me planteé “a ver si es que no estoy con la persona que realmente quiero estar”. Decidí dejarla y regresé a casa de mis padres. ¿Sabéis cómo me sentía? ¡Peor! No solo había hecho daño a alguien, que me dolía, sino que además esa sensación de vacío insoportable seguía ahí conmigo. Recuerdo estar a 600 kilómetros de mi ciudad, en un pueblo perdido de la España profunda, y darme cuenta de que esa sensación de vacío seguía ahí conmigo. Y entonces ocurrió algo muy curioso: por primera vez me di cuenta de la posibilidad de que aquello que yo estaba sintiendo, esa sensación, no provenía de las personas, los lugares, los animales o las cosas que me rodeaban, sino que provenía de mí. Comencé a utilizar las herramientas que había aprendido en la universidad —programación, el método científico— para investigarme, para investigar mi vida. Y ahí nació lo que yo llamo “la neurociencia aplicada al día a día”. Me di cuenta, en cierto modo, de que si quería recuperar mi felicidad, volver a ser feliz, iba a tener que hacerlo con la mente, el cerebro y el cuerpo que tenía y no sabía cómo funcionaba. Esa investigación me llevó a estudiar un poco de biomedicina. Actualmente estoy haciendo un doctorado en Ciencias de la Salud y colaboro con muchas empresas, instituciones, universidades en esto de la neurociencia aplicada al día a día. Mi nombre es David del Rosario y hoy aprendemos juntos.

04:08
Diego. Hola, David. Me llamo Diego y a mí lo primero que me gustaría saber en esta búsqueda de la felicidad a través de la ciencia es: ¿a qué conclusiones llegaste?

04:17
David del Rosario. Lo primero, Diego, que descubrí es que siempre estaba equivocado en un 99,5 %. Vamos a ver esta idea. ¿Tenéis dos folios, dos papeles por ahí? Gracias. Imagina, Diego, que este folio representa toda la información que hay ahora mismo en este lugar. Es decir, las ondas electromagnéticas del espectro visible que podemos ver, las ondas acústicas que podemos oír, la temperatura que podemos sentir… Toda esa información y también toda la que no podemos percibir a través de los sentidos también está aquí. Por ejemplo, las ondas de radiofrecuencia que utiliza tu teléfono móvil. Por ejemplo, los rayos cósmicos que vienen del espacio. Toda esa información que no tenemos sentidos capaces de captar está dentro de este folio. Si yo me pregunto cuánta información, cuánta cantidad de información es mi organismo capaz de recibir, de captar a través de los sentidos, siendo muy, muy, muy benevolentes estaríamos hablando de que mi cerebro solo es capaz de captar el 5 % de la información que ahora mismo está aquí, alrededor nuestro. Estaréis conmigo en que si yo doblo este folio por la mitad, esto sería el 50 % de la información. Si yo lo vuelvo a doblar, estaríamos hablando del 25 %. Si yo lo vuelvo a doblar, estamos en el 12,5 %. Si lo vuelvo a doblar, estaríamos en el 6 % de información, ¿vale? Como hoy me he levantado de buen humor, en lugar de un cinco, vamos a dejarlo en un seis.

06:10

Ahora bien, el 90 % de los procesos que ocurren en nuestro cerebro son procesos inconscientes. Y eso quiere decir que nosotros no podemos acceder a esos procesos de manera voluntaria. Por lo tanto, yo, de este 5 % de la información que mi cerebro es capaz de captar, tengo acceso consciente a aproximadamente un 10 % de esa información. Entonces estaréis conmigo en que si de este papelito que mi cerebro puede captar, yo lo doblo por la mitad, sería un 50 %, ¿sí o no? Si lo vuelvo a doblar, sería un 25. Si lo vuelvo a doblar, sería un 12,5. Vamos a dejarlo ahí. Esto de aquí, que es el 0,5 % de toda la información que nos rodea, es lo que yo uso, Diego, para determinar si tú me caes bien o mal. Es lo que yo uso para iniciar una guerra. Entonces, lo primero que la ciencia me enseñó es que todo el tiempo mi cerebro está dejando el 99,5 % de la información de lado. Es en base a esta información que yo decido si estudiar peluquería o si decido estudiar biología. Y esto es muy fuerte, porque significa, por ejemplo, que si mi cerebro lanza la propuesta de “David, eres infeliz”, ese pensamiento también está en un 99,5 % equivocado. Y aquí descubrí mi ignorancia.

07:42

Y descubrí que no vine al mundo a intentar cambiarlo. Vine al mundo a asumir esa ignorancia y a investigarla. ¿Para qué sirve la ciencia? La ciencia me permite acceder a ese 99,5 % de la información que David, que el cerebro de David no ve. Es decir, la ciencia, con sus dispositivos, con sus electrodos, con sus cacharros, con sus pruebas me permite acceder a un campo de información que David no ve. Y ese es el verdadero potencial de la ciencia. Ahora bien, miro a mi alrededor y me encuentro constantemente a personas que utilizan la ciencia para querer tener razón. Pero esa no es la finalidad de la ciencia. La ciencia me permite ver la vida desde una perspectiva diferente. Me permite acceder a una información que David no ve. Y nosotros hoy aquí tenemos que tener claro que a la ciencia no le importa tener razón, al que le importa es al ser humano. La ciencia tiene voz propia y se llama “método científico”.

“Nos encanta pensar la vida en lugar de vivirla”
Quote

“Los pensamientos tienen una enorme influencia en nuestra experiencia de vida”

David del Rosario

08:58
Andrea. Hola, David, soy Andrea. Sé que llevas a cabo un experimento a nivel mundial que se llama “Cómo se siente el mundo”. ¿Podrías contarnos en qué consiste y si habéis llegado a alguna conclusión?

09:09
David del Rosario. ¿De qué está hecho tu día a día?

09:11
Andrea. ¿Mi día a día? De gente, de trabajo, de rutina, de amor.

09:16
David del Rosario. OK. Estamos todos con Andrea. Miramos a nuestro alrededor y está hecho de personas, de cosas, de lugares. Esa es nuestra parte externa. Ahora bien, ¿de qué está hecha la parte interna de Andrea? ¿Qué ocurre en el mundo interior de Andrea?

09:35
Andrea. Pues muchas emociones, pensamientos, inquietudes, valores.

09:39
David del Rosario. Eso es. No solo el mundo de Andrea, también el mundo de vosotros, mi mundo, incluso el mundo de las personas que nos caen mal está hecho de percepciones, de pensamientos, de emociones. A los investigadores en el laboratorio nos gusta mucho poner electrodos para medir la actividad de la corteza prefrontal, de las neuronas piramidales. Nos gusta mucho meter a los cerebros en un imán y radiarle una señal de radiofrecuencia. Sin embargo, a veces se nos olvida hablar con las personas. Y para mí lo más importante son mis pensamientos, mis sensaciones y mis emociones. Nada me importa si una neurona activa un potencial de acción en un momento concreto o no. Yo estoy obsesionado con la neurociencia aplicada al día a día de las personas, porque creo que es el lugar que le corresponde. Cuando nos dimos cuenta de eso, ideamos este experimento de cómo se siente el mundo y de qué piensa el mundo para preguntarle al mundo, para preguntaros a vosotros qué ocurre en vuestra vida, qué pensáis, acerca de qué pensáis, cómo os sentís y poder incluir estos datos en las otras investigaciones que hacemos paralelamente, que se basan, claro que sí, en medir con un sensor la actividad cerebral, en hacerle travesuras a las células en una placa de Petri… Eso es muy importante, pero no podemos perdernos de vista. No podemos perder de vista que nuestro mundo está hecho de pensamientos, percepciones, sensaciones y emociones. Básicamente, Andrea, el experimento consiste en colarnos en el día a día de las personas, en ver qué está sintiendo, por ejemplo, en el trabajo; en ver qué está pensando en el trabajo; en ver cuál es su sensación interna, aquello que le acompaña durante el día a día. Y conforme vamos cambiando esos escenarios, estas situaciones externas —trabajo, familia—, ir viendo realmente cómo nos sentimos. ¿Por qué hacemos esto? Porque intuimos que cada persona tiene una relación diferente con las cosas que piensa y siente. Y es esa relación la que queremos descubrir. La neurociencia aplicada al día a día, en lugar de preocuparse por cómo el cerebro puede llegar a generar un pensamiento o cómo funciona, por ejemplo, el sistema límbico para generar nuestras emociones, pone su foco en cómo yo me relaciono con ese pensamiento, cómo yo me relaciono con esa emoción y, sobre todo, qué efecto tiene eso en mi cuerpo. Esta es una perspectiva que nos acerca la neurociencia al día a día y es la que persigue este experimento.

12:09
Olga. Hola, David, yo soy Olga. Después de todas las investigaciones que has realizado, ¿qué dirías que es el pensamiento? ¿Qué nos podrías decir en torno a eso?

12:18
David del Rosario. Como sabemos que el cerebro es alérgico a los conceptos y a las definiciones pero le encantan los experimentos y las historias, vamos a usar este recurso para entender qué es un pensamiento. Primero de todo, se me ocurre que este mismo vídeo, esto mismo que está ocurriendo aquí, cuando se suba, por ejemplo, a la web y la gente empiece a verlo, generará una serie de comentarios, una serie de los famosos ‘likes’, si dan ‘likes’. Yo te pregunto, Olga: si esos comentarios y esos pensamientos que quedan ahí, en el vídeo, realmente vienen generados por el vídeo, ¿no deberían ser todos los pensamientos idénticos?

12:58
Olga. No creo que haya dos respuestas iguales, ¿no? Cada persona interpretamos de una manera y respondemos de una manera diferente, supongo que según la mochila que llevemos.

13:08
David del Rosario. Ahí está la clave. Las cosas que pensamos no vienen generadas por los estímulos externos, sino que las fabricamos nosotros. Olga ha hablado de “la mochila”. En neurociencia podemos hablar de “experiencias pasadas”, podemos hablar de “objetivos”, podemos hablar de “base genética”. Pero el pensamiento es una propuesta que nuestro cerebro lanza en cada situación de vida en base a tres premisas: una de ellas, nuestra experiencia pasada; nuestros objetivos, nuestras metas de futuro; también influye ligeramente la base genética. Entonces, dentro de este contexto, cuando yo me encuentro un vídeo en Internet, mi cerebro empieza a hacer su función, que es lanzar pensamientos, lanzar propuestas neuronales. Claro, aquí hay dos formas de vivir la vida. Una de ellas es siendo consciente de cómo funciona mi mente y mi organismo y otra de ellas, que es la más habitual, es vivir la vida sin ser conscientes de cómo funciona nuestra mente y nuestro organismo. ¿Qué diferencia hay? Cuando yo no sé cómo funciono, creo que lo que yo pienso viene generado por el otro. Entonces convierto eso en un hecho, convierto eso en mi verdad y automáticamente paso a experimentar la vida tal cual la veo, tal cual la creo. Una persona que asume cómo funciona su mente y su organismo es consciente de que aquello que piensa solo es una posibilidad y no es mejor que lo que piensa Olga o que lo que piensas tú. Cuando empiezas a asumir esto, empiezas a asumir la responsabilidad de lo que piensas.

14:40

Y cuando haces ese gesto, empiezas a relacionarte con tus pensamientos de una manera completamente diferente. Os voy a contar un pequeño cuento. No sé si conocéis la historia del pastorcillo y el lobo. La historia decía más o menos algo así: en un pueblito de montaña había un pastorcillo que todos los días a la misma hora cogía las ovejas de la gente del pueblo y se las llevaba a pastar. Le resultaba tan aburrido ese trabajo en el que nunca pasaba nada —una cabra comiendo—, que un día decidió gastar una broma y llegó corriendo al pueblo gritando “¡que viene el lobo, que viene el lobo!”. En ese momento, el panadero que pasaba por ahí empezó su organismo a activar una respuesta de lucha o huida. Se armó con el primer objeto que tenía y se dispuso a ir para espantar al lobo, que no se comiera sus ovejas. El reverendo que pasaba por ahí hizo lo propio y toda la gente del pueblo se fue con el pastorcillo hasta el lugar donde supuestamente se estaban merendando a sus ovejas. Y cuando llegaron allí, se encontraron al pastorcillo destornillándose de risa. Bueno, pasó el tiempo, el pastorcillo decidió hacer otra vez la misma broma y aquel día que realmente vino el lobo a merendarse las ovejas, el pastorcillo llegó corriendo al pueblo, “¡que viene el lobo, que viene el lobo!”, y bueno, “ya está el pastorcillo otra vez”. Nadie le creyó. La moraleja de este cuento, de esta historia, normalmente está relacionada con que si dices mentiras, nadie te va a creer. Pero para mí pone de manifiesto dos de las principales características del cerebro humano. La primera de ellas es que el cerebro no distingue entre realidad y ficción.

16:37

Observad lo que ocurría en el cuerpo del panadero la primera vez que el pastorcillo gastó la broma: su cuerpo realmente reaccionó como si el lobo se estuviese comiendo sus ovejas, pero la realidad no era esa. No había ningún lobo merendándose a sus ovejas. Sin embargo, el día que sí ocurrió —la realidad era que se estaban comiendo a esas ovejas—, el organismo del panadero ni se inmutó. Y esto da pie a la segunda característica, que es que sentimos lo que pensamos. Cuando yo pienso que realmente se están comiendo mis ovejas, mi cuerpo reacciona como si eso fuese una realidad. Cuando yo pienso que esta persona en el vídeo no tiene razón, realmente mi cuerpo me acompaña, siento que eso es verdad. Y es de esta manera como nos perdemos, como perdemos la perspectiva. Cuando yo empiezo a darme cuenta de que la mayor parte del tiempo, concretamente el 85 % del tiempo, sentimos lo que pensamos, ahí se abre la puerta de dejar de culparte a ti por lo que yo siento. Cuando hago ese gesto, no solo estoy asumiendo mi pensamiento, sino que también estoy asumiendo mi sentir. Y cuando haces esto, el mundo sigue siendo como era hasta ahora, pero la forma de relacionarte con ese mundo, con las cosas que piensas y sientes, es completamente distinta. Para cerrar esta idea, os voy a lanzar una pregunta. A ver qué opina, qué propone vuestro cerebro. Imaginad que lleváis media vida preparándoos para correr una maratón. Habéis desgastado decenas de Nikes, habéis hecho dietas, os levantáis a entrenar, descansáis, no os tomáis la cervecita el fin de semana… Y conseguís clasificaros para los Juegos de Barcelona 92.

18:38

Habéis cumplido vuestro sueño. Yo os pregunto: ¿qué pensáis que os haría más ilusión, ganar la medalla de los Juegos Olímpicos de oro, ganar la de plata o ganar la de bronce? ¿Podéis levantar la mano? ¿Quiénes piensan que les haría más ilusión, después de toda una vida de entrenamientos, ganar la medalla de oro? Muy bien, aproximadamente el 99 %. Si ahora participa el Rafa Nadal de las maratones y no podéis optar al oro, yo os pregunto: ¿cuántos pensáis que os haría más ilusión ganar la medalla de plata? Bueno, también una cantidad significativa. Y si además del Rafa Nadal está el Roger Federer de las maratones, es decir, que solo vais a optar al bronce, ¿cuántos pensáis que os haría más ilusión ganar la medalla de bronce? Bueno, seguimos con una amplia mayoría. Un estudio realizado en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 llegó a la conclusión de que aquellos medallistas que se habían subido en el tercer lugar del pódium, es decir, habían ganado la medalla de bronce, estaban significativamente más felices que aquellos deportistas que habían ganado la medalla de plata. Por ejemplo, ¿cuál es tu nombre?

20:09
José Manuel. José Manuel.

“Nos encanta pensar la vida en lugar de vivirla”
Quote

“Lo que pensamos no es un hecho sino una posibilidad”

David del Rosario

20:11
David del Rosario. José Manuel, ¿por qué crees que después de tantos años entrenando una persona que ha ganado la medalla de bronce se siente más feliz que una persona que ha ganado la medalla de plata?

20:24
José Manuel. La verdad es que me resulta difícil. Yo entiendo que el de la plata es por comparación. Lo podría haber conseguido, podría haber sido el número uno. Y eso quizás le gira en negativo, ¿no? Pero si hubiera enfocado bien, como yo creo que estas cosas se deben enfocar, yo creo que debería estar muy, muy satisfecho.

20:45
David del Rosario. Lo que José Manuel nos está presentando es algo que quedó en la historia de la psicología como “pensamiento contrafáctico”, y esto quiere decir que las cosas que parecen razonables, como por ejemplo “yo debería sentirme mucho mejor si gano una medalla de plata que una medalla de bronce”, no siempre se cumplen. Y también nos ha dado la clave. Mientras las personas que ganaban la medalla de plata pensaban cosas del estilo “he estado a punto de alcanzar el oro”, aquellas que ganaban el bronce y se subían al pódium en el tercer lugar pensaban cosas del estilo “uf, he estado a punto de quedarme fuera del pódium”. ¿Os dais cuenta de la influencia que tienen los pensamientos sobre nuestra experiencia de vida? ¿Os dais cuenta de que una cosa es la vida pensada —es mejor ganar una medalla de plata que una de bronce— y otra cosa muy distinta es la vida vivida? Somos expertos pensadores. Nos encanta pensar la vida en lugar de vivirla.

21:49
María José. Hola, David. Me llamo María José. Hoy en día estamos rodeados de mensajes que nos empujan a ser felices. ¿Crees que pensar en positivo nos ayuda a ser un poco más felices?

22:02
David del Rosario. María José, vamos a descubrirlo. Vamos a hacer un experimento. Es muy sencillo. El experimento consiste en que a la de tres dejéis de respirar para siempre, ¿OK? ¿Estáis preparados? Los experimentos son cosa seria, así que coged muchísimo aire, todo el que podáis, y a la de tres dejemos de respirar para siempre. A la de uno. Dos. Y tres. Hay alguno que está empezando a coger un colorcito violeta, morado. Puede parecer cómico, pero es que no podemos dejar de respirar a voluntad. Cuando hemos tratado voluntariamente de cortar nuestra respiración y cuando nuestro cerebro ha detectado que el nivel de CO2 era considerable, nuestro bulbo raquídeo se ha puesto como una moto. Y nuestro sistema nervioso ha hecho que volvamos a respirar. Esto es muy interesante. Observad cómo funciona: nosotros podemos decidir cuánta cantidad de aire inspirar. Podemos también influir en a qué velocidad respiro. Pero eso no significa que somos nosotros quien respira. El oxígeno llega a los alveolos, eso se difunde por nuestro organismo y va a los glóbulos rojos. Y son nuestras células realmente las que respiran. Esto la mayor parte de gente lo entiende y no tiene ningún pero. Pero vamos a aplicar esto al pensamiento. Vamos a hacer un nuevo experimento, que no nos lo cuenten. A la de tres os voy a pedir que dejéis de pensar para siempre. Mejor dicho, que nadie piense en un sol. Nuestro cerebro ya nos propone ese sol redondito, prototípico, anaranjado, con sus rayitos. ¿Cuál es la moraleja, cuál es la conclusión de esto que estamos viviendo? Que tú no piensas. Piensa tu cerebro. Y lo hace con la misma naturalidad que tus pulmones bombean aire o tu corazón bombea sangre. Es su función, pensar. Por lo tanto, deja en paz a tu cerebro. ¿Puedes permitir que tu cerebro piense lo que piense? ¿Puedes permitir que tu corazón bombee como bombee? ¿Puedes permitir que tus pulmones inspiren y expiren el aire que tú realmente necesitas?

25:01

La respuesta de muchos cerebros ante esta pregunta es “no”. ¿Cómo vamos, María José, realmente a ser más positivos, a pensar más positivo si no soy yo quien piensa, es mi cerebro? Cuando yo empiezo a intentar cambiarme, a intentar que mi corazón no lata así cuando me acerco a una chica que me gusta, voy a tener problemas de equilibrio. Voy a tener problemas de oxígeno. Probablemente me caiga redondo. ¿Por qué le pedimos a nuestro pensamiento que sea de una manera diferente? No tiene ningún sentido. Esto solo lo hacemos cuando no sabemos cómo funciona nuestra mente y nuestro organismo. Y no digo que esto esté mal. Digo simplemente que en cuanto empezamos a aprender cómo funcionamos, nuestra perspectiva cambia, ya no queremos tener el control. Y se abre la posibilidad de empezar a relacionarnos con nuestro pensamiento de una manera completamente distinta. Cuando yo empiezo a asumir en mi día a día que aquello que pienso no es un hecho, sino una propuesta de mi cerebro para vivir una situación de vida, empiezo a abrirme a la posibilidad de no querer cambiarlo, de empezar simplemente a mirar cómo yo me relaciono y empezar a trabajar en nuestras relaciones, como echarse novia o novio. Pero es un pensamiento. Entonces, ¿cómo me relaciono yo con esto que estoy pensando? ¿Estoy luchando o huyendo de ese pensamiento? ¿O lo estoy abrazando? ¿O lo estoy usando como un elemento de aprendizaje? Normalmente ya os digo que cuando investigamos esto en el laboratorio, la mayoría de personas luchan o huyen de sus pensamientos, y una de las formas más aceptadas es tratar de cambiarlo, tratar de hacerlo más positivo. Esto, desde un punto de vista de la neurociencia, no tiene sentido. Me gustaría, ya que estamos, para descubrir realmente cómo funciona la génesis del pensamiento, que me ayudarais a hacer un experimento. María José, tú misma, ya que has iniciado todo esto, esta debacle, ¿me puedes acompañar? Y bueno, tú también. ¿Podéis venir? ¿Cuál es tu nombre?

27:00
Eva. Eva.

27:01
David del Rosario. Eva. ¿Tienes un teléfono móvil?

27:05
Eva. Siempre.

27:06
David del Rosario. Te voy a pedir simplemente que controles 10 segundos, ¿OK?

27:09
Eva. De acuerdo.

27:11
David del Rosario. A ti te va a tocar… Voy a jugar un poco con tu cerebro, pero tan poco que seguro que no te va a importar, María José. Te voy a pedir que durante 10 segundos me digas todas las calles de Madrid que puedas, ¿OK? ¿Estás preparada? Cuando me digas empezamos.

27:28
Eva. Ya.

27:29
María José. Conde de Cartagena, Reyes Magos, Walia, los Pinillas, los Juglares, la Raya, Indalecio Prieto, José Prat, avenida de la Democracia…

27:38
Eva . ‘Stop’.

27:39
David del Rosario. Nueve. Muy bien. María José, en 10 segundos, casi una por segundo, ha conseguido darnos nueve ciudades. Ahora no te voy a limitar. Te voy a pedir que durante otros 10 segundos me digas nombres de lo que quieras, pero que no estén conectados por una temática. Por ejemplo, que no sean nombres de calles. Y que tampoco sean cosas que tú puedes ver. Por ejemplo, una persona, pelo, ojos… No, total libertad. Cosas que no estén relacionadas entre sí.

28:05
María José. ¿Palabras al azar?

28:06
David del Rosario. Al azar. Completamente al azar. Libertad. ¿Estamos?

28:14
Eva. Ya.

28:15
María José. Libertad, calle, azul, David, tarima… Otro David. Luz, sol.

28:25
Eva. ‘Stop’.

28:27
David del Rosario. Bueno, vamos a poner, estaba en tiempo de descuento, pero “luz” y “sol” lo vamos a poner. ¿Habéis visto lo que ha ocurrido? Su cerebro no ha podido evitarlo. Ha dicho “tarima” porque estamos sobre una tarima, ha dicho “David” porque aquí hay un David, ha dicho “luz” y “sol”, que está directamente relacionado… Lo que estamos descubriendo, María José, es que tu cerebro y mi cerebro son un asociador profesional.

28:49
María José. Muy bien.

28:50
David del Rosario. Cuando yo te pido que asocies cosas, eres un hacha. Empieza: “Calles de Madrid: pom, pom, pom, la Gran Vía, no se qué, papapapapapapapá”. Cuando yo te digo: “Total libertad, no me asocies”. Ah… Se queda como cuando un mono ve los faros de un coche. Esto es muy interesante. Cuando yo trato de cambiar a mi pensamiento, cuando yo trato de decirle a mi pensamiento “oye, no asocies”, mi cerebro me dice: “Pero chaval, ¿tú de qué vas?”. Es como si tú estás pidiendo a un grifo que no eche agua.

29:18
Eva. Claro.

29:19
David del Rosario. Cuando nosotros realmente empezamos a descubrir cómo funcionamos, cuando nosotros realmente empezamos no solo a saberlo mentalmente —paréntesis: pensar la vida—, sino que nos tomamos la molestia de llevarlo a nuestro día a día, a nuestra cotidianeidad, empezamos a descubrir que pasan cosas y, sobre todo, que la vida no es como la pensamos. La vida es como es. ¿Estás dispuesto a vivirla? Los experimentos nos llevan a ese punto de vivir en lugar de únicamente pensar. Y fijaos a qué punto nos lleva esto. ¿No os dan ganas de empezar a relacionaros de una manera más distendida, más relajada con las cosas que pensamos? ¿Si tú empiezas a asumir que lo que piensas es solo una posibilidad, vas a usar, por ejemplo, ese pensamiento —el mismo de siempre otra vez— para hacerle el mismo comentario a la pareja de “no has fregado los platos”? La vida toma un matiz que no esperamos cuando empezamos realmente a relacionarnos con las cosas que pensamos y sentimos de una manera coherente con cómo funcionamos. Y este es el reto. Esta es la clave. Muchísimas gracias.

30:24
María José. A ti.

30:25
David del Rosario. Podéis tomar asiento.

“Nos encanta pensar la vida en lugar de vivirla”
Quote

“Una cosa es la vida pensada y otra es la vida vivida”

David del Rosario

30:33
Vanesa. Hola, David. Yo soy Vanesa y me gustaría saber qué papel juega la confianza en los demás para conseguir nuestra propia felicidad.

30:42
David del Rosario. La confianza para el ser humano actual es un reto. Me viene a la mente, escuchando tu pregunta, un experimento de la doctora Davis que se hizo allá por el 1920 y consistía en lo siguiente: con la supervisión de un adulto ponían delante de un bebé un plato con un alimento básico. Podía ser un huevo hervido, zanahoria hervida, arroz… Y el protocolo consistía en dejar que el niño comiese de ese alimento lo que él quería y cuando ya se distraía, perdía la atención o empezaba a jugar, cambiaban el plato y le ofrecían otra cosa. Lo que la investigadora hizo en este caso, como sabía perfectamente la cantidad de alimento que había en cada plato, fue hacer una estimación de la dieta del bebé. Y llegaron a la conclusión de que, a pesar de que algunos bebés se pasaban una semana comiendo zanahorias y otros picaban un poquito de esto, un poquito de lo otro, tenían una dieta más variada, al final, en el cómputo global, la mayor parte de los bebés se había alimentado equilibradamente y su crecimiento era completamente normal.

32:01

Siempre que estoy compartiendo estas ideas que ocurren en el laboratorio con vosotros o con más gente y pregunto cuántas personas están dispuestas, sabiendo esto que nos pone encima de la mesa la neurociencia, a permitir que sea su bebé el que decida aquello que quiere comer, me encuentro con que todo el mundo está dispuesto, porque todos sentimos que hay algo que nos traspasa —llámalo “proceso inteligente y autodirigido de la vida”—, que está ahí y que nuestro cuerpo es inteligente. Pero cuando les pregunto cuántos realmente lo han hecho, prácticamente nadie. Esto quiere decir que el conocimiento, si no lo aplicamos, si lo llevamos en nuestra mente sostenido desde el miedo, no sirve absolutamente para nada. Cuando yo empiezo realmente a poner en práctica las cosas que la neurociencia me dice, muchas veces, como en este caso de los bebés, me encuentro con el miedo. De hecho, este experimento me lo contó una amiga que es nutricionista y después de la batallita pertinente me hizo el comentario de “sí, todo esto está muy bien, pero como mi Mario no me coma en dos días, le meto la papilla por las orejas”. No confiamos. No pasa absolutamente nada. Simplemente estamos tomando conciencia de ello. Cuando tú empiezas realmente a investigar cómo funciona el tema de la confianza y el miedo en el cerebro humano, te das cuenta de que no hay unas áreas para controlar el miedo y no hay unas áreas para controlar la confianza, sino que miedo y confianza utilizan las mismas redes neuronales para funcionar, principalmente mesencéfalo, cuerpo estriado dorsal y la amígdala. Claro, yo os pregunto: ¿esto es coherente con vuestra experiencia de vida? Normalmente me diréis: “Sí, yo nunca he sentido miedo y confianza al mismo tiempo”.Y entonces yo os pregunto: ¿estáis dispuestos a llevar esta idea de que el miedo y la confianza son las dos caras de la misma moneda, de que en cada situación de vida tengo que decidir si temer o confiar a vuestro día a día? La respuesta a esta pregunta no es un argumento racional para que lo podamos comprender, sino que es una experiencia.

34:23
Mar. Hola, David. Mi nombre es Mar. He leído que dices que la mentira forma parte de nuestro día a día. ¿A qué te refieres exactamente?

34:32
David del Rosario. Hay estudios que nos enseñan que mentimos cada tres minutos. Estos estudios de Robert Feldman, de la Universidad de Massachusetts, se complementan también con el trabajo de otros investigadores, que señalan que mentimos en una conversación el 35 % del tiempo. Pero en realidad la cosa es más alarmante de lo que pensamos. Cuando vivimos la vida sin saber cómo funcionamos, nos estamos mintiendo todo el tiempo. Cuando yo me creo que aquello que siento proviene de ti, me estoy mintiendo. Cuando yo creo que aquello que pienso es mejor que lo que tú piensas, me estoy mintiendo. Y es muy bonito meternos en el laboratorio a descubrir todo esto. Hay un área del cerebro que se llama corteza cingulada anterior, entre otras, que es algo así como un detector de honestidad. No hace falta que yo comunique una mentira a otra persona, basta con que mi cerebro la piense y yo le preste atención para que ese detector active todas las alarmas. Esto nos enseña que realmente la honestidad no tiene nada que ver con los demás, con decir mentiras a los demás, sino que tiene que ver con uno mismo. La honestidad es un gesto de empatía con uno mismo. Te cuento una anécdota que me ocurrió hace un par de años.

35:57

Iba de camino a una entrevista. Iba pensando en mis cosas y de repente me encuentro a una captadora de socios de una ONG muy conocida. Te lanzan este tipo de frases de “Hola, ¿tienes un minuto?”. Entonces yo descubrí que sí lo tenía, pero que no me apetecía invertirlo en eso. Entonces se lo comuniqué, le dije: “Sí, pero ahora mismo no me apetece”. Entonces vi como se quedaba completamente petrificada. Y me mira fijamente a los ojos y me dice: “¡Qué buena esa! Esa no me la tenía preparada”. Entonces descubrí que nuestro mundo no está preparado para la honestidad. Tratamos de ser todos tan originales, que al final actuar de corazón se ha convertido en la forma más original de hacer las cosas. Si realmente empezamos a asumir y a ver cuántas veces en nuestro día a día nos comportamos de una forma que no es coherente con la forma de funcionar de nuestro cerebro y nuestro organismo, nos daremos cuenta no solo de que lo hacemos continuamente, sino que esa es la principal fuente de todos nuestros problemas.

37:16
Andrés. Hola, David. Soy Andrés. Los recuerdos crean marcos de referencia que nos permiten vivir el presente, pero ¿nos podemos fiar de estos recuerdos?

37:24
David del Rosario. La memoria no es una caja fuerte. Si nosotros llevamos esta idea al laboratorio para contrastarla, nos daremos cuenta de que el cerebro miente más que habla. Y la memoria también. Imagina que yo te pido, cuando tenías 14 años, que respondas a un cuestionario, un cuestionario muy sencillo que contiene preguntas acerca de cuál es tu equipo de fútbol favorito, cómo es tu relación con tus padres, qué tal en el colegio, qué tal con la profesora, qué tal con tus amigos… Y yo te pido que 33 años después contestes al mismo cuestionario, pero desde el recuerdo de cuando tú tenías esos 13, 14 años que lo rellenaste por primera vez. Es decir, yo no te estoy preguntando cuál es tu equipo de fútbol, sino cuál es tu equipo de fútbol… ¿Cuál recuerdas que era tu equipo de fútbol cuando tenías 13 años? ¿Cómo recuerdas que era tu relación con tu profesora o con tus padres cuando tenías 13 años? Y entonces empiezo a comparar las respuestas de esa personita de 13 años que contestó y la respuesta, el recuerdo de esa persona 33 años mayor. Este experimento que hizo Daniel Offer llegó a la conclusión de que aquello que recordamos no pasó como recordamos. El experimento llegaba a conclusiones tan chocantes como que tu equipo de fútbol favorito no era el que tú recuerdas; tu relación con tus padres no era como recordabas; tu relación con tus amigos no era como recordabas.

38:57

¿Qué está pasando ahí? Está pasando simplemente que un recuerdo no es más que un pensamiento. Un pensamiento que apunta al pasado, sí, pero es una propuesta neuronal que tu cerebro está haciendo ahora con quien eres ahora. Y cuando empiezas a darte cuenta de esto, te das cuenta de que realmente un recuerdo no tiene la capacidad de dirigir tu vida, de dirigir la toma de decisiones. Este es el principal punto conflictivo entre los recuerdos y el ser humano hoy en día. Yo, por ejemplo, me relaciono contigo en base a la última vez que nos encontramos. Yo determino en base a si tú me caes bien o mal en base a lo que recuerdo que ocurrió ese día. Pero ni tú eres la misma persona de ese día ni yo soy la misma persona de ese día. Por lo tanto, no me estoy relacionando contigo, sino que me estoy relacionando con lo que recuerdo de ti. Cuando eso hago, mi recuerdo se convierte en una mampara, en una imagen mental que no me permite verte en realidad. Y, por lo tanto, todo el tiempo me estoy relacionando con una imagen mental de ti, una imagen mental de ti que llamo “recuerdo”, pero no está habiendo un encuentro contigo. Cuando yo voy más allá de mi recuerdo, más allá de mi pensamiento, me doy cuenta de nuevo de que ese recuerdo solo es una posibilidad. ¿Estoy dispuesto yo a descubrir cómo es mi relación contigo ahora, en lugar de relacionarme todo el tiempo con mi recuerdo? Cuando dices “sí”, eso se convierte en un encuentro. Un encuentro en el que no sabes quién eres, no sabes si esa persona te cae bien o mal, no sabes cómo es la otra persona, pero lo que sí sabes es que estás dispuesto a descubrirlo.

“Nos encanta pensar la vida en lugar de vivirla”
40:30
Luis. Buenas, David. Tú has averiguado muchas cosas que nos pueden ser útiles en el día a día. Cosas prácticas, por así decirlo. ¿Qué destacarías de todo ello? ¿Cuáles de ellas destacarías?

40:42
David del Rosario. La que más me fascina es esta posibilidad de que aquello que pensamos no es un hecho, sino una posibilidad. Para mí esto cambió la forma completamente de ver todo lo que ocurría en mi vida. Otra de las cosas que me fascinó es lo que llamo “la regla del PLAC”. Y dice: una persona, un lugar, un animal o una cosa —de ahí lo de PLAC— no tiene la capacidad de hacerme sentir, sino solo la idea que mi cerebro ha asociado a esa persona, lugar, animal o cosa. Esto nos pasa constantemente. Todo el tiempo nos comportamos como si aquello que sentimos viene generado por los demás. Y estamos cansados de ver que personas que viven situaciones de vida muy similares tienen la capacidad de reaccionar de maneras muy diferentes. Por ejemplo, una ruptura sentimental. No todas las personas que les deja la pareja se sienten igual. Para unos pueden entrar en un episodio muy oscuro de su vida y otros pueden decir: “Uf, lo que me he quitado de encima”. Si nosotros nos metemos dentro de la cabecita de esas personas, descubriremos que están pensando y sintiendo cosas. Es realmente cuando mi cerebro piensa “no voy a encontrar a nadie que me quiera” que yo empiezo realmente a vivir esa ruptura como una pérdida, como algo muy intenso, como algo doloroso. Pero fijaos que si esa situación de vida viene acompañada de un pensamiento del tipo “de la que te has librado, vaya ‘piñora’ que te has quitado de encima”, la misma experiencia que puede ser una ruptura sentimental, la vivimos de manera muy diferente.

42:20

Por lo tanto, la regla de la propuesta —que es recordar que un pensamiento no es un hecho, sino una propuesta de mi cerebro para vivir una situación de vida— y la regla del PLAC —una persona, un lugar, un animal, una cosa no tiene la capacidad de hacerme sentir, sino solo la idea que mi cerebro asocia— es algo que puede empezar a hacer que acerquemos la neurociencia a nuestro día a día. Y aquí hay una cosa muy interesante, que es empezar a preguntarnos: “OK, mi cerebro propone pensamientos con la misma naturalidad que mi corazón bombea sangre o los pulmones aire. Es su función, pensar. ¿Pero cómo me relaciono yo con ellos? ¿Qué hago cuando tengo en la mente ese pensamiento de ‘uf, no sé si quiero, si estoy estudiando lo que he decidido’, o ese pensamiento de ‘no sé si quiero dejar esta pareja’ o ese pensamiento de ‘no sé si debería coger el otro trabajo’?”. O sea, ¿qué hago cuando empiezo a entrar en este círculo que todos conocemos —yo lo llamo “la rueda de hámster” o “la lavadora”—? ¿Qué podemos hacer ahí desde un punto de vista práctico? Nuestro cerebro tiene todo un sistema, que está capitaneado por el sistema ejecutivo, que nos permite usar o tirar pensamientos. La idea es muy fácil. Imaginad que, no sé, saliendo del plató os torcéis un tobillo —como diría mi abuela, no quiera Dios—, pero imaginad que os torcéis un tobillo, os hacéis una lesión y os tienen que escayolar durante 40 días.

43:48

¿Qué está ocurriendo ahí a nivel fisiológico, a nivel muscular? Realmente, cuando vosotros dejáis de usar la pierna porque tenéis esa lesión, estáis perdiendo un 5 % de masa muscular a la semana y un 2 % de masa ósea al mes. ¿Qué ocurre? Vuestro cerebro, vuestro organismo dice: “Bueno, si no se usa esta pierna, pues la tiro. Literalmente, dejo de alimentarla. Marco esas proteínas y no les doy de comer”. Esto lo habéis visto todos. Cuando vamos más al gimnasio nos ponemos como un cruasán y cuando dejamos de ir, fideícos y empieza a salir el flotador por donde no queremos. Esto es una premisa de todo organismo vivo y se llama “usar o tirar”. Pues esto, que es aplicable en fisioterapia y todos conocemos a un brazo, a una pierna o a un músculo, también es aplicable a nuestros pensamientos. Entonces, en cada situación de vida mi cerebro hace su función, que es proponer un pensamiento, y yo puedo decidir si usarlo o no. ¿Cómo se hace esto? Con la atención. Cada vez que yo presto atención sostenida a un pensamiento mi cerebro está interpretando que ese pensamiento es útil y, por lo tanto, la probabilidad de que me lo vuelva a proponer en una situación de vida similar aumenta. Si mi cerebro me hace una propuesta y yo no le presto atención sostenida, tenemos el caso opuesto: la probabilidad de que mi cerebro me lo vuelva a proponer en una situación de vida similar disminuye. En cierto modo, nuestro cerebro está todo el tiempo que nosotros le digamos si este pensamiento es útil o no.

45:22

¿Pero qué ocurre? Que como vivimos la vida sin saber cómo funcionamos, eso sí, tratando de hacerlo lo mejor posible con los conocimientos acerca de nosotros mismos que tenemos, tratando de luchar contra este pensamiento o tratando de hacerlo más positivo le prestamos atención sostenida y le damos el mensaje contrario a nuestro organismo. Voy a poner un ejemplo. Imaginad que un pensamiento es como un león. Si yo empiezo a luchar contra ese pensamiento, contra ese león, tendré que prestarle atención sostenida para no salir corriendo en la misma dirección del león y que me meriende. ¿Sí o no? Entonces tenemos que empezar a asumir que cuando yo le presto a ese pensamiento atención sostenida porque quiero luchar o huir de él, lo que estoy consiguiendo es decirle a mi cerebro “ese pensamiento es útil”. Entonces, tratando de huir del pensamiento, le presto atención y aumento la probabilidad de que mi cerebro me lo vuelva a proponer. Ahí empezamos a vivir esta vida de rueda de hámster. Ahí empezamos realmente a, tratando de huir de estos pensamientos, que no aparezcan, darle más protagonismo en nuestra vida. Y no lo hacemos —lo siento por la palabra— porque seamos idiotas, lo hacemos simplemente porque no sabemos cómo funciona nuestra mente y nuestro organismo. Cuando yo empecé con esto me di cuenta de que hay academias, universidades de todo. O sea, tú puedes estudiar peluquería, puedes estudiar informática, puedes estudiar medicina, pero en ningún sitio te enseñan cómo funciona tu mente y tu organismo de una manera práctica y aplicable al día a día. Muchas veces me digo a mí mismo que si yo hubiese sabido mucho antes todas estas cosas que he ido descubriendo e investigando, me habría ahorrado muchísimos, muchísimos disgustos. Así que, cerrando esta idea, cada vez que tu cerebro hace su función, y es proponerte un pensamiento, en lugar de luchar o huir de él, puedes pararte y preguntarte: “¿Me sirve este pensamiento para vivir este momento?”. Y la respuesta a esa pregunta no es un argumento racional. Decir “sí, este pensamiento sí que me sirve, porque este pensamiento…”. No, no, no, no, no. Es una sensación. Eso que estás sintiendo ha estado toda tu vida hablándote acerca de la utilidad de lo que piensas, pero no lo vemos.

47:40
Ángel. Hola, David. Nos has hablado desde el cerebro desde muchas disciplinas y tú mismo tienes un perfil multidisciplinar. ¿Qué aplicaciones ves que podrían usarse en la ciencia?

47:50
David del Rosario. Nos hemos pasado décadas, cientos de años, tratando de dividir el mundo en diferentes disciplinas: la medicina, la filosofía, la neurociencia… Y, sin embargo, ahora estamos haciendo justo lo contrario, porque nos estamos dando cuenta de que el mundo no es como lo pensamos. El mundo es como es. Nos estamos dando cuenta de que no hay nada ajeno a ese proceso inteligente y autodirigido que llamamos “vida”. Durante mucho tiempo nos hemos convencido del famoso “divide y vencerás”, y es que de buenas a primeras hay veces que dices “ostras, ¿esto por dónde lo cojo? ¿Por dónde empiezo?”. Pero no tenemos que olvidar que no hay nada separado en la vida. Os pongo un ejemplo de neurociencia. Desde hace mucho tiempo estamos tratando de averiguar, de investigar la mente mirando únicamente a las neuronas, es decir, suponiendo que la mente es un producto exclusivo de las neuronas. Hacer eso sería más o menos equivalente a tratar de entender qué es el fútbol mirando únicamente la pelota. Es decir, yo me centro en cómo es la presión del balón, qué material tiene ese balón, qué trayectoria sigue… Pero dejo de lado el juez de línea, el árbitro, los jugadores, las porterías, la afición… Así es muy difícil llegar a entender qué es el fútbol. Algo muy similar estamos haciendo desde el mundo de la neurociencia para entender qué es la mente. Por lo tanto, muchas veces, una vez que hacemos una pequeña investigación, nos toca dar un paso atrás, soltar todas nuestras ideas y volver a abrirnos a otra posibilidad. Y como las personas muchas veces usamos la ciencia para tener razón en lugar de para experimentar o explorar una nueva posibilidad, no lo vemos. El momento más importante de cualquier hombre o mujer que se dedique a la investigación es el momento en el que descubre que toda su vida estuvo equivocado. Ese momento es nuestro punto de máximo aprendizaje.

50:12
Miguel. Hola, David. Soy Miguel y después de escucharte me gustaría saber: ¿crees que es posible reeducar el cerebro? ¿Y qué propones para ello?

50:20
David del Rosario. Miguel, es inevitable. De hecho, nuestro cerebro está todo el tiempo esperando a ser reeducado. ¿Y qué es reeducar el cerebro? Es comenzar a comportarme en mi día a día de una manera coherente con cómo funciona mi cerebro, mi mente y mi organismo. Para ello tenemos muchas herramientas a nuestro alcance. Pero ya os digo que este proceso de reeducar nuestro cerebro no tiene nada que ver con cambiar a los demás. No tiene nada que ver con una búsqueda externa, sino más con un asumir: asumir las cosas que pienso, asumir las cosas que siento. Esto lo único que hace es devolverme la responsabilidad de lo que pienso y poder descansar de la dura tarea de estar culpando a todo el mundo por lo que siento, de estar culpando a todo el mundo de lo que pienso. Si tienes que cambiar a tu pareja, a tu madre, a esa persona que sale en la tele diciendo no sé qué y al presidente del Gobierno, suerte. Pero es muchísimo más simple, muchísimo más sencillo asumir aquello que tu cerebro está pensando y asumir aquello que estás sintiendo, porque al hacerlo descubrirás que le damos a los pensamientos la condición de hecho y que normalmente proyectamos las cosas que sentimos sobre los demás. Solo viendo eso se abre la posibilidad de reeducar tu cerebro. Y bajémoslo más, vamos a la práctica: cuando yo empiezo a tomar conciencia de que un pensamiento solo es una propuesta neuronal… No sabéis las veces que he celebrado descubrir que no tengo razón, asumir mi ignorancia.

52:05

Parece realmente que equivocarnos, que asumir esa ignorancia sea un fracaso. Pero si no la asumimos, no aprendemos. El error es una gran oportunidad. Es la oportunidad de darte cuenta de que no sabes. Y aquí ocurre algo muy curioso: solo el que se da cuenta de que no sabe mira. Cuando crees saber, no miras. Y ahí nos encontramos un reto, y es dejar únicamente de pensar la vida y comenzar a vivirla. Muchísimas gracias por acompañar en este ratito, en este pequeño laboratorio mental que juntos hemos hecho aquí hoy en este plató. Y muchísimas gracias sobre todo por atreveros a descubrir cómo funciona vuestra mente y vuestro organismo. Gracias.