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La magia de las plantas urbanas

Eduardo Barba

La magia de las plantas urbanas

Eduardo Barba

Jardinero, paisajista y escritor


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Eduardo Barba

Desde niño, su pasión fueron las plantas. El infinito mundo de la botánica despertaba su imaginación y su curiosidad: “Desde que era pequeño, gozaba y me olvidaba del tiempo observando y cultivando estos seres vivos maravillosos que nos rodean”, explica el jardinero, paisajista, profesor y escritor Eduardo Barba. Una pasión que años más tarde uniría a otra de sus facetas: su fascinación por el arte. La unión del mundo vegetal con el mundo del arte desembocaría en su carrera como investigador botánico en obras de arte.

Eduardo Barba decidió investigar y enumerar la botánica reflejada en todas las obras del Museo del Prado. Un resumen de este trabajo lo plasmó en su primer libro, ‘El jardín del Prado’ (2020). En 2021 publicó su segundo libro ‘Una flor en el asfalto’, ilustrado por Raquel Aparicio. En 2023 publicará ‘El paraíso a pinceladas’, una obra donde describe los jardines en las obras de arte. Eduardo Barba es colaborador habitual del diario El País, en su columna ‘Cuaderno del jardinero’, y en la sección ‘Meterse en un jardín’ del programa radiofónico ‘Hoy por hoy’ (Cadena SER). Ha colaborado también con instituciones como el Museo Thyssen-Bornemisza, el Museo Lázaro Galdiano o el Museo de Bellas Artes de Bilbao. También ha sido artífice de la implantación y mantenimiento de plantas y jardines en países como Bélgica, Francia, Italia, Países Bajos, Estados Unidos o Australia. Como profesor de jardinería e investigador, afirma: “Disfruto abriendo la mirada a las personas, tanto para apreciar cómo se desarrolla una planta en un jardín, como para asombrarse viendo cómo un pintor ha hecho brotar a pinceladas una flor”.


Transcripción

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Eduardo Barba. Hola, me llamo Eduardo Barba, soy jardinero, soy paisajista también, escribo libros. Tengo un par de libros publicados y hago un análisis botánico de las obras de arte, enfocándolas desde un lado muy jardinero, que es, al final, a lo que me dedico yo, a la jardinería. Cuando yo era pequeño recuerdo siempre con cariño cuando iba al mercado con mi madre y buscaba esas plantas que crecían por las azoteas, por los balcones de mi barrio. Y recuerdo también con mucho cariño cuando mi madre encontraba un pequeño fragmento de una planta en el suelo. Ella lo cogía, se lo llevaba a casa, lo ponía en una maceta a crecer y le daba vida. Para mí, como niño era una cosa muy emocionante, ver cómo era capaz de dar vida a un trocito de planta que parecía totalmente muerta, que parecía algo ya perdido para la vida y ella era capaz de conseguir con ese pequeño milagro flores y una belleza que a mí me cautivaba. Para mí, el balcón, la terraza de la casa de mis padres siempre fue mi peculiar Serengueti. No teníamos un gran jardín, pero yo en mi terraza me sentía realmente muy vivo gracias a los cuidados que mi madre le daba a las plantas. Así que, desde entonces, la jardinería y las plantas han ocupado en mi vida un lugar muy importante, hasta el punto de dedicarme profesionalmente a ello. Mi padre también, con su pasión por los libros, siempre, pues apoyó toda mi curiosidad y siempre que necesitaba un libro en casa, siempre ese libro acababa llegando a mis manos de una manera o de otra. Y era también una manera muy bella de alimentar mi curiosidad como un niño, un niño que quería aprender de la vida, aprender de todo lo que nos rodeaba. Hay una frase que yo recuerdo, que incluí precisamente en uno de mis libros, que es de Íñigo Domínguez, donde menciona algo que para mí es muy significativo en mi vida y en lo que en lo que nos rodea.

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“Uno no se da cuenta de cuánto se ha alejado de la naturaleza y de cuánto ha perdido la curiosidad hasta que ve a un niño seguir el rastro de una hormiga”. Yo creo que eso es lo que nos pasa a muchas personas, que perdemos esa curiosidad de niños y que nos hace quedarnos un poquito más encapsulados, nuestras vidas. Y es verdad que yo creo que una de las cosas que es muy emotiva y siempre muy beneficiosa es el seguir teniendo esa curiosidad vital que tiene un niño y seguir ese rastro de la hormiga. ¿Por qué no? ¿Hasta dónde lleva? ¿De dónde viene? ¿Adónde va? Eso yo creo que es muy bello. Yo desde pequeño siempre quería ser biólogo, quería ser biólogo. A mí la biología me apasionaba. Era la típica pregunta cuando te dicen: “Oye, ¿tú qué quieres ser de mayor?” “Futbolista, quiero ser cantante, quiero ser lo que sea”. Yo siempre pensaba en una cosa muy clara que era la biología. Yo quería ser biólogo y además pues era siempre como motivo de chanza. El niño, que era un poquito más raro, que quería ser biólogo, que quizás no era tan habitual. Las matemáticas nunca me gustaron y cuando tuve que decidir qué hacer dije una primavera: “¿Por qué no hacerme jardinero?” Y lo que hice fue indagar en todo este mundo que tantas satisfacciones me ha dado y que gracias a las plantas he conseguido unir muchas de mis pasiones. Al final, las plantas en mi vida es una base y un unificador de muchas de las tareas que yo hago cada día. Yo todos los días voy al jardín. Es muy habitual si no es en el de mi terraza, algún jardín de algún cliente o con mis alumnos, y entras al jardín de una manera y sales de otra. Parece como una cosa muy manida, es verdad, pero siempre el jardín te va a dar un ámbito más de experiencia y te va a enseñar algo. En un jardín eres capaz de aprender filosofía, por supuesto biología y botánica, claro está, eso es algo innegable, pero también esa paciencia, te va a enseñar la planta lo que es la paciencia, lo que es la observación, lo que son muchas de las cualidades que deseamos en nuestro día a día. Entonces, yo creo que al final el cuidar de plantas es una manera más reflexiva de enfrentarnos a nosotros mismos.

Botánica y arte: un mundo por descubrir. Eduardo Barba, jardinero, paisajista y escritor
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Cuando nosotros cuidamos de plantas, al final es la planta la que nos cuida a nosotros. Es una de las cosas que también es muy manida, pero que es cierta. Cuando nosotros cuidamos de otra persona, cuando cuidamos otro ser vivo, al final nos salimos un poquito de nosotros mismos y nos evadimos un poco de ese runrún continuo que tenemos en nuestro día a día, que a veces es necesario evadirse con estos recursos. Yo creo incluso que la jardinería tendría que ser una asignatura que se impartiera incluso hasta en las escuelas. Es una cosa que para mí sería una maravilla, porque cuando un niño está enfrentándose a estas plantas, a estos seres vivos, se olvida también de sí mismo. Está comprobado que en las escuelas donde hay plantas en las aulas el acoso entre chavales es menor porque se integran más también en el cuidado de esas mismas plantas. Entonces es algo muy bello. Yo creo que la jardinería nos enseñaría además a hacer menos ásperas enseñanzas que quizás no son tan populares entre los niños como son las matemáticas, la física, la química. Cuando tienes plantas es mucho más fácil. Al final es un catalizador. Las plantas se pueden llegar a convertir en un catalizador también para enseñar cosas y conceptos muy complejos que a veces a un niño le es muy complicado llegar a entender. Así que, bueno, estoy aquí para resolver dudas y que, si tenéis curiosidad en ellas, estoy encantado de contestarlas.

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Ángel. Hola, Eduardo. En uno de tus libros dices que hay una universidad de conocimiento en las gentes del campo. ¿Podrías explicarnos más sobre ello?

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Eduardo Barba. Sí, totalmente, totalmente. Hay una cosa que también es muy curiosa, que ha habido un pensamiento muy peyorativo hacia los oficios del campo: el agricultor, el ganadero… Yo estuve un mes trabajando de cabrero en el Montsec, en Lérida, y para mí ese mes fue también de nuevo como hacer un pequeño máster. Estar todos los días subiendo al campo, al monte, con cabras, bajando, observando los ciclos de la naturaleza, también, cada día que pasaba, los amaneceres, los atardeceres. Pero sí que es verdad que en muchas ocasiones me he encontrado pequeños comentarios despectivos de cómo la gente no aprecia estos oficios que son más ligados a la tierra y sin los cuales sabemos todos perfectamente que la sociedad no avanzaría. Sin una tablet, sin un teléfono la gente puede vivir perfectamente. Sin alimentos, sin animales o sin plantas que consumir no podríamos subsistir. También es un pensamiento bastante recurrente, pero es así. Yo recuerdo siempre con mucho cariño las conversaciones que he tenido con gente que cultiva las huertas, por ejemplo. Yo cuando voy a una zona nueva a hacer un jardín, una de las cosas que me gusta mucho es hablar con hortelanos o con gente que lleve allí ya mucho tiempo. ¿Por qué? Porque son las personas que mejor van a conocer ese lugar, la tierra, el clima, las plantas que se adaptan mejor o peor. Son ellos los que conocen realmente los recursos y eso me parece también muy bello. Yo en uno de los centros educativos donde trabajo, allí está Feli, y Feli es uno de los hortelanos, ya jubilado, que cultiva una de las parcelas que tiene allí el colegio para disposición de muchas personas, muchos voluntarios. Yo cuando tengo alguna duda de alguna de las plantas que él cultiva, Feli sabes que te la va a contestar, de una manera muy sencilla, muy directa y sin quizás tampoco un vocabulario técnico que no es necesario, pero de una manera que es bellísima, que es con su experiencia.

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A mí, como jardinero, también me he encontrado en algunas ocasiones cómo simplemente por el hecho de decir que soy jardinero, pues ha habido un… no menosprecio, estamos ya en un siglo XXI, que ya desde luego se ha quitado un poquito el polvo del pasado, pero sí con una especie de categoría. Cuando a veces digo: “Soy jardinero”. Las personas parece que ya hay un porcentaje mínimo que te sitúa, te clasifica. Ya no eres universitario, ya no tienes una carrera. Creo que al final lo más bello es aprender de cualquier persona. Yo estoy totalmente convencido y es algo que aplico cada día a mi vida, es que de cada una de las personas se puede aprender y eso es algo muy bello. Eso yo lo aprendí de unos muy buenos amigos, cómo cada uno puede dar luz a otra persona. No hace falta que tenga un trabajo técnico, no hace falta que sea un ingeniero, no hace falta que sea una médico, no, cualquier persona. Hasta con las profesiones quizás más humildes son capaces de enseñarte algo nuevo y distinto. Y yo creo que eso es algo, un aprendizaje, que eso sí que es universidad y eso sí que es escuela de vida realmente.

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Marcos. Eduardo, ¿qué es lo que te llevó a ti a investigar las plantas de museos en obras de arte?

08:42
Eduardo Barba. Yo me fui a vivir unos meses a Estados Unidos y allí lo que hice fue hacer un pequeño viaje también con mi compañera de aquel entonces y visitamos lo que se suele hacer. Vas a cualquier ciudad, vas a Nueva York, vas a Berlín, vas a Roma y siempre reservas una mañana para visitar el Metropolitan, para visitar alguna galería de arte. Es algo que es muy habitual. Fui a ver el Metropolitan de Nueva York, la National Gallery de Washington, el Museo de Bellas Artes de Boston, y de repente, allí, en el Metropolitan, en la segunda visita que hice, se me iluminó de repente una bombillita, dije: “Andá, ¡pero si el arte me encanta! Si esto es algo que de pequeño me gustaba mucho”. Siempre esa motivación y esa curiosidad que tenemos desde pequeños, que decimos que es bueno que no se nos olvide. Pues ahí apareció de nuevo de repente. Y cuando regresé a Madrid en el año 2013, dije: “Pero bueno, vivo en una ciudad con uno de los museos de arte más maravillosos que hay, que es el Museo del Prado, y no lo conozco casi”. Porque es muy habitual que fuéramos allí solo en tiempos de la escuela, en tiempos de cuando viene alguna visita, muy habitual, viene alguien de fuera a verte y bueno, pues vamos a dar una vuelta por el Museo del Prado. Bien, pues yo lo que hice fue, el día de mi cumpleaños, en febrero, me concedí el regalo de ir al Museo del Prado y en mi primera visita yo me quedé totalmente fascinado. Empecé por las salas del XIX, el periodo más cercano que tiene a nosotros el Museo del Prado, y de repente, cuadro tras cuadro, me iban sorprendiendo las historias, las anécdotas, las miradas, las manos. Veía unos colores distintos. Cada nuevo cuadro era como una especie de nueva película que me ofrecían para mí solo y que yo era capaz de interpretar de una manera o de otra, a veces incluso sin saber la historia que había detrás real de esa pintura.

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Y algo que me sucedió a continuación es darme cuenta de que cuando salí del Museo del Prado habían pasado… no sé si fueron cinco o seis horas absolutamente rápidas, muy rápidas, sin darme cuenta y era porque me había salido de mí, como suelo hacer con las plantas, con los jardines, cuando trabajo con ellas y encontré ese nexo del tiempo que se detiene, de esa relatividad del tiempo. Al poco tiempo, un buen amigo vino un día con una pregunta muy bella: “Edu, ¿me podrías identificar esta planta que aparece en una obra de arte?” La obra de arte en concreto era un grabado del “Hortus Sanitatis”, un tratado botánico del siglo XV, con unas ilustraciones, por llamarlo de alguna manera, son realmente estampas. Estampas hechas con la técnica de la madera, la incisión en madera, la xilografía. Y son unas estampas que son muy vagas, son con unas características muy toscas que ya en época ya se le atribuyó de una manera bastante peyorativa que no eran muy reales. Bien, pues cuando me ofreció esta lámina mi amigo, yo le dije: “Es imposible”. No encontraba el nexo con nada que fuera realmente descriptivo, realmente realista. Sí que se podría asemejar a una gramínea o a un acorus, que es un género muy grande de la botánica, pero no era nada real. De hecho, a día de hoy, ningún botánico es capaz de identificarla, pero eso abre una puerta en mí. ¿Y qué puerta fue? Que regresé al Museo del Prado con una curiosidad y dije: “Hombre, ¿por qué no aprender de las plantas que han dibujado, que han plasmado en estos cuadros, en estas esculturas, todos estos artistas de siglos pasados?” Y lo que hice fue eso.

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El día que regresé al Museo del Prado me fui a la tienda del museo, compré una libretita chiquitita con la portada de Patinir, con uno de mis fragmentos botánicos más impresionantes que hay en el Museo del Prado y del Arte Occidental, para mi gusto, y empecé sala tras sala apuntando cuadro tras cuadro, qué plantas había en cada una de esas obras de arte. Empecé por la sala de Patinir también, y yo, cuando de repente estaba delante de la Huida a Egipto, no me lo podía creer. Yo, como jardinero, de repente, ver tantísimas plantas, una tras otra, perfectamente detalladas, perfectamente realistas. Era casi como ir al campo con un amigo que te mostrara una fresa, un gordolobo, un castaño, una hiedra. Y de repente me sentí muy a gusto y dije: “Bueno…” Recorrí el museo entero varios meses, lo hice entero, obra tras obra, y una de las cosas que me sucedió es que cada vez estaba más a gusto identificándolas, cada vez era capaz de entender mejor la sinfonía que esos pintores habían plasmado en sus lienzos o en sus esculturas. Entonces, cuando terminé de dar toda la vuelta al Museo del Prado, dije: “Pero sí ahora las puedo entender mejor, las puedo identificar mejor”. Y lo que hice fue empezar de nuevo una segunda vuelta, una tercera vuelta, una cuarta vuelta. Lo que hice fue educar. Igual que cuando aprendes un idioma nuevo tienes que practicar con conversación, con música, con cualquier situación, con escritura, lo que hice fue educar mi vista e ir incluyendo un bagaje de todo lo que hacían esos artistas. Entonces para mí era muy bello de repente ver cómo dibujaban una violeta en el siglo XIV, en el siglo XV, en el siglo XVI, en el siglo XVII, y entender cómo cada artista aplicaba su personalidad a lo que veía. Entonces, esa fue una de las razones básicas o la razón básica para desarrollar la carrera de investigador botánico en obras de arte, que para mí es una parte ya muy importante de mi vida.

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Las obras del Museo del Prado, para mí, a nivel botánico, son mi jardín particular. Entonces lo que lo que hice fue trasladar toda la investigación que he estado realizando durante años a un libro que se titula “El Jardín del Prado”. Y lo que hice fue condensar en este libro un poco un resumen de tantísimas horas que he invertido, de una manera maravillosa, contemplando belleza, contemplando arte. Allí, cuarenta y tantas obras de arte lo que hacen es mostrarnos algunas plantas muy concretas. Por ejemplo, voy a traer La Anunciación de Fra Angelico a colación porque es una de mis pinturas favoritas del Museo del Prado. Desde luego es una pintura que está llena de belleza, por supuesto, de luz, de color, en una escena maravillosa que anda a caballo entre el Gótico y el Renacimiento. Fra Angelico es uno de mis pintores favoritos. De hecho, realicé un viaje tras los pasos de Fra Angelico en todos los sitios de la Toscana, de Roma, en los que fue parando y pasando y dejando sus obras de arte, y, por ejemplo, aquí, una anécdota más de las muchas bellezas botánicas que hay es contemplar la planta que llevan ceñida al talle tanto Adán como Eva. Si os fijáis, llevan una liana cada uno, es un cinturón. Es el momento trágico, es el momento en el que se les está expulsando del Paraíso. Arriba, a la izquierda, veis al ángel que les está expulsando de ese Jardín del Edén. Y una cosa que hace Fra Angelico es potenciar ese momento tan trágico. Además, lo estamos viendo, por supuesto, por las miradas que tienen compungidas tanto Adán como Eva, y rodea el talle, la cintura de cada una de las figuras con una planta que se llama Clematis vitalba. ¿Qué es la Clematis vitalba? La Clematis Vitalba es una planta que desde hace siglos se la conoce, tanto en español como en italiano, con el nombre de hierba de los pordioseros.

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Bueno, pues la hierba de los pordioseros, ¿por qué ese nombre tan peyorativo también? Pues porque los pobres, antes de entrar en las ciudades, lo que hacían era se frotaban con esta planta en los brazos, las piernas, el cuerpo para que les salieran unas ronchas. Es una planta que irrita mucho la piel y genera ronchas. Y así, de esa manera, iban a pedir a la puerta de las iglesias e inferían una mayor piedad a todos los que fueran a la iglesia. Fijaros qué mensaje está dando Fra Angelico tan potente en esa planta. No es casual que Fra Angelico haya puesto una Clematis vitalba, que no es una planta habitual en el mundo del arte, no es una planta que encontremos habitualmente en los cuadros, y básicamente lo que nos está diciendo Fra Angelico con esto es: “Os vais a tener que ganar el pan con el sudor de nuestra frente”. Es una manera muy clara, muy gráfica, que las personas de esa época lo entenderían, porque ahora podríamos pensar: “Bueno, es una planta trepadora que casi nadie conoce”. Bueno, no, pero es que en aquella época el conocimiento botánico era mucho mayor que el que tenemos hoy en día. Ahora, hoy en día, a la botánica casi no le prestamos ningún tipo de atención. Pero en aquella época todos conocerían perfectamente a la Clematis vitalba, a la hierba de los pordioseros, por ejemplo, pero no es el único caso. La botánica de Fra Angelico no termina ahí. Es un cuadro en el que hay más de 30 plantas perfectamente reconocibles y hay otras cuatro que a mí me llaman mucho la atención, que son los cuatro árboles del conocimiento del bien y del mal. Si yo digo cuál es el árbol del conocimiento del bien y del mal clásico, pues es muy probable que la mayoría de vosotros y vosotras me dijerais el manzano, la manzana. Todos tenemos en mente esa idea de que es Eva la que coge la manzana y se la ofrece a Adán, y es a raíz de comer ese fruto prohibido por lo que son precisamente expulsados del Paraíso.

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Bueno, pues fijaros lo que hace Fra Angelico de nuevo. Recoge en esta tabla, porque esto está pintado sobre tabla, no sobre lienzo, recoge los cuatro árboles del conocimiento del bien y del mal clásicos que se pensaba que eran esa posible fruta prohibida. ¿Cuáles son? Porque el manzano ya lo hemos dicho. Pues está también el granado, que está en plena floración. Está el naranjo amargo que está arriba, a la izquierda, justo por encima de las cabezas de Adán y Eva. Y está también una higuera, entre dos columnas, al ladito de del Arcángel San Gabriel. Es curioso cómo lo que hace Fra Angelico también en esta tabla es reunir ese conocimiento iconográfico, simbólico, botánico en una sola tabla, reuniendo esos cuatro árboles del conocimiento del bien y del mal, por ejemplo, es algo también realmente bello. Pero en el libro, en “El Jardín del Prado”, no sólo incluyo obras con esta potencia simbólica a nivel cristiano, sino también podríamos encontrar otras pinturas en las que la botánica complementa no desde el aspecto cristiano, no desde la carga simbólica cristiana, sino también desde una carga un poquito distinta. Lo vamos a ver, por ejemplo, en el tríptico de El Jardín de las Delicias. El tríptico de El Jardín de las Delicias yo creo que es una de esas pinturas universales que no necesitan explicación. Es muy probable que sea una de las pinturas del arte occidental más conocidas en todo el mundo. Bien, pues en este tríptico tenemos tres plantas que es muy curioso. La primera… Bueno, hay muchas más, pero El Bosco, este pintor de la actual zona del norte de Europa, lo que es Países Bajos, lo que es Bélgica, toda esa zona, que es lo que se conoce como los antiguos flamencos o los pintores flamencos en general, bueno, pues lo que hace El Bosco es incluir primero fresas, muchas fresas por muchos lados. Fresas, además, muchas veces con tamaños sobrenaturales, tamaños muy grandes.

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¿Por qué la fresa? Porque la fresa, desde la antigüedad clásica, era una fruta que era símbolo del Paraíso. Era un símbolo del Paraíso, y no sólo del Paraíso, sino también de los placeres, de los placeres de la vida. Los placeres también carnales, por supuesto. ¿Por qué se eligió la fresa? Porque el sabor de la fresa dura poco en el paladar, igual que los placeres de la carne. Es una cosa, una pequeña carga simbólica que estamos dando aquí. Dices: “Qué cosa más curiosa que desde la antigüedad clásica a esta planta ya se la englobara con esa simbología”. Y claro, en este cuadro tan lleno de placeres, en la tabla central que es el jardín del Paraíso, con toda esta algarabía, con toda esta carnalidad, era muy propio el meter esta fresa con esta simbología. Pero no solo está la fresa, sino que también está, por ejemplo, el sello de Salomón, el sello de Salomón son esas pequeñas frutas que tenéis de color negro, esas tres frutitas pequeñitas. Bueno, pues el sello de Salomón, su rizoma también se utilizaba como afrodisíaco, pero no solo el sello de Salomón, sino también esa planta que veis aquí también florecida es la aguileña, con esas flores azules tan extrañas que parecen como pequeñas palomas en vuelo. También era un afrodisiaco, un afrodisíaco que utilizaban, además, los hombres. Hacían infusión de la planta, de las semillas y luego utilizaban esa infusión como afrodisíaco. Entonces vemos como lo que mete aquí también El Bosco es esa connotación de: “Oye, esa carnalidad te puede llevar quizás al infierno”, que es la parte derecha de la tabla, en un recurso que quizás sea lo más probable que nos quisiera enseñar el pintor, que no debéis de hacer estas cosas que estáis viendo en el Jardín de las Delicias, sino debéis de ateneros un poco más a una vida mucho más católica, mucho más cristiana. Entonces vemos como las plantas complementan perfectamente todo este discurso, toda esta carga de belleza que los pintores aplicaban en sus tablas, en sus pinturas en general.

Botánica y arte: un mundo por descubrir. Eduardo Barba, jardinero, paisajista y escritor
21:36
Carolina. Hola, Eduardo. Si me preguntas en qué planta o qué flor me viene a la mente cuando pienso en un cuadro, en un lienzo, seguramente sería en girasoles. Pero tú, como experto en botánica, ¿cuál es la planta, la flor más representada en el arte?

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Eduardo Barba. Pues muchas gracias por la pregunta. Desde luego que sí hay que elegir una, es la rosa. La rosa es una de esas plantas que ha cautivado a civilizaciones, a generaciones enteras, también de jardineros. Y bueno, pues la rosa es la planta que, por ejemplo, en el Museo del Prado aparece en un mayor número de obras. ¿Por qué la rosa? Porque la rosa ha sido una planta que, además de su belleza innegable, además con sus colores blancos, rojos, rosados, por supuesto, también tenía una gran cantidad de aplicaciones medicinales. Aplicaciones medicinales muy diversas. Podía curar desde una inflamación hasta una infección. Podría incluso aromatizar el vino. Podría ser utilizada también, por ejemplo, como maquillaje, como perfume. Bueno, la rosa es una de esas flores que realmente se ha utilizado con un amplio abanico de recursos y de utilidades desde que la humanidad es humanidad. En el Museo del Prado, por ejemplo, la encontramos en muchas ocasiones, a veces en floreros, en bodegones, por supuesto, o también en las manos de ciertas personas, como, por ejemplo, en la mano de María Tudor. El retrato de María Tudor, una de las esposas de Felipe II. Tenemos una rosa que para ella era muy importante. No es casual que esté en su mano con este gesto tan duro que tenía esta mujer. También era capaz de sujetar con delicadeza una flor en sus manos. Era la rosa heráldica de su casa nobiliaria, y por eso aparecía con ella, igual que habían hecho su abuelo o su padre también en otros retratos. Y aparecía también con su rosa, con su rosa roja, una rosa gallica, una rosa gallica officinalis, la rosa de boticarios, que bueno, ese nombre precisamente, “de boticarios”, es porque se cultivaba en cualquier jardín que se preciara tenía que tener una rosa de boticarios o varias para obtener esos recursos medicinales.

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Pero claro, la rosa tiene un poquito de trampa, porque sí, es la más representada, desde luego, pero en muy distintas variedades y muy distintas especies. Es decir, encontramos la rosa centifolia, la rosa damascena, la rosa gallica, la rosa alba… Pero tenemos muchas plantas al final. Dices: “Bueno, pues entonces no es una sola planta, son varias”. Sí, pero al final son todos rosas, pero ¿cuál es la planta que a mí me sorprendió que era la planta más representada como especie? Pues la vamos a encontrar aquí, en este cuadro de Velázquez. Es El Triunfo de Baco, es una de esas pinturas universales también. Tenemos una situación bastante curiosa, una escena en la que vemos al propio dios romano Baco coronando a otro noble, a un noble, mejor dicho. Si nos fijamos en la cabeza, Baco lleva una corona trenzada con hojas de parra. Se reconoce muy bien el aserrado, los lobulados. La parra es una de esas plantas mediterráneas que yo creo que cualquier persona de las que estamos hoy aquí seríamos capaces de identificar sin problema. Pero fijaros con qué está coronando al noble. El dios romano estaba coronando al noble con una corona de hojas de hiedra. Y ¿por qué la hiedra? La hiedra es porque en aquel ámbito romano y también griego, se pensaba que cuando se portaba una corona de hiedra se alcanzaba el éxtasis místico, pero sin alcanzar la embriaguez que nos da el vino. Es decir, ellos perseguían algo más del vino, no solo la borrachera, sino ese éxtasis místico en el cual había esa conexión con sus dioses. Pero dices: “Bueno, es que hiedras yo no veo tampoco muchas veces en coronas y tal”. Que sí, que aparecen también en estatuas, por ejemplo. Pero es que la hiedra muchas veces estaba apareciendo en fondos de paisajes, trepando por un árbol, por un muro. Es muy curioso ver cómo la hiedra, que es una planta trepadora, que parece como una planta humilde, que no tiene una gran flor… Ahora mismo, si preguntara también ahora: “Oye, ¿cuál es la flor de la hiedra?” Seguramente que no seríais capaces de… muchos de decirme cómo es la flor. Bueno, pues es una planta que es la más representada, por ejemplo, en colecciones como la del Museo del Prado. Aparece casi en 200 cuadros de los 2000 que tengo identificados con presencia botánica, es decir, un porcentaje altísimo.

25:56
Pilar. Eduardo, gracias, porque estás despertando en mí un interés especial en fijarme en la botánica de las obras de arte que me apasionan. Pero también me apasionan las plantas de ciudad, y tienes un libro que has escrito sobre plantas de ciudad. Me encantaría saber qué nos puedes aportar sobre ellas y, sobre todo, cuáles son tus favoritas.

26:18
Eduardo Barba. Pues muchas gracias por la pregunta y me alegra un montón que te esté abriendo una pequeña puertecita a otra manera de mirar las obras de arte. Para mí, las hierbas urbanas, estas malas hierbas que siempre hemos llamado desde pequeñitos, para mí también son unas grandes maestras. De nuevo me voy a mi infancia y recuerdo esos paseos con mi madre de camino al mercado, cogiendo pequeños trozos de planta que estaban caídos en la calle o recuerdo cuando llegaban las lluvias y empezaban a salir todas estas hierbas urbanas por cualquier rinconcito de la ciudad. O Recuerdo, uno de mis grandes momentos era cuando bajaba al descampado de enfrente de mi casa. Para mí, el descampado de enfrente de mi casa, de nuevo, es una universidad de conocimiento. ¿Por qué? Porque yo lo que hacía era bajar cuando era pequeño y siempre prestaba atención a esas plantas, cardos, amapolas, malvas, que estaban creciendo por todos lados. Yo bajaba, me fijaba, veía los insectos que estaban correteando de arriba para abajo y ellas fueron una de las grandes responsables que me llevaron a pensar en hacer biología, no solo los documentales de leones y de cebras en el Serengueti, sino también estas hierbas urbanas. Entonces, para mí, las hierbas urbanas representan también un bagaje emocional muy potente que pude devolverles esa enseñanza hace poco más de un año, con un libro, “Una flor en el asfalto”, en el cual retrataba, en compañía de Raquel Aparicio, un recorrido por un bagaje bellísimo de plantas urbanas. Las plantas urbanas son todas maravillosas, son todas un prodigio real de adaptación a un entorno realmente hostil. La ciudad no hay que olvidar que es un entorno hostil también para nosotros, lo que pasa es que nos hemos olvidado de eso. La ciudad no es precisamente un entorno amable, no es un entorno en el cual nos sintamos siempre a salvo.

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Hay coches, hay peligros, pero ¿qué es lo que encuentro en las plantas urbanas? Cosas como pequeños cuentos que nos cuentan ellas. Por ejemplo, a mí hay una historia que me gusta mucho contar, que es la de la bolsa de pastor. A los niños les apasiona y ya con eso ya se meten en el mundo de las hierbas urbanas. La bolsa de pastor, por ejemplo, es una planta que, sus semillas, cuando caen al suelo y se humedecen, generan un líquido viscoso, un mucílago, que lo que hace es atraer y atrapar a pequeños microorganismos del suelo. Es decir, la semilla es capaz de atrapar, capturar, a microorganismos como los nematodos, por ejemplo, y utilizar a continuación los nutrientes que tiene ese cuerpecillo para nutrirse cuando germine. Estamos delante de una planta protocarnívora. Es una adaptación maravillosa que cuando los científicos, los botánicos, la descubrieron, se quedaron totalmente pasmados. Cómo podía haber una adaptación de una pequeña hierba, que ahora mismo es muy probable que tengamos alguna bolsa de pastor, alguna hierbecilla de estas muy cercanas. Es una planta que crece en prácticamente todas las calles cuando empiezan las lluvias. Entonces es un prodigio de adaptación. Pero tenemos otros, como por ejemplo el lamio, que es esta hierba que tenéis a la izquierda del todo con esos colores tan bellos que parecen pequeñas orquídeas. De hecho, reciben nombres a veces tan dulces como zapatitos de la Virgen. Bueno, pues el lamio, la planta madre, cuando crece en un terreno muy fértil, lo que hace es generar unas semillas de color marrón con muchas pintitas blanquecinas y bueno, pues genial, ahí están esas semillas que caen en ese mismo terreno fértil donde la madre estaba. Pero ¿qué pasa si la madre crece en un terreno que no es fértil, que no es muy bueno para la planta, para desarrollarse?

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Bueno, pues lo que hace la planta madre es generar unas semillas que en vez de ser marrones con muchas pintitas blancas, son casi completamente marrones. ¿Y eso qué cambia? Pues cambia una cosa, la percepción de las hormigas. Las hormigas se van a sentir muy atraídas hacia esas semillas casi totalmente marrones y las van a coger y se las van a llevar a su hormiguero, donde las van a enterrar en una cámara, en una de las muchas cámaras que tienen para guardar su alimento, sus provisiones, y ahí, la planta lo que va a hacer, la semilla, mejor dicho, va a germinar. Es decir, la madre lo que hace es originar un recurso para que su hija no crezca en el mismo terreno infértil donde ha crecido la planta madre. Entonces son cosas tan emocionantes y dices: “Pero bueno, aquí no hay inteligencia”. Bueno, algo tiene que haber. Pero es que las hierbas urbanas son así, una tras otra. Por ejemplo, en la foto de en medio tenéis el diente de león. El diente de león, que yo creo que es una de esas plantas que cualquiera ha soplado, pidiendo un deseo en algún momento de su vida. Bueno, yo lo sigo haciendo. Bien, pues el diente de león es una planta que crece mucho en los céspedes. Nosotros, los jardineros, hemos decapitado, por desgracia, muchos dientes de león porque están en todas las praderas prácticamente. Bien, pues ¿qué hacen los dientes de león? Los dientes de león cuando crecen en un terreno en el que no hay cortacésped, en el que no hay segadora, generan unas inflorescencias, generan unas flores altas. Claro, ¿qué pasaría si esa misma planta la colocase en un césped? Que esas flores altas continuamente el jardinero, cada vez que pasara, las estaría cortando. Pues lo que hace la planta es que, cuando recibe ese daño, las siguientes flores empieza a bajar la altura y baja tanto la altura que hace que esas flores crezcan pegadas totalmente al suelo. De esa manera, cuando la jardinera de turno pasa con su segadora cortando el césped, la planta pasa por encima la cuchilla y las flores no se cortan y consigue una estrategia reproductiva maravillosa. Pero para estrategias reproductivas maravillosas también tenemos la cimbalaria.

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La cimbalaria la tenemos aquí, a mano derecha, una planta bellísima. Todo el mundo que la ve corre el riesgo de seriamente enamorarse de ella, porque es muy bella. Tiene unas flores bellísimas de color violeta y amarillo y un toque blanquecino muy bello. Es una gran favorita de muchas personas, yo incluido. Y ¿qué es lo que hace la planta madre? La planta madre, las flores crecen buscando la luz, buscando el sol. Buscando la máxima cantidad de energía para desarrollarlas. Pero ¿qué ocurre cuando están fecundadas? La planta huye de la luz, ya no es una amante del sol y de la luz, sino que crece en dirección contraria al sol, a la luz. Y entonces la planta lo que hace es buscar el sitio más oscuro y más húmedo para soltar, abrir la cápsula con sus semillas. y así, de esa manera, la semilla va a caer en un sitio, que normalmente va a ser… ¿Dónde? Una grieta, porque esa planta, si os fijáis, crece en muros. Entonces la misma planta madre va a ser la que va a enterrar, a buscar el sitio donde se desarrollen sus próximas, sus hijas, su descendencia. Entonces, en estrategias así es imposible no caer rendido y enamorado de todas estas hierbas urbanas. Pero cualquiera de las que cojas, una amapola, una malva, cualquiera de ellas, vas a notar cómo, detrás de ellas, hay una maravilla de adaptación a un entorno tan hostil como es la ciudad.

33:08
Eduardo. Hola, ¿qué tal, Eduardo? Yo también soy Eduardo, así que somos tocayos. Quería preguntarte sobre un término que me llama mucho la atención, que es el de arqueófito, porque suena muy bien, además, arqueófito. Pero ¿qué significa exactamente? Y si nos podrías dar algún ejemplo de ello. Muchas gracias.

33:25
Eduardo Barba. Muchas gracias, Eduardo. Pues mira, lo de arqueófito es una maravilla también que aquí tiene que ver no tanto con solo la botánica, sino también con nuestros movimientos. A lo largo de los siglos la humanidad se ha ido desplazando de un lado a otro, los conocimientos han ido fluyendo y también con los conocimientos y con los movimientos migratorios de las personas han ido también las plantas. Un arqueófito es una planta que ha salido de su lugar de origen en algún momento anterior a la conquista de América o, mejor dicho, al descubrimiento de América por parte de los europeos, 1492 es la fecha. Entonces, todas las plantas que se han desplazado anteriormente a 1492 fuera de su lugar de origen es un arqueófito. Y para entenderlo mejor, vamos a poner el ejemplo de la amapola, que yo creo que es una de esas flores que cualquiera de las personas que estamos hoy aquí reconocemos rápidamente. La amapola, esta planta tan roja, se cree que su origen, no está muy claro, es algún lugar de Oriente, Oriente Medio. Y ¿cómo llegó entonces a los campos de Europa, de España, de Portugal? Pues escondida entre los granos de trigo, de centeno, de cebada, se fue distribuyendo. Entonces, fuera de su lugar de origen, ese arqueófito, esa amapola, se fue distribuyendo gracias a la propagación que causaba el hombre, el ser humano. A partir del descubrimiento de América ya no son arqueófitos, son neófitos. Y bueno, pues ya tenemos plantas que claro, ya con el descubrimiento de América por parte de los europeos, ya la invasión de nuevas plantas en el viejo continente ya era máxima, ya era una gran avalancha de nuevas especies que contribuyeron a enriquecer nuestra cultura botánica. O sea que eso sería un poco lo que es un arqueófito.

35:13
Mari Loli. Hola, Eduardo. Me llamo Mari Loli. Imagino que habrás visitado muchísimos jardines a través de todo el mundo. ¿Cuál de ellos te ha impresionado más y por qué?

35:25
Eduardo Barba. Muchas gracias, Mari Loli. Pues mira, como tú muy bien has dicho, cualquier jardinero, a poca curiosidad que tenga viajera, sea donde sea, incluso dentro de tu propia ciudad, puedes descubrir muchos jardines, pues ha visto una inmensa cantidad de zonas verdes, de jardines, de parques, que siempre te dejan algún tipo de recuerdo. Y uno de los primeros que recuerdo con una gran emocionalidad es el de mi propia ciudad. Es El Retiro. El Parque del Retiro, desde luego, es uno de esos jardines que a cualquier persona le apasiona y más siendo madrileño como yo. Pero no solo siendo madrileño. Hubo una época de mi vida en la que tenía mucho contacto con viajeros que venían a la ciudad. Una de las cosas que te contaban siempre cuando se iban, era lo muchísimo que les había gustado el Parque del Retiro, que es un jardín de jardines al final, porque todos estos jardines históricos se han ido haciendo, acrecentando y componiendo como un pequeño puzle que se va aumentando en piezas a lo largo de los siglos. Y hay otro que recuerdo con mucha emocionalidad, que es el Romeral de San Marcos en Segovia. Cuando estaba en la escuela de jardinería, en los dos años maravillosos que yo pasé estudiando jardinería, pues el recuerdo máximo que tengo es el del Romeral de San Marcos. De repente estaba en un jardín que, para que os hagáis una idea, está en la colina de una montaña al pie del Alcázar, en frente del Alcázar segoviano. Ocupa un desnivel muy grande y es un jardín lleno de senderos pequeños, senderos pequeños que van ascendiendo desde la parte más baja, que es una parte más oscura, y van subiendo hacia la parte más luminosa, que es una roca inmensa de la que fluye el agua y hay luz. Es un trayecto muy filosófico, ir desde la base, desde la oscuridad, ascender hasta ese sitio que es el manantial, que está arriba, que está además luminoso y hay luz del sol. Entonces, yo lo que descubrí ahí, en el Romeral de San Marcos, era un jardín que era como la vida misma. Vas andando por un sendero, te das la vuelta, encuentras otro paisaje, andas un poquito más, te das la vuelta, es otro…

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El jardín iba cambiando a medida que yo iba dando pasos. Y es algo como lo que nos ocurre en nuestros días. Cuando tú te levantas por la mañana no sabes lo que va a ocurrir luego por la tarde, porque si no seríamos adivinos. Pues eso era un poco lo que sentía. Esa sensación es la misma que yo tuve en el Romeral de San Marcos. ¿Qué más jardines te podía comentar? Por supuesto, sin salirnos de España. La Alhambra, la Alhambra para mí, además, yo viví varios años en Granada, representa también parte de mis emociones, de mis recuerdos, de mis sensaciones, de mis sentimientos. Y la Alhambra es uno de esos rincones que también yo creo que es un paradigma dentro de lo que es la jardinería, no sólo a nivel español, sino a nivel mundial, podríamos decir. Esa unión tan bella que el mundo árabe fue capaz de crear con el entorno. Cuando tú tienes un entorno bello, como es el de la Alhambra, en el cual además construyes una arquitectura apabullante y mágica como es la de la Alhambra y luego encima recurres a plantas y al agua de una manera tan magistral, no puede darte más que belleza por los cuatro costados. Una belleza que también, con ese cóctel de arquitectura de agua y de plantas, podríamos encontrar en jardines, como por ejemplo el Jardín de Ninfa. El Jardín de Ninfa, en Italia, es un jardín que, para mí, es uno de los más bellos que yo puedo haber pisado, seguramente. Hay otros muchos. Siempre tienes recuerdos. El Jardín Botánico de Berlín por el conocimiento, las puertas que se abren continuamente y los distintos climas que tienen representados, jardines también privados, como el Lur Garden de Íñigo Segurola aquí en España. Jardines de todo tipo.

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Pero Villa Ninfa, para mí, también representa un descubrir, que es cómo se podía llegar a hacer una conjunción tan bella entre ruinas como ese puente, como esos paredones de una antigua ciudad que había allí, esa agua, ese río de aguas cristalinas que fluye atravesando el jardín y esas plantas que están embelleciéndolo todo. No sabes si eran primero las ruinas, no sabes si era primero el río, no sabes si eran primero las plantas, pero ahí está todo ese cóctel bello dándonos esta emoción continua. Ninfa, para mí, desde luego, es uno de los jardines más bellos en los que yo he estado, pero tengo muchas ganas de descubrir muchos más… En Sudamérica, es un… para mí, un terreno todavía ignoto. Yo tengo muchas ganas de descubrir terrenos y territorios de Sudamérica como en Colombia, esos paisajes donde está la palma de la cera, por ejemplo, en Colombia, unos paisajes totalmente salvajes, con praderas inmensas, naturales, acompañadas por esas palmeras que parecen hechas de viento y de aire, que casi son livianas. Parece que sólo la cabeza está flotando en medio de la nada. Y bueno, pues tengo muchas ganas de seguir, Mari Loli descubriendo muchos más paisajes y muchos más jardines.

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Pilar. Hola, Eduardo. Soy Pilar. Escuchándote ahora me doy cuenta de que habrán cambiado mucho los jardines a lo largo de la historia. Me gustaría que nos hablara sobre esto y también me gustaría saber qué estilo de jardinería es el que más te gusta a ti.

40:35
Eduardo Barba. Muchas gracias, Pilar. Pues mira, el bagaje que tenemos de jardinería a lo largo de los siglos es una de las cosas apasionantes para un jardinero, ver cómo han ido evolucionando los espacios y que, al igual que con el arte, es una sucesión también que se va agolpando. Es decir, el conocimiento de una civilización no es que se olvide y se quede totalmente encapsulado en el tiempo, sino que se va sumando una civilización a la otra y vemos cómo hay recursos del jardín romano, por poner uno de los clásicos, el jardín romano con sus peristilos, con sus jardines rodeados de esas galerías, es un eco de los patios que tenemos nosotros a día de hoy de España. En España, por ejemplo, que es uno de los paisajes jardineros que a mí más me cautiva. Un patio, en Córdoba, en Sevilla, en Granada, para mí es una auténtica expresión de belleza, también incomparable. Cuando nosotros pensamos en ese mundo romano y a continuación vemos ese, por ejemplo, nos vamos a un mundo árabe. En el mundo árabe, esos muros altos encalados que encerraban ese ideal de paraíso para ellos, con el agua fluyendo siempre, por supuesto, en todos estos jardines, que convierten, al final, el jardín en eso, en un paraíso. Ese retorno al paraíso. “Paraíso” viene de una antigua palabra persa que es pairidaeza. Pairidaeza eran los jardines cercados adyacentes al palacio. Entonces, fíjate qué connotación más bella de representar el paraíso más que con un jardín. El jardín siempre es un eterno retorno. Yo creo que todo lo que queremos hacer siempre cualquier jardinero es crear un paraíso, un Jardín del Edén, donde cualquier persona se sienta protegida, se sienta nutrida con plantas, se sienta también saciada su sed con esa agua que va a fluir.

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Entonces veríamos como todos estos jardines árabes, persas, romanos, antiguos, todos nos complementan esta idea del paraíso, para nosotros sigue siéndolo así hoy. De hecho, cualquier jardín que nosotros visitemos hoy en día es muy fácil que tenga todos esos recursos, todos estos recursos muchas veces ligados al agua, por ejemplo. Pero, aunque todos esos estilos de jardinería para mí son vitales, un jardín renacentista italiano, francés, cualquiera de los que podríamos sacar hoy aquí a colación, por supuesto, los japoneses, con esa belleza, con esa naturaleza tan domada que tienen y con ese amor que tienen por los árboles y por el cuidado de las plantas… Yo hay uno con el que me quedo, un estilo que, para mí, representa un poco mi personalidad, que es un estilo de jardinería más naturalista, una jardinería como la que pueda desarrollar Piet Oudolf, por ejemplo, que es uno de los grandes maestros que nos han enseñado mucho de composición, con plantas vivaces, herbáceas perennes, con arbustivas; Nigel Dunnett, por ejemplo, u otros muchos que lo que hacen es generar muchos contrastes a través de especies cambiantes, muy cambiantes, especies que de repente florecen durante unos meses, luego se vienen abajo, dejan un cadáver bonito durante unos meses de invierno, por ejemplo, con estructuras, con espigas marrones o de colores pajizos, y que también eso es belleza. Ver los ciclos. Hay una cosa que en jardinería nos gusta mucho, que es contemplar el dinamismo de las plantas. Nosotros no queremos… en jardinería, lo normal es que no persigamos nada estático. La jardinería, en general, a no ser que sea un jardín renacentista con setos continuamente recortados, siempre verdes, de laurel, de boj, que persiguen esa estaticidad muchas veces… Lo que nosotros muchas veces estamos también promulgando ya es una jardinería mucho más natural, donde el dinamismo sea como en la vida misma, que cada día pueda haber una sucesión de ciclos y de acontecimientos.

Botánica y arte: un mundo por descubrir. Eduardo Barba, jardinero, paisajista y escritor
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Yo no quiero que en mis jardines ocurra siempre lo mismo. Yo quiero ir hoy a mi jardín y ver cómo han florecido unas margaritas, pero quiero ir mañana y ver cómo hay unas peonías e ir a los dos días y ver unos lirios que también están dándonos su flor. O también cómo las plantas emergen y luego también se ocultan. Y eso es muy bonito también de ver. Esa naturalidad. Esa naturalidad, además, la perseguimos también dejando que la naturaleza pinte, que la naturaleza también se exprese. Y de repente, si salen unas malvas o unas amapolas en tu jardín, ¿por qué no dejarlas? Yo recuerdo, cuando salí de la escuela de jardinería, cómo, cualquier mínima hierba que saliera, se quitaba del jardín. A día de hoy, ya no es eso tan drástico. Ahora lo normal es que esperemos un poquito, veamos cómo va evolucionando esa hierba y muchas veces la vamos a dejar, porque eso también está aportando naturalidad. Un jardín es, desde luego, una de las construcciones más frágiles que existen. Un jardín, en cuanto desaparece la persona que lo cuida, al poco tiempo, es muy posible que ese jardín se transforme en otra cosa. Ya no será ese jardín que ideó la persona, sino que va a ser un paisaje distinto, que también es muy bello. Esa idea de fugacidad y de fragilidad que tiene la jardinería, es una de las creaciones más frágiles que existen. Yo a veces lo considero incluso más frágil que el vidrio. A mí me sorprende mucho cuando vas a un museo y de repente te encuentras pequeños frasquitos que han aparecido en ruinas romanas, en yacimientos de la Antigua Roma o de Egipto. Dices: “Pero ¿cómo es posible que aparezca esto tan bien conservado y un jardín es incapaz de sobrevivir si no se ha mantenido a lo largo de los siglos?” Bien, pues ese mantenimiento es algo que nosotros, a día de hoy, lo aplicamos de una manera un poquito más laxa, un poquito más natural, y ya no damos tanto la espalda al mundo natural, que es en el cual está inserto el jardín, sino que dejamos que también la naturaleza se exprese.

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Germinan unas amapolas, genial. Yo siempre recuerdo un jardín que hice con mis alumnos en Leganés donde ajardinamos una zona preciosa, estaba llena de margaritas amarillas, de margaritas rojizas y amarillentas también, otras blancas. Era una zona, como acabo de describir hace poco, precisamente, en un artículo, una zona muy petalosa, una palabra que a mí me fascinó, que un pequeño niño en Italia pues se inventó, “petaloso”. Bien, pues esa zona tan petalosa, de repente, a la primavera siguiente se vio llena de malvas, unas malvas violetas con esos colores rojizos blancos, amarillentos. Las malvas eran un impacto increíble de color. Si nos las hubiéramos cargado, si las hubiéramos eliminado, hubiéramos perdido un recurso que la naturaleza nos estaba dando de manera gratuita y de manera magistral. La naturaleza nos estaba dando un ejemplo de decir: “Ay, mira, puede que te falte esto, ¿por qué no unas malvas aquí?” Bien, pues esas malvas eran la guinda del pastel. Nuestra creación imperfecta siempre del paraíso, nuestra creación imperfecta del Jardín del Edén, que es nuestras pequeñas creaciones jardineras que podamos hacer en nuestros trabajos.

47:20
Daniel. Hola, Eduardo. ¿Qué tal? He leído antes una frase tuya que decía que la diversidad más mundana a veces es la más bella e interesante y casi siempre la pasamos por alto. ¿Qué quieres decir exactamente con esto?

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Eduardo Barba. Pues mira, nos iríamos a una alcantarilla que yo vi hace ya unos cuantos añitos. Una alcantarilla en mi barrio de Madrid, una ciudad donde, de repente, en un poquito de tierra que se había ido acumulando a lo largo de las lluvias del invierno, me imagino, había germinado una viborera con unas flores de color violetas maravillosas, había germinado una pequeña malva y había germinado otra planta de flores blancas muy pequeñitas. La composición que había ahí era un cuadro. Era digno de quedarse un rato sentado al lado de ellas y decir: “Cómo es posible que, en un rinconcito tan pequeñito, haya creado esto la naturaleza”, en un rincón, como te digo, al pie de una alcantarilla, al lado de una rueda de un coche, casi sin tierra y estaba esa expresión máxima de belleza, una creación, como comentabas, muy mundana… Nadie daría mucho tiempo o nadie le prestaría mucha atención a esas plantas y, sin embargo, estaban ahí. La biodiversidad que tenemos muchas veces en las ciudades, en las calles, es enorme, enorme. Y es algo que vengo viendo desde que era un niño en el descampado de enfrente de casa. La biodiversidad era máxima, no sólo a nivel de plantas, sino también a través de todos los pequeños animales, pájaros, pequeños ratoncillos que podríamos ver vagando por ese descampado. Entonces, muchas veces pensamos que la biodiversidad es algo con mayúsculas, es algo que ocurre en los documentales o en países en regiones remotas a nuestro entorno más cercano y realmente la biodiversidad a veces más apabullante la tenemos en la puerta de casa cuando voy a comprar el pan. Entonces, simplemente es prestar más atención a lo que tenemos más cercano. También el viejo cuento de irte lejos para encontrar, al final, que lo que necesitabas lo tenías al pie de casa. Pues es exactamente lo mismo.

49:30

La biodiversidad empieza en la puerta de casa y también hay que cuidarla. Por eso yo creo que una de las cosas que hay que hacer es promulgar esta biodiversidad urbana, esta biodiversidad que tenemos muy doméstica, en las escuelas, en los colegios, para que los propios niños aprecien esa naturaleza. Cuando tú a un niño le hablas de manera grandilocuente de lo que es la naturaleza, los leones, los elefantes, las cosas, esas cataratas enormes de paisajes maravillosos, se olvidan de que la naturaleza a veces más increíble está ahí, delante de sus ojos, en el patio del colegio. Y otra de las cosas que habría que gestionar de una manera seguramente mucho más amable para con la naturaleza es cómo cuidamos de nuestras zonas verdes, de nuestros bosques, de nuestro patrimonio natural. Porque también un patrimonio natural es todo lo que ocurre en nuestra ciudad. Pues evitando los pesticidas, todos estos biocidas, todas estas sustancias químicas que lo que están haciendo es matar. Sí, por supuesto, está matando la plaga que tú quieres tratar. Esos pulgones van a desaparecer. Pero es que con esos pulgones van a desaparecer también las mariquitas, las crisopas, las pequeñas avispillas que iban a comerse esos pulgones… Cuando desaparece un pequeño ladrillito de la biodiversidad, de toda esta cadena, no es algo gratuito, siempre es algo que va a llevar a una descompensación. Entonces, también la gestión de una manera mucho más consciente de esa biodiversidad es algo que es necesario a nivel también de jardinería o también de cuidado y de cultivo de nuestros bosques, sin ir más lejos.

51:14
Raquel. Hola, Eduardo. ¿Qué tal? Soy Raquel. Me gustaría preguntarte, de todas las historias que has publicado para “El Cuaderno del Jardinero” del diario El País, ¿hay alguna más especial que te gustaría compartir?

51:28
Eduardo Barba. Pues muchas gracias, Raquel. Dentro de las historias, hay una cosa que bueno, a mí, cuando me ofrecieron escribir la columna de jardinería en el periódico, claro, al principio siempre estás pensando en el tono, qué tono darle. Y una de las cosas que a mí más me gusta es compartir las experiencias, experiencias de otras personas. No quería que la columna fuera solo mi voz, sino que quería que las personas que supieran más del tema o que pudieran complementar con sus pequeñas historias ese tema aparecieran. Entonces, desde el principio, algo que hice fue entrevistar a botánicas, a cultivadores, a jardineros que podían contribuir con su visión a un aspecto distinto y nuevo. Yo recuerdo con mucho cariño muchas entrevistas, para mí todas son especiales. Recuerdo a María José Holguín, por ejemplo, con su blog de “La Tabla”, maravilloso, un blog de jardinería imprescindible. Recuerdo a Aina Erice, una enorme y maravillosa divulgadora botánica que tenemos en España, que siempre está promulgando además por el uso y conocimiento de las plantas y es también una fuente de conocimiento. O, por ejemplo, a Benito Cotarelo, mi gran profesor de jardinería, la persona de la que quizás yo más haya aprendido de jardinería en toda mi vida. Bien, pues hay otra historia que también me cautivó mucho por quizás lo exótico, quizás lo extraño, quizás porque es una de esas historias en las que hay detrás una pasión. David Noble, un guardabosques australiano, un día fue a descubrir cañones perdidos con su cuadrilla y haciendo rápel llegaron a un cañón muy perdido en las Montañas Azules, allí en Australia, y descubrieron allí una planta que era un poco rara. No la tenía clasificada. Un árbol enorme. No había muchos. Era un rodal no muy grande de estos árboles.

53:28

Y ahí apareció, de repente, una especie única y desconocida para la botánica. Una especie que se creía desaparecida, porque había registros botánicos, y resulta que era como si, ahora mismo, hoy en día, te metieras en un valle perdido y descubrieras un triceratops o un diplodocus vivo. Y entonces, ese es uno de los… quizás una de las historias más curiosas que he podido descubrir gracias a este Cuaderno del Jardinero. No descubrir, porque es una historia muy vieja, muy conocida, muy llamativa, pero que ahí está. Es una más de las que aprender, de todas estas personas maravillosas que he tenido la suerte de entrevistar. Yo, una de las cosas que he ido descubriendo y he ido potenciando a lo largo de los años es mi mirada sobre unos seres vivos que son imprescindibles y que nos traen muchos beneficios, continuamente. En todos mis años de profesor de jardinería, ya llevo más de 20 años dando clase, he dado clase para muy distintos colectivos, de muy distintas edades, de países distintos incluso, y una de las cosas que siempre descubro es cómo las plantas siempre traen una especie de calma al espíritu agitado. Es una cosa que me llama mucho la atención. Una de las frases que más he podido escuchar en mis clases ha sido sin duda: “Ah, Edu, pero ¿ya son las tres? Ah, Edu, ¿ya son las dos? Se me ha pasado el tiempo volando”. O también escuchar a padres cuando te llegan y te dicen: “Bueno, hoy Pablo, Miguel, Luisa ha llegado a casa, estaba radiante”. Y a lo mejor lo que había hecho esa mañana había sido estar cuidando de plantas, regándolas, repicándolas, quizás podándolas. Ese espíritu que nos infunde las plantas es algo que no nos pueden dar otras cosas, o que se puede asemejar también a otras cosas.

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Contemplar arte, por ejemplo, algo que yo os comentaba, cómo el arte, para mí, es una fuente también de belleza, de retroalimentación continua. Las plantas siempre te están aportando algo sin tú saberlo. Antes os decía cómo, cuando tú vas a un jardín, sabes cómo entras, pero no como sales, a nivel de conocimientos. Es muy posible que, cuando tú entres al jardín, no conozcas algo que las plantas te van a enseñar en ese momento sin tú saberlo. A mí las plantas me han enseñado a observar, las plantas me han transmitido que hay que tener paciencia, aunque un jardinero quiera hoy flores, a veces tienes que esperar. Yo ayer hice un semillero de caléndulas. Bueno, pues ahora tengo que esperar unas semanas, unos meses, a que esas caléndulas me den flor. Tengo que planificar también, tengo que gestionar la vida de otra manera. Y eso, las plantas, sin que nosotros nos demos cuenta, nos están ayudando de una manera muy clara y muy evidente. Yo siempre ayudo a personas que dicen: “Yo no cuido de plantas porque siempre se me dan muy mal”. Digo: “Inténtalo, inténtalo y siempre te vas a dar cuenta cómo esas plantas te van a aportar algo nuevo, un conocimiento, una pasión”. Es un gota a gota que va calando muy poquito a poco y que te vas dando cuenta cómo al final sales distinto. Y bueno, yo, desde aquí, yo lo que os animaría es que os fijarais en las plantas, en un cuadro, en una calle, en un jardín o en vuestra propia casa, que es donde quizás más conocimiento vais a tener y vais a extraer, porque lo vais a estar cuidando día a día. Así que yo os animo a que la planta entre en vuestras vidas, que sea una parte más de vuestra familia y que les dediquéis tiempo, observación y paciencia, como ellas nos lo dedican a nosotros, por otra parte. Muchas gracias.