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“La danza es la suma de todas las artes”

Igor Yebra

“La danza es la suma de todas las artes”

Igor Yebra

Bailarín y coreógrafo


Creando oportunidades

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Igor Yebra

Igor Yebra podría haber sido futbolista pero eligió ser bailarín porque sus padres le enseñaron a amar la cultura. El coreógrafo y director del Ballet Nacional de Sodre de Uruguay, sucesor de Julio Bocca, recuerda una infancia entre las clases de ballet y la incomprensión de sus compañeros. Con 13 años dejó la escuela y convirtió a los libros en sus maestros. Un Billy Elliot a la vasca, que inició su carrera profesional en la compañía de Víctor Ullate y de allí pasó a las principales compañías de Italia, Francia y Rusia.
Es el primer bailarín no ruso que bailó como protagonista en ‘Iván el Terrible’, en el Palacio Estatal del Kremlin ante seis mil espectadores, y uno de los pocos bailarines "freelance" que ha aprendido de los mejores del mundo de la danza. Sin embargo, quienes han marcado su vida son ciudadanos anónimos, como una anciana rusa que le vio bailar en un pueblo perdido de los Urales y le dijo en perfecto castellano “Por favor, vuelve”. Y su madre, que le regaló una postal con un mensaje que marcó su vida: “Tú puedes ser lo que desees. Solo existe un obstáculo: tú mismo”. “Poneos un objetivo en la vida, poneos una Ítaca, a la que probablemente llegaréis de viejos, sin esperanza, o quizás ni siquiera llegaréis, porque lo que importa no es ese objetivo, sino el camino. Podemos enfrentar los miedos y problemas que surgirán en el camino si tenemos claro el objetivo”, concluye el bailarín.


Transcripción

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Igor Yebra. Estoy nervioso, estoy más nervioso, yo creo, que algunos de vosotros. A mí las entrevistas me producen mucho nerviosismo, porque bueno, soy bailarín. Me llamo Igor Yebra. Algunos preguntan: “¿Es Ígor o es Igór?”. Entonces, os voy a contar. Es confuso, es confuso. Mi madre me bautizó con el nombre de Igor, que viene del ruso, y tuvo un pequeño problema con el cura. Mi madre quería el nombre ruso, pero simplemente porque le gustaba la música de las danzas del príncipe Igor. Entonces se empeñó en que quería que fuera Igor. Me llevó a la iglesia y el cura le dijo que ese era un nombre de comunistas y de rojos. Entonces, que no me iba a bautizar con ese nombre. Mi madre, bien vasca y de armas tomar me sacó de allí, dijo: “Pues se va sin bautizar”. Y al cabo de unos días, claro, eran en otras épocas, ahora ya los curas no harían eso, el cura fue a mi casa y dijo que prefería tener un comunista bautizado que un hereje sin bautizar, y entonces me bautizaron con el acento en la “i”. Soy bailarín, aunque no bailo actualmente, en la actualidad, pero soy bailarín y me moriré siendo bailarín, probablemente. Yo creo que todos somos bailarines, porque el ballet no es más que movimiento, y no hay cosa más maravillosa que bailar. O sea, se lo aconsejo absolutamente a todo el mundo, y si no id a ver en las plazas de los pueblos y así, que todavía se siguen haciendo los bailes, la gente mayor que se pone a bailar y ves la felicidad que tiene esa gente en las caras.

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Luego uno lo puede hacer profesionalmente, no profesionalmente, pero eso no es importante, eso es anecdótico. Creo que para mí los sueños son una cosa importantísima en la vida. Yo creo que soñé con hacer muchas cosas y bastante extravagantes. Quise ser futbolista, aparte, bueno, ni se pregunta de qué equipo soy, porque soy de Bilbao. Entonces, yo creo que todos sabréis de qué equipo soy, del Athletic de Bilbao. Y encima una época en la que ganábamos títulos. En el equipo del colegio era portero. Era portero, era el capitán del equipo, además. Luego llegué a jugar en un equipo, muy jovencito hasta los 13 años, que proporcionaba jugadores también a la cantera del Athletic y mi sueño era ese. Pues pasé de ser futbolista a ser bailarín y nada, bueno, tuve la suerte de que en mi casa tanto mi madre como mi padre amaban el ballet, amaban la cultura en general, porque he crecido rodeado de libros. Nos llevaban a algún espectáculo, cuando había, de ballet o de música clásica, entonces no era algo ajeno para nosotros. Y aparte, esto para los que sois más mayores y para vosotros, los pequeños, también, porque un día creceréis y tendréis hijos e hijas, entonces siempre digo: la educación de los más pequeños parte de los mayores. Al final, yo no me hice bailarín porque se me cruzaron los cables y dije: “Oye, bailarín”, no, yo me hice bailarín porque mis padres me enseñaron a amar esa profesión y a respetarla.

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Entonces, bueno, crecimos con todo ese tipo de material en nuestra casa. Somos tres hermanos, yo era el pequeñito de todos y la que iba a bailar era mi hermana, que era la que iba a clases de ballet continuamente. Y bueno, yo me quedé ahí jugando al fútbol. Tengo una anécdota muy divertida. Mis padres daban clases de ballet en la escuela. Yo iba a un colegio público y allí daban clases de ballet. Mi madre daba clases de ballet clásico, mi padre, clases de danza de carácter, porque les hubiera gustado bailar, solo que, cuando llegó ese momento de hacerse profesionales, sus padres les cortaron las alas. Les dijeron que eso no era una carrera, que no era serio y que no podían hacerlo, pero les quedó ese gusanillo.

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Ella daba clases en el gimnasio, que era gigantesco, y había cien niñas y no había ningún niño. Y yo era el capitán del equipo de fútbol y se les ocurrió la genial idea de decirme: “¿Por qué no les dices a tus compañeros y os venís un día a hacer clases de ballet?”. Y bueno, yo, que soy muy inconsciente y tirado para adelante, se me ocurrió un día decirles a mis compañeros: “Chicos, ¿por qué no vamos un día a hacer clases de ballet?”, y ahí que me siguieron. Os podéis imaginar lo que duró aquello. Esto es muy ‘Billy Elliot’, por eso yo cuando veo la película de ‘Billy Elliot’, tardé años en verla porque decía: “Es que para ver mi vida no quiero verla, o sea… no me parece interesante”. Ahora, os la recomiendo a todos porque es una película muy bonita y, además, que tiene un final que es bonito y esperanzador. Bueno, total que íbamos los nueve y yo, porque éramos diez, a hacer clases de ballet. Al día siguiente de haber hecho la clase de ballet hubo una reunión en la cual me dijeron: “No vamos a volver”. ¿Por qué? Pues porque alguno de ellos, digamos los más, así como más fuertes y cabezas pensantes del grupo, aunque yo era capitán, se supone que me tendrían que haber respetado, decidieron y pensaron que si los otros equipos sabían que hacíamos clases de ballet, aquello iba a ser el desastre total, y porque el entrenador, que también era muy inteligente y era el más adulto de todos, también les llevó por ese camino. Total, que al día siguiente el único que se presentó en las clases de ballet fui yo.

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Hasta que un día vi un espectáculo de ballet que se llamaba ‘Espartaco’, no sé si conocéis la historia de Espartaco, que era un esclavo que liberaba los esclavos de los romanos y no sé que, del coreógrafo Yuri Gigorovich. Yuri Grigorovich es uno de los grandes coreógrafos que ha existido en la historia del ballet ruso. Es más, fue director del Bolshoi de Moscú, que es una de las compañías más importantes que existen en el mundo, durante 25 años o una cosa así. Entonces, yo vi aquel espectáculo y me pareció maravilloso. Me pareció increíble, y además me pareció muy varonil, porque el hombre estaba ahí, pegaba a unos saltos enormes de un lado para el otro del escenario, increíbles, agarraba la bailarina, la levantaba con una mano, se la pasaba a la otra mano. O sea, era una cosa…, era fascinante. Entonces les dije a mis padres que yo quería probar a hacer eso seriamente. No me cortaron las alas y dijeron: “Bueno, pues métete a hacer ballet”. Y me apuntaron a la misma escuela que iba mi hermana. De aquí damos un salto de catorce años, yo había empezado a bailar por este ballet, ‘Espartaco’ e ‘Iván el Terrible’ son los dos ballets que yo vi que me parecieron increíbles, de este coreógrafo, Yuri Grigorovich, y que solo estaban en el repertorio del Bolshoi, en Moscú. Bueno, pasaron dieciséis años y me veis a mí en Moscú, en el Kremlin, bailando ‘Iván el Terrible’ ante seis mil espectadores.

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Esta coreografía solamente la tenían la ópera de París y el Bolshoi de Moscú, y yo no pertenecía ni a una compañía ni a la otra, y son las compañías que están más cerradas y más exclusivas en el mundo. Y ahí me teníais a mí, a un futbolista, representando aquel ballet, que para los rusos es el máximo exponente, porque es la historia de uno de los zares más grandes que ha tenido Rusia en su vida. Y yo encima lo estaba bailando, ya no en el teatro del Bolshoi de Moscú, sino que lo estaba bailando en el Teatro del Kremlin, que está metido dentro de lo que es el Kremlin, que es donde se gobierna y se dirige todo el país. Y estaba bailando además en un teatro para seis mil personas, que es raro que haya un teatro para seis mil personas. Es un auditorio. ¿Por qué tiene seis mil personas? Porque se construyó para el partido, para el PCUS, porque ahí dentro se gobierna. Entonces, el PCUS eran seis mil personas, seis mil políticos, representantes de toda la gran Rusia y ahí hacían sus convocatorias, y con el tiempo se hicieron espectáculos de ballet. Y desde la ventana de mi camerino yo veía la habitación donde Iván el Terrible hacía siglos había dormido y había dirigido, ya no solamente ese país, sino ese continente. Bueno, esto es para deciros que los sueños se hacen realidad. Los sueños se pueden hacer realidad, que nadie os quite eso nunca de la cabeza, ni a los más pequeñitos, ni a los más mayores. Los más mayores, porque tenemos el problema de que nos creemos que ya hay que dejar de vivir de sueños y hay que tener realidades, y lo más pequeñitos, porque los mayores les cortamos las alas, y eso no puede ser.

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Eso no puede ser, porque se pueden hacer realidad siempre que uno crea en ellos y luche por ellos. Y aquí está el claro ejemplo de una persona que consiguió que un sueño se hiciera realidad. Y luego, lo curioso de los sueños es que cuando se hacen realidad no tienen nada que ver con lo que nos habíamos imaginado. Pueden ser mejor o peor, no os esperéis que un sueño sea tal cual. Es una cosa… Cuando se hacen realidad, si tenéis la fortuna, y espero que la tengáis, es totalmente una experiencia diferente. Y a mí lo que más me ha llenado en la vida no es ese sueño hecho realidad y algún otro que he tenido también que se ha hecho realidad, sino cosas que yo ni me imaginaba que estaban por el camino, y que fui descubriendo a través de ese camino. Y aquellas cosas me llenaron todavía muchísimo más que ese sueño. Pero lo dicho, pelead por vuestros sueños y que nadie os corte las alas, ni los pies en este caso porque soy bailarín, ni nada.

Quote

“Yo quise ser bailarín porque mis padres me enseñaron a amar la cultura”

Igor Yebra

10:19
Irene. Hola, Igor, me llamo Irene, yo no voy a clases de ballet, pero me encanta el baile. Bueno, no me enrollo más, vamos con la pregunta. Todos conocemos la historia de ‘Billy Elliot’ y las dificultades que tiene un chico que quiere dedicarse al ballet. ¿Alguna vez has tenido miedo mientras ibas haciéndote mayor?

10:43
Igor Yebra. Uf. Todos tenemos miedo. Cuando eres pequeño, mientras te vas haciendo mayor, cuando eres mayor, el miedo es una cosa normal. Y el miedo… hay que saber luchar, luchar con él y enfrentar el miedo, también. Pero no es una cosa mala. Tener miedo, como muchas otras cosas en la vida, que igual tenemos el estereotipo de que son cosas malas, no son malas, no son malas, depende de nosotros el convertirlas de una manera o convertirlas de otra. Igual el miedo, te lo voy a asociar a una cosa que la gente siempre dice que tiene miedo, que es la soledad. Bueno, yo por cómo he vivido mi carrera, he vivido mucho tiempo solo. Como te dije, cuando empecé a bailar, empecé a bailar ya mayor, con trece años, lo cual, pues bueno, para el mundo en el que yo me manejaba, el mundo del ballet clásico, era una edad un poco ya, si no justa, tardía, incluso. ¿Tenía miedo? Tenía mucho miedo, pero era más importante la ilusión que tenía por el objetivo que tenía delante. Entonces, esa fue la manera de yo vencer ese miedo. Tenía una cosa mucho más importante que yo quería conseguir, que era un objetivo. Por lo tanto, el miedo pasó a un segundo término. Y el miedo, mientras yo estaba allí, seguía existiendo, porque no dejaba de ser un niño sin su familia detrás. Entonces, cuando se apagaban las luces o cuando yo estaba fuera de ese mundo, que era lo que yo quería, que era el bailar, el estar continuamente ahí, el miedo volvía a aparecer.

12:30

Además, el miedo siempre aparece cuando la luz se apaga o cuando estamos solos, es cuando más miedo tenemos, pero no pasa nada, simplemente hay que afrontarlo. Y lo que sí es importante, yo siempre digo que todo el mundo en la vida nace para algo, lo importante y lo difícil, y yo creo que ahí está el trabajo de los padres o los mentores, la gente que te enseña en la vida nos tendría que ayudar a descubrir cuál es nuestro objetivo en la vida, porque todos tenemos un objetivo en la vida. Todos hemos nacido para algo, no para una cosa, incluso para varias cosas. Todos tenemos una pasión que seguir y algo por lo que luchar y buscar. Y esa pasión es la que va a hacer que tengamos fuerza para vencer esos miedos, o las dificultades que vamos a tener en la vida, pero para superar esas cosas lo que hay que tener, hay que buscar y encontrar cuanto antes ese objetivo, lo que queráis ser en la vida, lo que queráis hacer en la vida, lo que os llene. Que a veces os puede parecer un absurdo, eh, imagínate, yo bailarín. A veces en unas entrevistas me preguntaban: “¿Cuál es la mayor extravagancia que has hecho en tu vida?”, y yo digo: “Dedicarme a bailar, igual”. Porque en un país donde la cultura en general, pero especialmente el ballet y el ballet clásico, ni siquiera estaba considerado, que un niño se quiera dedicar a bailar es una extravagancia. Si creéis en ello y peleáis por ello, deja de ser una extravagancia. Los extravagantes son los demás, los que se creen que esas cosas no se pueden hacer y se rinden ante la dificultad. Y a veces nos rendimos por el miedo a las cosas. Hay que dejar de tener miedo al miedo.

14:12
Juan. Hola, Igor, yo soy Juan. Soy gran fan tuyo y me gusta mucho bailar. Además, he visto ‘El lago de los cisnes’. ¿Nos podrías contar cómo comenzó todo y si te has arrepentido de algo que has hecho?

14:25
Igor Yebra. Bueno, os he dicho un poco como empezó, empezó en Bilbao, empezó de una manera… como si fuera un hobby con los de fútbol, pero… Nada, fue todo como…, una cosa que sucede así. ¿Habéis oído lo del amor a primera vista y eso, que te golpea y te cambia la vida de repente? Pues, yo. Claro ejemplo, porque fue ver ese espectáculo y dije: “Quiero hacerlo”. Y me llevaron a esa escuela, que era lo más profesional que había en Bilbao en aquella época, y me pareció maravilloso e increíble. Y dije: “Esto va a ser mi vida”. Y empecé a trabajar ahí sin parar. Yo, desgraciadamente, si una cosa echo en falta es que yo tuve que dejar de estudiar muy pronto. Vosotros no lo sabéis, los que sois más mayores, pero soy un niño del EGB y mis estudios se acabaron ahí, en el EGB, porque hubo que tomar esa decisión. Entonces, yo entré en esa escuela donde estaba mi hermana. Os voy a contar una cosa que nunca la he contado, pero creo que hay que contarla, porque tengo ya una edad, no la aparento, pero tengo una edad. Lo digo para convencerme de que no la aparento. Tengo una edad, he vivido muchas cosas en la vida. Os cuento: yo empecé a bailar, entré en esta escuela, había un maestro de ballet. Mi hermana prometía como bailarina, prometía, y yo creo que uno de sus sueños es el no haber podido bailar.

16:06

Y yo lo tomo hasta como una responsabilidad mía, porque que ella no pudiera bailar, en parte…, bueno, no fue culpa mía, fue culpa de ese maestro que teníamos en aquel momento. Yo me siento responsable porque me tomo las cosas muy a pecho, pero creo que no fue culpa mía, porque yo era un niño. Entonces claro, el dicho de “divide y vencerás”, eso es lo que hizo ese maestro. Ese maestro quería tener el control sobre el niño, el control sobre el alumno, y entonces hizo que apartara a mi hermana de eso y que mi hermana dejara de bailar, para tener el control sobre el niño. Tan famoso es, estamos hablando del bullying, del acoso escolar, del acoso sexual, también, yo he vivido eso. Yo he vivido eso con una persona que yo idolatraba, con una persona que se supone que era la que yo creía absolutamente en todo. Entonces, bueno, lo primero, que esa persona, porque esas personas son muy inteligentes, lo primero que intentan es separar el entorno, separar a los amigos y separar a la familia. Entonces, esa persona lo que hizo, primero, separar a mi hermana, sacarla de la escuela, luego separar a la familia, intentar que ya no tuviéramos más contacto directo con la familia; que para nosotros la familia era aquello, para nosotros la familia era aquel grupo. Era la manera de manipularnos, y jugaba con la ventaja que esa era mi pasión, eso era lo que yo quería.

17:48

Entonces, bueno, y esto pasó en nada, en muy poquito tiempo en seis, siete meses, ese señor, lo digo además porque ese señor ya no existe, afortunadamente para el bien de la humanidad. ese señor, bueno, en poquísimo tiempo consiguió lo que quería. Consiguió sus objetivos. Intentó también de mí otro tipo de cosas desagradables, que a veces ocurre y que no hay que sentirse avergonzado, o avergonzada, si eso pasa, es la vida. Eso puede ocurrir. Se puede salir mejor o peor, lo importante es intentar salir. Lo importante es contar las cosas. Lo importante es tener a alguien en el que confiéis para que os ayuden a salir de eso, y no encerrarse en sí mismo. Se puede salir de eso, porque yo no se lo conté a nadie, os lo estoy contando ahora a vosotros y lo he contado luego, después de muchos años, a alguna persona en particular, y salí. Creo que más o menos indemne, eso no lo sé, pero salí, salí de aquello. Lo que pasa que en aquel momento yo no lo veía, no lo veía absolutamente de ninguna manera. Y en el colegio había pasado de ser, en el último curso del octavo de EGB, esto fue en un año, había pasado de ser el capitán del equipo de fútbol, el más alto de la clase, porque era uno de los más altos de la clase, digamos un poco el líder, a ser todo lo contrario. A ser esa persona que todos miraban de una manera extraña. Y aparte, todavía peor, porque claro, cuando tú has estado ahí arriba, entonces en el momento en que ven que tienes algún defecto, hacen más todavía para tirarte abajo.

19:41

Y entonces te encuentras que había gente que tú considerabas que eran tus amigos que ya no eran tus amigos, lo cual a día de hoy doy gracias, porque al final uno sabe quiénes son sus amigos cuando ocurren las cosas difíciles y duras. Cuando todo va bien todos son tus amigos, pero cuando las cosas vienen mal dadas, es ahí cuando uno descubre quiénes son sus amigos de verdad. Y ocurrieron cosas dentro de las mismas clases, los propios niños, pero yo aquí no culpo a mis compañeros. No culpo a mis compañeros porque eran niños. Yo, a día de hoy, culpo a sus padres, a su familia, a su entorno, porque son ellos los que habían educado a esos niños. La gran mayoría de vosotros no tenéis maldad, es lo bueno que tienen los niños, y espero que lo conservéis el máximo de tiempo, aunque la vida os dé sopapos, os haga muchas cosas y os ponga muchas dificultades, no lo perdáis. Por lo tanto, esos niños no son culpables de lo que a mí me hicieron. Fueron los padres. Fueron los padres los que en su casa le dirían: “Ah, hacía ballet, pues imagínate, jugaría con las niñas”, por ejemplo. Entonces aquello fue muy difícil, muy complicado, y yo no me quería ir de esa escuela, porque ese señor había hecho bien su trabajo y me había lavado el cerebro completamente. Tuve la suerte de que mis padres se dieron cuenta. Mis padres se dieron cuenta y dijeron: “No va más. ¿Quieres dedicarte a bailar? Tienes que salir de ahí”.

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Yo no quería salir de ahí bajo ningún concepto. Es más, casi hasta me escapo de casa. Fijaos hasta qué punto habíamos llegado. Me tuvieron que encerrar en casa, porque yo lo que quería era ir a esa escuela por encima de todo. Y bueno, en una noche yo vi pasar por mi casa toda mi familia, todos para convencerme de que tenía que ir a Madrid y probar en otro sitio. Mis padres fueron muy inteligentes porque tampoco me lo pusieron, lo que me dijeron fue: “¿Quieres bailar? Bueno, pues te llevamos al mejor sitio, y lo que podamos hacer lo vamos a intentar, pero entonces tienes que ir a Madrid”, que era en aquel momento la escuela que estaba más así. Fueron muy inteligentes a la hora de hacerlo. Y aún así yo no quería, y yo no quería y desfiló todo el mundo. Mis padres ya se habían separado. Bueno, pues algunos de ustedes sabrán que cuando se separan el marido y la madre, a veces es difícil que vuelvan a estar en la misma casa juntos hablando. Desgraciadamente, no debería ser así, pero desgraciadamente es complicado. Aquel día ahí los tenías a los dos en la misma casa, intentando convencerme de que tenía que ir a Madrid, después de que había pasado ya un día entero sin salir de casa, encerrado ahí, todos hablando conmigo. Y bueno, finalmente yo me acuerdo, y tengo la imagen, mi padre a veces me lo recuerda, de una mecedora que había en mi cuarto y yo en la mecedora, así, y todos hablaban y yo ahí, parecía que estaba poseído por el demonio. Y al final di mi brazo a torcer.

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Di mi brazo a torcer y les dije: “Bueno, si queréis, llevadme y vamos a ver”. Ellos me prometieron que si no me gustaba, que volvería. Entonces dije: “Bueno, pues vamos”. Fíjate el miedo que tenían mis padres, el miedo que tenían, que a las cuatro y media de la madrugada estábamos todos en el coche camino a Madrid, o sea, todos en el coche: mi madre, el marido de mi madre en aquel momento, que ahora está muerto, en paz descanse, que es como otro padre para mí y yo, un mico de trece años, que era un rompe narices increíble, encerrado en el coche, porque tenían miedo a que yo diera la vuelta al cerebro. Me llevaron allí a Madrid y de repente aterricé en una escuela que era mucho más grande, que había más niños de mi misma edad, y que bailaban mucho mejor que yo. Y ahí vi el engaño. Vi el engaño y dije: “Yo quiero estar aquí, tengo que seguir trabajando como estos niños”. Ahí había gente como Tamara Rojo, que hoy es directora del English National Ballet, Ángel Corella, otro gran bailarín, Lucía Lacarra, Joaquín de Luz, el actual director de la Compañía Nacional de Danza, que eran todos unos micos, yo era un año mayor que ellos, pero ellos llevaban bailando mucho tiempo. Y yo decía: “¡Guau! ¿Y ahora qué voy a hacer?”. Entonces, claro, tuve un problema muy grande porque decía: “Estos llevan bailando como cinco o seis años, la mayoría, y yo no tengo ni idea. Entonces, ¿qué voy a hacer? Tengo que recuperar ese tiempo”. Mis padres tomaron la decisión de que me quedara allí en Madrid y que siguiera mis estudios por la noche en una universidad.

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Ahí viene otra cosa rocambolesca de mi vida, que es como un castillo construido al revés, en el cual yo había cumplido catorce años, yo tenía ya una altura importante, aparentaba más años de los que tenía, y en aquel momento Víctor Ullate creó una compañía. Y como le faltaban chicos, decidió meterme en la compañía, un niño de catorce años que no sabe ni hacer dos pasos, pero necesitaba los chicos, aparentaba y me metió en la compañía. Entonces, bueno, mi horario de trabajo empezaba, bueno a las nueve de la mañana, que yo llegaba a la escuela, de diez de la mañana a cinco del mediodía yo trabajaba con la compañía. Y de seis de la tarde a nueve de la noche yo me quedaba en la escuela de ballet a aprender los pasos de ballet. Mi horario era de nueve de la mañana a nueve de la noche, ininterrumpidamente, y no podía ser de otra manera. Y mientras, bueno, intentaba llevar los estudios en un instituto nocturno por correo, pero llegó un momento en el que ya no podía más. Y ahí fue uno de esos momentos de la vida increíbles, todo esto en el transcurso de este año, que me senté con mis padres y les dije: “Dadme un año”, digo: “Dejadme que yo deje los estudios por un año. Si me dais ese año y esto no funciona, yo dejo el ballet y me vuelvo a Bilbao, y me pongo a estudiar la carrera que queráis”. Además, yo era bueno en los estudios, tenía buenas notas.

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“Pero me tenéis que dar ese año”. Tuve la fortuna de que mis padres me creyeron, me dieron esa oportunidad y bueno, ese año funcionó y tuve que dejar los estudios, algo que no recomiendo. Por eso digo que soy muy malo dando consejos, porque no soy ejemplo de vida, para nada. Mi vida se ha construido al revés, entonces no quiero ser un ejemplo. Sí puedo ser un ejemplo de decir: “Las cosas se pueden conseguir incluso si la vida viene torcida”, pero es mejor subir los peldaños correctamente, ¿vale? Eso es lo ideal. Y porque aparte pertenezco a una profesión, como los deportistas en general, si alguno está soñando ser deportista, que son profesiones en las que trabajamos con el cuerpo y con lo físico, y en que las lesiones están a la orden del día. Y que nos puede pasar algo así ahora mismo, y ya no poder ejercer lo que queríamos hacer, entonces tenemos que tener una formación detrás. Y porque yo, lo que digo a mis niños en la escuela que tengo, digo: “Un bailarín o un futbolista, juega y baila como es aquí. Si es inteligente, jugará inteligentemente y si es estúpido, jugará estúpidamente”. Y para eso la formación es importante.

27:56
Marta. Hola, yo soy Marta y estoy actualmente estudiando danza en un conservatorio ,y cuando pensamos en la danza pensamos como en un baile de grupo, pero tú has trabajado mucho solo. Entonces, ¿qué ha sido lo más duro de trabajar solo y qué has aprendido de eso, de esas etapas de estar solo?

28:18
Igor Yebra. Me tocó trabajar solo, bastante solo, desde el inicio, porque, como os he dicho, bueno, catorce años, en una compañía, todos sabían bailar, yo no sabía bailar. Entonces tenía que perfeccionar todo, no perfeccionar, tenía que aprender, tenía que agarrar el tiempo perdido, tenía que esforzarme más. Entonces, ya desde pequeñito, bueno, pequeñito, desde que empecé con catorce años, hasta el tiempo que tenía libre, me ponía yo solo, me agarraba la barra y me ponía a hacer ejercicios yo solo, yo solo, yo solo y metido en mi mundo, porque había perdido mucho tiempo. Entonces, tenía que atraparlo. Como he dicho antes, a los veintitrés años o una cosa así quería bailar ballet clásico. En esa compañía no se bailaba ballet clásico y veía que mi tiempo pasaba, entonces tenía que dar un salto más. Y ese salto más era salir, salir de esa protección que la compañía te daba. Entonces, bueno, dije: “Voy a intentarlo”. Lo normal de un bailarín es entrar dentro de una compañía y ahí bueno, pues ahí va aprendiendo ese repertorio. ¿Qué ocurre? Yo había hecho un cálculo matemático, ya os digo que estudiaba y las matemáticas no se me daban mal, y eché un cálculo matemático. Decía: “Veintitrés, veinticuatro años, si quiero bailar todos los ballets que quiero bailar dentro de una compañía, voy a tardar mucho tiempo”. Entonces dije: “Bueno, vamos a probar una carrera como “freelance”, como un bailarín que es llamado y va de un lugar al otro”. Tenía un mánager que me llevara y ahí empezó esa carrera. La carrera como bailarín en solitario es muy difícil, muy dura y desaconsejable.

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Yo no lo aconsejo para nada. Hay que tener un punto de locura, que ese lo tengo, lo admito, por eso digo que no quedé muy cuerdo con todo lo que me ha pasado en la vida, porque tengo ese punto de verso, verso libre y verso suelto. Yo siempre digo: “Si quieres que esté contigo, déjame volar”. En el momento en que me pones nada, una mínima cosa, ya me ahogo. Entonces dije: “Voy a probarlo de esa manera”. ¿Qué ocurre? De esa manera, cuando tú estás dentro de una compañía, a ti te dicen: “Bueno, vas a bailar esto, esto y esto”, y lo bailas. Si tú tienes una lesión, estás protegido, te paras dos meses, tres, cuatro, sigues cobrando tu dinero y cuando vuelves de esa lesión la vida sigue igual que como estaba. Cuando tú eres un bailarín en solitario, primero, tienes que estar sentado en tu silla esperando a que te llamen por teléfono para que te inviten a bailar. Luego, cuando llegas al lugar, todo el mundo te mira como diciendo: “¿Y por qué han llamado a este, si nosotros todos somos maravillosos y podemos hacer lo mismo que esta persona?”, con lo cual ya entras en un grupo que te está mirando con recelo porque todo el mundo se piensa, y esto pasa en todas las profesiones, todo el mundo nos pensamos que lo podemos hacer todo. Entonces ya te miran con recelo, con lo cual ya tienes una mayor presión. La gente que te ha contratado tampoco se ocupa de ti como cuando estás dentro de un grupo, que perteneces a ese grupo y entonces te dicen: “Esto hazlo así, así y así”. Cuando te contratan, porque se supone que tienes un nivel excepcional, nadie te dice nada. Lo que quieren es el resultado encima del escenario. Entonces, tú tienes que autoimponerte una disciplina muy grande. Para cualquiera que haga danza, lo más duro de un bailarín es la clase diaria de hora y media.

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La famosa barra de ballet que veis ahí, agarrados en la barra, plié, plié, plié, y subo, y bajo, y la repetición continua de los mismos ejercicios durante toda tu vida. Durante seis días de siete, durante una hora y media, todos los días. En el momento que un bailarín de ballet clásico deja de hacer esa rutina, es su final. Ahí empieza su declive. Claro, cuando estás dentro de un grupo tú estás obligado a hacer eso. Cuando tú estás tú solo, no. Entonces, bueno, ahí implica la autoexigencia que uno se tiene que poner a sí mismo. Y esa soledad de que te sientes solo, porque no perteneces a ese grupo, porque todo el mundo te está mirando y porque luego encima vas a estar, en algunos lugares, yo estaba seis días. Algunos hasta cuatro días. Si era una obra que yo ya me conocía perfectamente, porque claro, yo llegaba con los deberes hechos, o sea yo, no estaba como cuando estás dentro de una compañía que llegas, tienes un mes y medio de preparación del ballet, te dicen A, B, C, D, A, B, C, D, 0repites A, B, C, D, pasas luego a F, G, lo que sea. No. Yo pedía un vídeo, en aquella época era un vídeo, luego pedí DVD y luego ya me lo enviaron por WeTransfer, para que veáis cómo cambian los tiempos. Entonces, a mí me enviaban toda la información y yo me ponía yo solo en un estudio de ballet chun, chun, chun, paso, paso, paso, aprendía todo, llegaba al lugar y lo que había que hacer era entrar en los detalles o entrar en lo que a mí me gusta, que es la alta cocina que es, en vez de estar perdiendo el tiempo en enseñar el paso o en cómo pongo la mano, el pie, la cabeza o cómo hago el giro, sino cómo interpreto el personaje.

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Entonces, bueno, claro, eso te crea esa soledad de la que estamos hablando y claro, al mismo tiempo también ¿en qué consiste? En que te llaman, tú vas a un hotel, tú no tienes tu casa, tú vas a un hotel y de un hotel a un teatro, y de un teatro a un hotel, y de un hotel a un avión. Y de ahí a otras ciudades, que te vas a un hotel, un teatro, un avión, un hotel, un teatro, un avión. Son muchas horas, si no la gran mayoría de las horas, contigo mismo. Y cuando estás rodeado, también estás contigo mismo, porque finalmente estás rodeado para lo que estás, que es trabajar. Lo que pasa que ¿cómo se supera el miedo que esto te produce? Volvemos a lo de antes, los miedos famosos que esto te produce: viendo que esto no es un trabajo. Esto es una manera de vivir.

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Hombre 1. Me gustaría saber qué valores se pueden transmitir o aprender con la danza.

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Igor Yebra. Yo siempre lo aconsejo, incluso a los niños y a los mayores, que se pongan a hacer danza cuanto antes. Para mí, de los valores básicos que aporta es la disciplina, sobre todo el ballet clásico, porque hay que ser muy disciplinado. La constancia, porque si no hay constancia, no hay evolución en ese trabajo. Y luego humanamente, para mí la danza, no porque lo haga yo, sino porque es así, soy de Bilbao, tengo que ser rotundo, la danza para mí es todo dentro del mundo del arte, porque si tú la analizas fríamente, un bailarín tiene que esculpir su cuerpo, porque esculpimos el cuerpo. Un bailarín tiene que pintar movimientos en el escenario, o sea que pintamos. Un bailarín cuenta historias, como en la literatura, y un bailarín tiene que hacer todo esto a través de la música. Ahí tienes todas las bellas artes juntas en una. Claro, yo cuando descubrí esto, me hizo que me apasionara absolutamente por todas las artes. No concibo un bailarín, y he conocido muchos, que dicen: “Yo bailo y solo me interesa el ballet”, pues le digo: “Pues te estás perdiendo muchísimas cosas”.

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Y yo creo que la cultura precisamente, el arte, es lo que nos hace ser humanos, nos hace ser socialmente también mejores personas. Entonces, fíjate, el ballet me ha abierto al mundo del arte, al mundo de la cultura. No podemos dejar que eso decaiga. Por eso yo estoy ahora, precisamente, en Uruguay. Yo he vivido la gran crisis que hubo en los inicios del 2000 y la viví en plena carrera. Y de repente veía cómo compañías de danza se cerraban, cómo compañías de teatro, se cerraban o se reconvertían para hacerlos más pequeños y que hicieran menos cosas. Y aquello decías: “¡Guau! ¿Dónde vamos a ir a parar?”. Y de repente me encuentro en un país de tres millones de habitantes donde estaban haciendo el recorrido inverso: tenían una compañía de ochenta años de historia que estaba en un momento muy malo, pero realmente muy malo, donde había más bailarines encima del escenario que público viendo la función. Y entonces llegó un gobierno, porque al fin y al cabo nos encanta criticar a los políticos y a los gobiernos, pero bueno, los responsables somos nosotros, porque somos nosotros los que les votamos. Somos nosotros los que podemos cambiar el pensamiento y nosotros los que tenemos que luchar porque eso ocurra. Entonces, este gobierno decidió que tenía que relanzar la cultura y relanzar esa compañía, que no la podía dejar morir. Y decidió llamar a Julio Bocca. Julio Bocca para quien no sepa, es como uno de los dioses de la danza, yo soy un Pulgarcito al lado. O sea, Julio Bocca, el día que se muera pasa al Olimpo de los dioses de la danza, y yo pasaré a limpiar el Olimpo, pero bueno.

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Y le llamaron a él. Y esa compañía que había estado bailando en espectáculos donde las ratas, y esto es así, literal, las ratas y los gatos pasaban encima del escenario. Bueno, en estos momentos es la compañía que yo dirijo. Cuando Julio Bocca dio un paso al lado, le dijeron: “Propón una persona”, no sé por qué me propuso a mí. Eso es algo que se lo pregunté a él y él se reía, pero nunca me llegó a decir el porqué. Y bueno, me eligieron a mí. Bueno, pues esa compañía, actualmente, tenemos cinco producciones al año, de cada producción tenemos que hacer diez espectáculos y tengo que llenar un teatro de mil ochocientas localidades. Llenamos. Llenamos, pero eso es porque ahí hay una política cultural y hay una gente que ha apostado por lo que es la cultura. El ballet clásico, como la música, no sé si aquí habrá alguien que toque algún instrumento, no hay otra manera para aprenderlo que la repetición constante desde que eres pequeño. Uno se pone a hacer ballet y se pone, se agarra a la barra, se coloca en primera posición y se pasa toda la tarde diciendo: “Y uno, y dos, y tres, y cuatro, y sube, y bajo”. Y no hay otra manera. Y la combinación es eso, son seis posiciones que hay que repetir y variarlas constantemente. Pero es eso. ¿Qué ocurre? Que a día de hoy, con los niños que agarran una tablet y agarran un teléfono y pasan inmediatamente de una cosa a la otra, es muy difícil tenerles atados a esa repetición constante.

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Pero esto no es ni malo ni bueno, esto es lo que hay. Ahí viene la dificultad de los maestros, de los enseñantes, a buscar metodologías que atrapen para hacer esa repetición, porque la repetición hay que hacerla. No nos queda otra si se quiere conseguir algo en la vida. Pero jugando al fútbol también, uno si quiere jugar bien al fútbol y darle, lo que tiene es que estar con el balón: tiki, tiki, tiki, tiki, tiki. Los niños eso lo entienden sin problema. Ahora, en el arte cuesta más, porque es más difícil y porque es más difícil conseguir los resultados. Los resultados tardan más tiempo en verse. No es como en otras cosas, que enseguida vemos un premio. No, en el mundo del arte el premio tarda en llegar, pero esto es como en la vida, todo lo que nos gusta y todo lo que luego nos va a hacer mejores lleva un recorrido y un tiempo. O sea, que fíjate la de cosas que aporta el mundo del arte en general, no me gusta decir el mundo de la danza, porque prefiero decir el mundo del arte y de la cultura. Yo cuando digo: “Soy bailarín”, bueno, sí, pero es falso. Empecé a bailar por las películas de Fred Aster también y por una película que vi, porque ‘Iván el Terrible’ lo vi en un cine. O sea, imagínate. A mí del ballet lo que más me gusta es la actuación, la interpretación. Siempre me costó, cuando he tenido que bailar, bailar cosas sin una historia, un argumento, cosas abstractas en las que solo fuera el movimiento. Lo he hecho y también me gusta, pero siempre me ha gustado desarrollar algún tipo de pensamiento.

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Entonces, el cine siempre me ha apasionado, y el teatro me ha apasionado, y la lectura me ha apasionado. Entonces, bueno, siempre recibí muchas ofertas de hacer teatro. Lo que pasa que mi carrera salvaje no me dejaba tiempo libre. Cuando poco a poco empecé a pensar que los ballets de repertorio ya no los podía bailar, porque hay un tiempo para todo en la vida, dije: “Igual algunas de estas ofertas, pues mira, puede ser interesante”. No sabía qué hacer con mi vida, también. Estaba ahí en un momento de: “¿Qué hago?”. Tenía mucho miedo, precisamente, a no poder seguir realizando lo que había hecho durante toda mi vida. Pero bueno, esas ofertas de trabajo eran de personas, además, importantes. Calixto Bieito, que es uno de los grandes directores de escena de teatro, Carlota Ferrer, que ahora es una de las grandes directoras. Y dije: “Si estas personas que saben tanto me lo están pidiendo, no me lo dicen por mi cara y el uno ochenta y siete, no, me lo están diciendo porque ven que puedo hacerlo”. De ahí viene la confianza en los que saben de lo suyo. Porque si hubiera sido por mí, hubiera dicho: “No lo hago”. Porque yo quiero hacer todo bien hecho. Entonces dije: “Voy a lanzarme en eso”. Y había la aventura esta… Me metí a hacer ‘La casa de Bernarda Alba’. No sé si alguno, seguro que sabéis, o sea, eso es para que veáis que yo soy el último ejemplo a seguir. Lo que pasa que yo siempre digo, por llevar la analogía de los toros: “Uno cuando se mete tiene que pensar o que sale por la puerta grande o rodeado por la Guardia Civil”, con lo cual quiere decir que te ha ido todo muy mal. Yo soy así. Sé que no tengo término medio.

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Entonces digo: “Mira, ‘La casa de Bernarda Alba’, una obra que está hecha principalmente para mujeres”. Bueno, pues la oferta era una obra solo hecha con hombres, y encima a mí me ofrecen el papel de hacer de la madre de Bernarda. Y la madre de Bernarda, que es un señor que se llama Eusebio Poncela, uno de los más grandes actores que hay en este país. Que me sacaba como treinta, voy a decir diez años, porque igual se ofende si lo oye, pero que me saca más años y yo hacía de la madre de él. Tenía a Óscar de la Fuente, otro gran actor. Tenía a Denver, Denver os suena Denver seguro, de la serie famosa esta, también estaba actuando en la obra. Un elenco de actores increíbles. Bueno, yo siempre digo: “Cuando las cosas las haces, no tengas miedo. Hazlas, pero hazlas de verdad”. Todo el mundo me decía: “Estás loco”. Se estrenaba en Madrid, además, no había abierto la boca en un escenario en mi vida, pero dije: “Bueno, vamos a hacer la ecuación: estoy rodeado de un elenco de actores increíbles, con lo cual, todo lo que tengo es a ganar. Porque es aprendizaje. Voy a estar aprendiendo cada segundo que yo esté ensayando esa obra. En segundo lugar, como ellos son tan buenos, si yo lo hago mal, les van a mirar a ellos, no a mí. Tengo una directora que es increíble. Hay un texto que es una maravilla, de un tal García Lorca. Se estrena en Madrid. Ya puestos a estrenar, para qué vamos a andarnos con nada si a Madrid hay que llegar tarde o temprano, ¿no? Pues si se estrena allí, qué le vamos a hacer. Ha sido Madrid, como podía haber sido otro lugar del mundo”.

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Y ahí me metí. Y ahí me metí y bueno, afortunadamente funcionó bien. Pero ¿por qué pude meterme en esto? Porque siempre había tenido curiosidad por el resto de las artes. La disciplina del bailarín me sirvió de muerte. Os cuento una anécdota muy buena, porque claro, eso sí, no es que me metiera ahí y me leo tal, no, no estuve tres meses ahí, yo, de preparación solo, incluso con la directora, nos íbamos aparte y ella me aconsejaba y entonces me dijo la famosa historia del corcho. Entonces los actores, para hablar bien, uno de los trabajos de dicción es que se ponen un corcho en la boca y entonces leen con el corcho en la boca, porque así uno, probadlo en casa, es verdad que aprende a hablar uno, porque empiezas ahí, te cuesta mucho hablar, y entonces empiezas a ser claro en las palabras y no sé qué. Y ya un día que no podía más, estábamos ensayando y le digo: “Oye, Carlota”, le digo, “…pero esto del corcho… a mí es que me cuesta una barbaridad, porque es que me dan ganas de vomitar”, y se me queda mirando y me dice: “Pero ¿tú cuánto tiempo estás con el corcho?”. Y le digo: “Pues no sé, ya a partir de los cuarenta y cinco minutos ya como que lo llevo muy mal”, y me dice: “No, pero lo del corcho es para leer cinco minutitos. Lo dejas, te lo pones…”. Esa es la disciplina del bailarín, al bailarín tú le dices: “El corcho” y es el corcho. Y vamos, ahí estaba yo con el corcho una hora y ya es que me daban arcadas y no podía más. Y luego la profundidad también. El corcho me lo metía demasiado profundo también, o sea, es que al bailarín tú le dices: “Así” y el bailarín cumple como una máquina.

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Yusi. Hola, yo me llamo Yusi y llevo seis años practicando ballet, y también he leído que aparte de ser un gran bailarín, te interesa mucho la literatura y me gustaría saber qué han significado para ti los libros a lo largo de tu vida.

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Igor Yebra. Yo no puedo pasar un día sin haber leído algo. Tengo que haber leído algo, si no me siento mal. Es más, lo primero que hago en mi rutina, en mi rutina diaria, porque aparte de mi vida loca y salvaje de un lado para el otro sin parar, intento establecer una rutina, porque es importante tener unas rutinas, para luego salirte de ellas totalmente. Mi rutina es: levantarme, me tomo un café para ver si me despierto y me pongo a leer. Al menos diez, quince minutos. Si tengo más tiempo, porque es un día que estoy más relajado, leo un poco más, pero al menos diez, quince minutos intento leer algo, y luego a partir de ahí ya empiezo a hacer mis ejercicios y mis cosas y tal. Pero para que veas que es importante para mí, lo ha sido siempre. Afortunadamente, como he dicho al inicio, crecí en una casa con biblioteca. Casi, casi, eso es como para verlo ya en un zoológico, casa con biblioteca. Esperemos que no sea así, intentad tener libros en casa, porque los libros…, el año pasado hicimos un ballet en Uruguay de un coleccionista de libros, Xalambrí, que tiene una de las colecciones más grandes que existen de primeras ediciones del Quijote, porque Montevideo es una ciudad cervantina, y yo me quedé alucinado, porque dije: “¿Cómo puede ser una ciudad cervantina una ciudad tan pequeñita?”. Y es precisamente por este coleccionista. Este coleccionista decía, que era un Quijote, decía que los libros son la escalera que nos conduce al cielo.

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Yo creo que los libros son las escaleras que nos conducen al conocimiento. Y el conocimiento es lo más grande que hay. Entonces, bueno, desde pequeñito tenía libros en mi casa. Yo empecé leyendo literatura, pues bueno, los cuentos normales. Luego había, en aquella época se leían ‘Los Cinco’ y ‘Los Hollister’, no sé si existirán. Y luego tuve la fortuna de que en el patio de mi casa, justo debajo, había una librería. Una librería, que ya el nombre era genial, porque se llamaba ‘El Paraíso’. Y era de un loco, de un loco que se dedicaba a viajar por el mundo. Pero tenía esa librería, que la llevaría otra persona, pero ese loco viajaba y de vez en cuando iba por ahí. Para un niño era un personaje fascinante y ese loco, además, dejaba que los niños sacáramos los libros fuera y los estuviéramos leyendo ahí, en la calle. Entonces, bueno, eso hizo para mí un arraigo increíble. Ahí me acuerdo de pequeñito, viendo los libros de Astérix y Obélix, por ejemplo, Mafalda. Que Mafalda no es para los niños, casi, ya es una cosa de adultos, pero Mafalda yo me acuerdo de haberlo visto y haberlo leído muy jovencito. Entonces, eso te va formando. Al dejar la escuela tan pronto, a los trece años, yo me di cuenta de que iba a tener una falta muy grande. Entonces, digamos que mis educadores, mis maestros, fueron los libros. Los libros tienen un peligro, también, tienen un peligro. Me hubiera gustado tener una persona al lado, ese famoso mentor o mentora, que me hubiera dicho qué libros leer y qué libros no leer.

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Leí muy jovencito Dostoyevski, casi la obra completa. Antes de los dieciocho años me había leído Dostoyevski y, seguido de esto, me fui con Kundera y seguido, no me fui a un sanatorio mental de milagro, porque eran escritores muy duros y muy pesados y que hay que tener un conocimiento para digerirlos y madurarlos. Oscar Wilde, que además aquí ya se ha aconsejado Oscar Wilde, lo vuelvo a aconsejar, el ‘De profundis’, cualquier libro de Oscar Wilde. Pero yo, por ejemplo, ‘El retrato de Dorian Gray’ lo leí con catorce años de tirón. No entendí absolutamente nada, pero me fascinó. Es un libro que he leído cuatro veces en mi vida, y cada vez que lo he leído he sacado conclusiones diferentes, que no me dejan de maravillar y de seducir. Y es el mismo libro. Y no es que el libro haya cambiado, ha cambiado y ha evolucionado la persona, de una manera. Por lo tanto, es un maestro que, aunque tenga las palabras escritas, y sean las mismas palabras, los mismos puntos, las mismas comas, no deja de darte lecciones de vida diferentes. Y como hablo de ese libro, hablo de cualquier otro. Por lo tanto, los libros, yo siempre digo: “¿No sabéis qué regalar? Regalad un libro, aunque luego lo tiren, aunque luego no le hagan caso, regalad un libro, regalad ese libro que os guste”, porque me parece que es algo fundamental. ¿Que os gusta leer en la tablet? Leed en la tablet. No tengo ningún prejuicio contra ese tipo de cosas. Hay gente que dice: “Ay, no sé qué”. A mí me encanta el libro de papel, me encanta la hoja, me encanta el olor, me encanta ver las letras, me encanta tocar, soy de eso, pero también he leído libros en la tablet. El caso es leer, leer.

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A mi hermano, por ejemplo, le encantan los cómics, entonces yo sé que mi hermano no va a agarrar un libro de Kafka, por ejemplo, y ponerse a leerlo. Bueno, pues encontré en una librería, porque me encanta hurgar en las librerías, y además estoy en un país maravilloso, tanto como Buenos Aires, también, tienen librerías de libros antiguos, increíbles, y encuentras ediciones mágicas. Y ahí encontré un señor, un pintor de cómics muy relevante, que había hecho un libro con historias de cómics de Kafka. Entonces dije: “Ya está, a mi hermano”. Cómic, mi hermano, Kafka, lo que a mí me gusta pues se lo regalé a él. Y está encantado. O sea, se pueden encontrar los medios. No hay que obligar a la gente. Esto siempre lo digo, si alguien no quiere leer, que no lea. Punto, y ya está, se lo pierde, desgraciadamente, o igual lo cubre con otra cosa en la vida. Tampoco pasa nada. No somos ni más listos ni menos listos por no hacerlo. Sí es aconsejable, porque nos hace descubrir un mundo nuevo.

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Sara. Encantada, Igor, soy Sara, soy bailarina también, de danzas urbanas, pero tengo también formación en danza clásica y me gustaría saber qué maestros o qué referentes has tenido y qué recuerdos tienes de ellos.

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Igor Yebra. He tenido maestros de carrera, vamos a decirlo, maestros del mundo de la danza, maestros de vida. Y no sabría diferenciarte, y no sabría decirte cuáles son mejores y cuáles peores. En el mundo de la danza, bueno, tengo la fortuna de que yo hice mi carrera principalmente en los tres países más importantes, que es el mundo del ballet clásico. El mundo del ballet clásico se origina en Francia, seguido va a Italia y después lo evoluciona Rusia. Luego ya siguieron el resto. Pero bueno, en mi carrera, principalmente he estado en estos tres países. En Italia la pude hacer con Carla Fracci, otra de esas personas que cuando se mueran pasan al Olimpo de los dioses de la danza. En la ópera de Roma estuve casi catorce años, doce años trabajando con ella ininterrumpidamente, y para mí fue una persona de la que aprendí mucho. Y aprendí, sobre todo, porque es una persona mayor que seguía y sigue todavía bailando y mucha gente la mira y dice: “Ay, pero ¿por qué? Que se retire. Y digo: “¿Y por qué se va a retirar si es su vida?”. Que además tiene un sentido del humor brutal. Me acuerdo, íbamos a bailar a Moscú en el Bolshoi, de gira con la ópera de Roma y llegamos al hotel, un hotel de aquellas épocas soviéticas, estos hoteles que casi entras y te dan miedo, a ella le dan la suite del hotel, la mejor habitación, y de repente entramos y había una nevera que era como de metro ochenta de estas antiguas, así, que además hacia un ruido… Y llega a la habitación y ella ve ahí, se abre, además, ella siempre es una señora toda de blanco, muy digna, toda estirada. Mira la nevera y dice: “Estos saben que voy a morir pronto y me han preparado el sarcófago”.

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Y me acuerdo que le dije: “¿Quieres que te cambien de habitación? ¿Quieres que baje abajo?”. Y me dijo ella: “Mire, ¿sabes por qué soy conocida? Porque he bailado en el lugar más grande y en el lugar más pequeño. Me he acostado en el hotel más increíble y en la pensión más pequeña. Esto es simplemente un vehículo para llegar a mi objetivo, que es subirme en el escenario y hablar con el público, algo que a día de hoy se nos ha olvidado”. Entonces, bueno, tuve a esa. En Francia trabajé durante dieciocho años en la ópera de Burdeos, con Charles Jude. Charles Jude fue una gran estrella de la ópera de París. Y bueno, otra cosa de la vida. Yo toda mi vida me había dicho: “Francia, yo no voy a trabajar nunca en Francia. Los franceses, que son especiales, siempre miran a todos así, y ven aquí al español”… Yo cuando salía a bailar fuera y me veían moreno, uno ochenta y siete, yo decía: “Yo bailo”, y me hacían todos: ¿taca, taca, tacatá? Y decía: “No, taca, taca, no”. Digo… O sea, y me miraban como esto y hasta que no me ponía a bailar me miraban con ojos así, extraños. Y bueno, toda mi vida diciendo: “No voy a bailar, no voy a bailar allí, no voy a bailar allí”. Y un día, por circunstancias X, me llama esta persona a mi móvil de teléfono y me dice: “Hola, soy Charles Jude”, y yo diciendo: “Ah, ¿sí?”, y me dice: “Quiero que te vengas a Burdeos porque te quiero ver. Me han hablado de ti, te quiero ver”. Bueno, todo esto, de una cosa que fue así al final durante dieciséis, dieciocho años, estuve trabajando allí ininterrumpidamente. Es más, ellos me dieron el título de “Étoile de la Danse”, que es como estrella de la danza, que además para ellos era como… Cuando dijeron: “Te vamos a dar el título de Étoile”, y yo decía: “¿Y qué hago con eso? Voy a España y digo: ‘Soy Étoile’ y lo más que piensan, es decir: ‘¿A qué baño vas?’. No me sirve para nada en mi país”.

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Pero se lo agradezco enormemente, porque para ellos darme eso era como… me estaban dando el galardón más alto que te pueden dar a un bailarín. Entonces, bueno, también aprendí todo lo que era Nuréyev para el mundo de la danza, y lo aprendí de él. Y luego, ya en Rusia, como he dicho con Yuri Grigorovich, tuve la oportunidad de trabajar ahí. Entonces, bueno, ahí tengo tres maestros a nivel carrera que me aportaron muchísimo, pero luego tengo una maestra que además está aquí en Madrid, que se llama Ángela Santos, que está en una escuelita, bueno, una escuelita, una escuela, la escuela Duque, que para mí es una maestra de danza, pero es una maestra de vida, que es lo más importante. Bueno, pues esta señora, cuando yo tenía mis momentos bajos, cuando yo tuve una lesión importante, ella venía y me daba clase y me escuchaba, y me veía cómo lloraba, e igual podía trabajar solo cinco minutos y luego me venía la depresión y no podía continuar, y ella seguía. Y me enseñó muchas cosas de la vida y cuando yo estaba en medio de todo esto, ella tuvo un cáncer, un cáncer de mama y ella venía a darme clases. Ya sin pelo, con un pañuelo, venía a mí y a otros monstruos más que estábamos ahí, y venía a darnos clases y decía: “Guau, qué enseñanza”. He tenido la suerte y la fortuna de estar con grandes personas mundialmente conocidas, pero he aprendido más de este tipo de gente.

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Por ejemplo, estuve en un teatro en Ufá, en los Urales. Está lejísimos, para llegar hasta allí casi son…, no sé si fueron como veintiocho horas de viaje o una cosa así, porque tienes que agarrar dos aviones, luego un tren…, una locura. Y me acuerdo que al terminar la función, con treinta grados bajo cero, un frío que te mueres, termina la función, yo me había tomado mi tiempo en salir, como cuarenta y cinco minutos entre que termina y salgo. Y ahí había dos señoras mayores, dos viejecitas de estas típicas rusas con su pañuelo en la cabeza, su vestido, sus bolsas de plástico, porque van siempre con las bolsas de plástico al teatro, a todos los sitios, que han ahorrado lo que no tienen para ir a ver una función de ballet, que la señora me dice en castellano: “Por favor, vuelve”. Para mí eso ha sido lo más gratificante, una de las cosas más gratificantes que he recibido en mi carrera como bailarín. Y he bailado en el Bolshoi, el Mariinsky, La Escala… Aquel teatro perdido del mundo con aquella señora me dio una lección de vida. Es una maestra.

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Alejandra. Hola, Igor, me llamo Alejandra y a mi también me gusta mucho bailar. Y sé que la vida te ha enseñado muchas cosas sobre el baile, pero me gustaría que me dijeses que es lo que más te ha gustado.

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Igor Yebra. Todo, incluido los malos momentos. Y he tenido muy malos momentos. He tenido momentos en los que no quise bailar nunca más, en los que estuve a punto de tirar la toalla, pero afortunadamente no lo hice. No lo hice, y seguí en la batalla. Pero hasta esos malos momentos no los cambiaría. No los cambiaría porque esos malos momentos me hicieron resurgir más fuerte. Llegó un momento en mi vida en que durante tres meses no hice un solo movimiento, esto es para que os imaginéis en qué estado mental yo estaba, y quería dejarlo realmente, porque había sufrido muchas cosas y no sabía si valía la pena. Bueno, pues al final lo superé. Entonces, de los momentos buenos que he tenido y maravillosos, pues bueno, no le quito nada, pero es que de los momentos malos que he tenido tampoco se los quito. Porque al final para mí esto no es un trabajo. Esto me lo enseñó Antonio Gala, sabréis quién es Antonio Gala. Los pequeñitos también tenéis que saber quién es Antonio Gala, porque es uno de los más grandes escritores que hay en este país. Bueno, pues en uno de esos momentos malos en los que yo quería dejar de bailar, yo siempre lo digo, me salvó la vocación. Porque yo quería dejar de bailar y tuve la fortuna de conocerle a él, él ni se acordará de que me conoció, ni se acordará de que me ha escrito cuatro letras que para él no son nada y para mí lo fueron todo.

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Y en esas cuatro letras me dijo: “No vas a superar esta crisis, no podrás retomarlo hasta que no te des cuenta de que tú no lo vives como un trabajo ni como una profesión, de que tú lo estás viviendo como una vocación”. Y claro, yo lo estaba mirando como un trabajo y una profesión. Entonces la cuenta no me salía, cuando yo sumaba dos y dos no me salían cuatro. Aquellas palabras, y el darme cuenta de que realmente yo vivo una vocación, yo vivo una pasión, eso fue lo que me ayudó a salir de eso. Esas palabras sabias de un hombre tan sabio. Y a partir de ahí me hizo también entender lo que es una vocación y la gente que vive su vida como una vocación. Y a respetar mucho a esa gente. Y a comprenderla, y a no juzgarla, sobre todo, porque tenemos la mala costumbre de juzgar a los demás. Como decía un proverbio indio americano, más o menos decía: “No juzgues a los demás hasta que no puedas caminar con sus propios mocasines durante cuatro lunas”. Eso es imposible. Por lo tanto, no juzguéis a nadie. Y ya os digo, el comprender que yo tengo una vocación y no tengo una carrera ni una profesión, que tengo un objetivo por el cual vivir, es lo que me ha hecho llegar hasta hoy. Y eso es muy duro y es muy difícil, y no tanto para vosotros como para las personas que os rodean. Porque a veces es difícil entender, como te he dicho, yo tengo una hija y la tengo separada, y no quiere decir que no la ame. La amo y la quiero profundamente. No quiere decir que a mis padres, a mi pareja, que a todo el mundo no les ame, pero mi necesidad, lo que hace que me siga latiendo el corazón, es otra.

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No quiere decir que no les de tiempo, les doy, pero les doy tiempo de calidad, no tiempo de cantidad, porque a veces equivocamos y confundimos la cantidad con la calidad. Y eso es algo fundamental. Por lo tanto, la respuesta sería, todo, con mayúsculas. Y aprovechando esto y así no os voy a dar más la vara, ¿me traéis lo que he traído? Y así vais a entender por qué lo que estoy diciendo. Bueno, antes de esto me ha quedado otra cosa en el alero, cuando decimos los grandes maestros, y he dicho la gran maestra, para mí mis grandes maestros son los padres, afortunadamente, y mi gran maestra es mi madre. Con todas las desavenencias. Desavenencias quiere decir, problemas, enfadarnos, no hablarnos… Ese tipo de cosas que ocurren, tienen que ocurrir y han de ocurrir. Pero bueno, mi madre me regaló, justo cuando me iba a ir a Madrid, nos regaló a los tres, a cada uno de los hermanos, nos regaló una cartulina así y así, con una foto y unas palabras escritas. Ni me acuerdo lo que le regaló a mis hermanos, ni sé si se acordarán, luego cuando llegue a casa le voy a preguntar a mis hermanos si se acuerdan de lo que les regaló. A mí, lo que me regaló a mí, me quedó marcado a fuego para toda la vida.

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Entonces, me regaló una foto de un amanecer sobre una playa, un sol que se ponía y la frase era: “Tú puedes ser lo que desees. Solo existe un obstáculo: tú mismo”. Y para mí eso ha sido un leitmotiv de vida. Y es más, yo esa foto, la plastifiqué, bueno, la plastifiqué a mi manera, porque era muy jovencito y me la llevé conmigo a todos los lugares del mundo, durante muchos años. Desgraciadamente, en un teatro, me desapareció. No sé a quién le serviría un papel con una frase en una cartulina, pero me desapareció. Pero no pasa absolutamente nada por que desapareciera y que eso ya no lo tenga más conmigo. Esto también va ligado a cuando tenemos una posesión o algo y no queremos que se nos pierda y se nos pierde y ocurre un drama. No ha ocurrido ningún drama ni ninguna tragedia. Como veis, os lo estoy contando y yo cierro los ojos y tengo esa foto. Y tengo esas palabras, que continuamente me vienen y me dicen: “Hazlo. Puedes hacerlo”. Entonces, para que veáis lo importante que pueden ser unas palabras, una frase y una motivación. Y entonces, bueno, para terminar, he traído una cosa para leeros, porque tiene sentido con lo que estábamos hablando del camino y los objetivos. Porque, como he dicho, la lectura me ha marcado mucho, a través de las palabras.

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Bueno, aquí hay un gran poeta que se llama Constantino Cavafis, y hay un poema que se llama ‘Ítaca’, que además muchas veces lo oiréis a lo largo de la vida, porque hay cantantes que utilizan y utilizan esta expresión de Ítaca. Pero realmente, la gente, el poema no sabe ni de qué va. Entonces, sí quería leéroslo, hay palabras que ni se entienden ni hace falta entenderlas. Y bueno, cuando dice: “lestrigones”, “cíclope”, “Poseidón”, podemos igualar eso a problemas, a miedos. Poneos un objetivo en la vida, poneos una Ítaca, que probablemente llegaréis de viejos, sin esperanza, o quizás ni siquiera llegaréis, porque lo que importa no es ese objetivo, lo que importa es el camino para llegar a conseguir ese objetivo y lo que hagamos todos los días, el día a día.

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Y aquí no lo dice, pero de los miedos y de esos problemas que encontremos durante el camino también podemos salir adelante si tenemos bien claro el objetivo…

«Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones, ni a los cíclopes,
ni al colérico Poseidón.
Seres tales jamás hallarás en tu camino
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca a tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones, ni a los cíclopes,
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo,
que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues, ¡con qué placer y alegría!,
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales.
Cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar viejo ya en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje,
sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas».

Ahí queda.