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Hay que ayudar a los jóvenes a mejorar su autoconcepto

Mar Romera

Hay que ayudar a los jóvenes a mejorar su autoconcepto

Mar Romera

Maestra y pedagoga


Creando oportunidades

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Mar Romera

Maestra en mayúsculas, confiesa que lo que más le gusta es que sus niños le llamen “Seño”. Ha trabajado en todas las etapas educativas: educación infantil, primaria, secundaria, formación profesional y universidad. Esta licenciada en pedagogía y psicopedagogía, es una de las referencias en inteligencia emocional en la educación española. Mar Romera reivindica a la familia como la primera escuela de las emociones y avisa que sobreprotegemos tanto a nuestros hijos que les hacemos débiles emocionalmente: “El mejor regalo que podemos dar a nuestros niños es enseñarles a reconocer y entender sus emociones para que elijan la más adecuada en cada momento"


Transcripción

0:10
Mar Romera. Nací en mil novecientos sesenta y siete, y este es el momento de dejaros unos segundos para aquellos que no hemos desarrollado la competencia matemática todavía. ¿Ya? Esos son los años que he gastado. Justo cuando… solo habían pasado cinco años de mi vida, hubo alguien, algún inteligente, que me diagnosticó como sobredotada. En aquel momento yo no cursé primero de EGB, porque directamente me colocaron en segundo. La razón de por qué era sobredotada es porque sabía dividir con decimales. Una gran razón, cómo no, porque con esto en la vida se te arregla casi todo. Pero pasó el tiempo, pasó el tiempo y ya estaba en séptimo de EGB, tenía doce años, y en aquel momento, otro inteligente llamó a mi padre para decirle que era deficiente. La pregunta es: ¿qué pasó en este tiempo de escuela para pasar de sobredotada a deficiente? Me obligaron a repetir curso y aconsejaron que nunca estudiara en la universidad, porque no tenía posibilidades de hacerlo. Pero bueno, mi padre, siendo prácticamente analfabeto, igual que mi madre, nacido durante la Guerra Civil, y con muy pocas oportunidades, son mucho más inteligentes de lo que otros que tienen títulos piensan. Y ellos sí que apostaron su futuro, su vida y su trascendencia por mí, y ellos sí que confiaron en mí. Con esta confianza, pude llegar después de un montón de razones y de avatares a la universidad. Y pude llegar, probablemente no con un expediente brillante, pero sí con la confianza de quien cree que el futuro puede ser mucho mejor. Esto fue lo que hizo en mi vida cambiar un vuelco, pensar que yo quería cambiar la educación, que yo quería apostar por la infancia, y que absolutamente nadie tiene derecho, cuando un niño o una niña son pequeños, a etiquetarlos para el resto de su existencia. Creo y pienso por mi propia experiencia de vida, que confiar, apostar todo lo que tenemos, todo, todo a nuestra bolsa, en esa partida que cada chico tiene que jugar, es la esencia. A partir de ahí, y por muchas razones, y por mucha suerte que tuve por encontrar algunos referentes después en la universidad, realmente creo que el futuro tiene solución, porque yo la tuve. Y si yo la tuve, le debo a la vida el poder apostar para que el resto también la tenga. Pienso que las personas solo tienen que encontrar su elemento, como dice Sir Ken Robinson, y pienso también que pensar en utopía cuando hablamos de educación es una opción. A día de hoy, podría decir que me siento ‘suertuda’. Suertuda es una palabra fantástica que utilizan los niños de infantil, y me siento suertuda porque espacios como este me permiten compartir un futuro esperanzador, y es realmente mi propia historia de vida. Las personas son importantes, los momentos son importantes y las situaciones son importantes.

03:08
Mar Romera. Familia, ‘compas’, vamos a arreglar el mundo. Y para arreglar el mundo, tenéis la palabra y la pregunta.

03:17
Martín . Soy Martín, estoy estudiando segundo de bachillerato, y lo que he notado es que a lo largo de los años se va formando como una barrera entre profesor y alumno, y luego también que los adultos en general quieren que aprendamos mucho, pero mi pregunta sería qué pueden aprender ellos de nosotros.

03:39
Mar Romera. Uf. Bien tú, ¿no? ¿Qué pueden aprender ellos de nosotros? ¿Te has enamorado alguna vez?

03:47
Martín. Sí, no sé…

03:48
Mar Romera. Ay, esto no se dice en público, y menos con una cámara, ¿verdad, mi niño? Cuando tú te enamoraste, hubo una cosa que te subió por aquí hacia arriba, y tú, de esa persona de la que te enamoraste, aunque fuese un ratillo nada más, porque un chaval como tú, con esos ojos, se habrá tenido que enamorar un montón de veces, pero en ese rato tú no pensabas absolutamente, en ningún momento, qué te iba a dar la otra persona. Tú pensabas qué darle. Porque enamorarse es admirar, admirar es lo que una relación entre dos personas debe provocar, admiración. Cuando te admiro, te miro. Cuando te miro, te amo. Cuando te amo, te aprendo. Realmente, el profesorado en relación de amor con cualquier alumno, con cualquier alumnado, no es que qué pueden aprender de vosotros, es que os deben, os debemos aprender a vosotros, porque solo cuando te aprendo realmente te estoy amando, y cuando te estoy amando, estoy en condiciones de compartir y de poder enseñarte algo. ¿Sabes qué pasa? Que hay tanto ruido alrededor de todos los programas que tenemos, que realmente el miedo a no dar la talla nos hace poner esa barrera de la que tú hablas, y nos hace escondernos detrás de nuestras propias miserias. Pero somos personas, el profesorado también es persona. Luego también viene la dificultad de esta sociedad tan loca, tan loca que tenemos, que pensamos que cuanto más contenido os demos, mucho mejor os preparamos. Y, sin embargo, os vamos a preparar muchísimo mejor cuantas más estrategias para el fracaso os podamos dar. De ahora en adelante, cuando tengas enfrente a un profesor, no le enseñes lo que sabes, enamóralo con quien eres.

05:39
Maricruz. Hola Mar, soy Maricruz. Soy maestra de educación infantil. Mi pregunta es: ¿qué necesitamos los maestros para trabajar de una manera eficaz la inteligencia emocional, no sé si a través de una formación o de qué manera, para dárselo a los niños?

05:56
Mar Romera. Aristóteles decía que es muy fácil enfadarse, que lo difícil es enfadarte con la persona oportuna en el momento oportuno, con la intensidad oportuna y en el contexto adecuado. Pero él habló de enfadarse, y hablo de Aristóteles. Los neurocientíficos a día de hoy dicen que la persona inteligente emocionalmente hablando es aquella que sabe elegir la emoción oportuna, en el momento oportuno, con la intensidad oportuna. Es decir, lo que ha hecho el neurocientífico es tunear a Aristóteles con demostraciones científicas. Hasta la Segunda Guerra Mundial, dice Aguado, se nos controló con el miedo y la culpa. Era la manera de controlar a la sociedad. Regímenes políticos, religiones, etcétera. Después de la Segunda Guerra Mundial, en concreto en nuestro país, un poquito más tarde de esa guerra mundial, por nuestro sistema político, no se nos puede controlar con el miedo y la culpa. Es decir, no existe esa manera de control. Sin embargo, se nos ha controlado con la alegría. Entonces cuando yo llego a la puerta de un cole y les pregunto a lo papás o a las mamás «qué quieres para tu hijo», y me dicen «que sea feliz», qué mal rollo. Y yo digo muchas ocasiones que yo no quiero que mis hijas sean, del verbo ser, felices, porque la felicidad, que procede de la alegría, es dopamina. La dopamina (dopar, dopamina), tiene un problemilla, y es que es adictiva. Es decir, yo hoy con esta parte de dopamina estoy bien, pero mañana necesito un poquito más y al siguiente un poquito más y al siguiente un poquito más. La felicidad es una búsqueda, no es un estado. Por tanto, cuando las mamás y los papás queremos que sean felices, es un síntoma de hipersupersobreprotección para garantizar una entelequia que no puede ser real. Lo que de verdad necesitaríamos es aprender a elegir la emoción, en el momento y de la manera. Por tanto, nuestros niños, nuestra infancia, nuestra adolescencia, tienen que vivir la alegría, el miedo, el enfado, la tristeza, vivir todas las emociones. Y esto no se enseña con palabras. Esto se enseña de corazón a corazón. Y para enseñar de corazón a corazón, no se aprende por apuntes. Estamos en el siglo veintiuno, y la educación del siglo veintiuno de la que nos ha hablado Gerver, o de la que tantos otros podemos discutir, no puede ser la educación del saber, tiene que ser la educación del ser. Y tú te vas a enseñar tú, y para enseñarte tú como ‘Seño’, tienes que currarte muy bien primero ese equilibrio emocional que será del que los niños y las niñas aprendan. No significa meterlo en grandes centros comerciales o parques temáticos o de animación para que durante todo el tiempo sean felices. La felicidad, chavales, son pizquitos, son momentos, y la disfrutaremos más cuando seamos conscientes del cambio emocional de un sitio a otro. Lo que pasa es que la imaginación y la emoción siempre le ganan a la razón. Y los razonables intentan convencernos a la emoción de que sintamos otras cosas. Por eso, estamos en un siglo complicado, y la verdadera relación debe ser de corazón a corazón, entendiendo que, en esta relación, que es entre un tú y un yo, tú vas a ser mi alumnado, yo soy la profe, esto es una relación, y es necesario que uno de los dos esté bien, preferiblemente el ‘profe’.

09:33
María Jesús. Hola. Soy María Jesús. Soy profesora de primaria, y a lo largo de mi vida profesional, pues es cierto que te encuentras alumnos que no siempre están felices, no siempre vienen contentos al cole, y a veces sufren situaciones como puede ser la desaparición de un ser querido. Entonces yo te quería preguntar cómo… Cuando nos juntamos intentamos tratarlo de la mejor manera posible, pero no sabemos si acertamos o no. ¿Es bueno que se trate en el aula?

10:09
Mar Romera. A ver… Yo querría aquí diferenciar dos cosas. Una, el maestro o la maestra no son terapeutas. Cuando hay un problema, cuando hay una dificultad real, un trauma, necesitamos tirar del terapeuta. No somos terapeutas como docentes, pero sí somos educadores, y cuando hablamos de educar, hablamos del desarrollo integral de la persona, y hablar del desarrollo integral de la persona no supone exclusivamente aprender a sumar, leer, derivadas o integrales, no supone esto. Supone ese desarrollo integral. ¿Qué sucede en el entrenamiento emocional? Pues justo como decía antes, estamos evitando que nuestros niños y niñas vivan, se caigan, se rompan, se estropeen, porque los sobreprotegemos, de tal manera que cuando llega la circunstancia traumática real no están preparados para ello. Esto es una cuestión de entrenamiento, y nuestra caja negra, nuestro melocotón que llevamos aquí entre las dos orejas, necesita entrenamiento. Primero, perderé en una partida de parchís. Después, una amiga no me invitará a su cumple. Después, morirá la mascota. Después, se pueden separar mis papás. Después, fallecerá mi abuelo. Si tú me has evitado todo el proceso de adaptación y de entrenamiento emocional, el día que tengo la pérdida y que fallece algo, pues mal. Mal, porque no estoy preparada. Cuando sucede una pérdida, el niño se separa de esto, por lo que el niño solo percibe felicidad, solo percibe ese mundo fantástico. Esto lo hacemos porque lo amamos de forma incondicional, y porque no quiero que vea la pérdida. Pero sucede que no lo podemos evitar. Y sucede que el chico que tiene quince años, y le dice a una chica «te quiero», y ustedes saben lo que supone con quince años… Eso es lo más. Y la chica le dice no. Si tú no me has preparado al no y a la pérdida poquito a poquito, ese es el fin. Por tanto, incluir la muerte desde la normalidad. A ver, con todo el sentido común de que no es lo mismo hablar con un niño de cuatro años que con uno de ocho, que con uno de doce, evidentemente. Pero no podemos evitarle las caídas, porque lo que necesitamos es someterlo a la caída, para hacerlo fuerte levantándose. No levantarlo nosotros. Por tanto, trabajar la muerte desde infantil, sí. Sí. Y así voy habituándome, insisto, a que la vida es espectacularmente maravillosa, es un gran regalo, no es más divertida porque no dejamos que lo sea, pero eso es así porque hay muerte. Yo no sé los años que tengo. Yo sé los años que he gastado. Y que los que me queden, los voy a vivir como si fuera el último de mi vida.

13:12
Víctor. Hola, Mar. Me llamo Víctor, estudio segundo de bachillerato, y mi pregunta va orientada hacia los conocimientos que adquirimos en el cole y en el instituto, porque creo que algunos están bastante alejados de nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, por qué estudiamos tantos números imaginarios, pudiendo aprender a solucionar problemas reales.

13:34
Mar Romera. Víctor, ¿sabes lo que me apetece ahora mismo? Abrazarte, tío. Y porque hay escaleras y la voy a liar, pero abrazarte. Si alguien quiere saber lo que son trabajos forzados, pero de la Edad Media, que se vaya a segundo de bachillerato. Lo siento, lo siento muchísimo. Dicho esto, joróbate. No tengo otra. Si yo tuviese que poner una película para segundo de bachillerato, ¿sabes qué título le pondría? Misión imposible. ¿La habéis visto? Bueno, es lo más, eso es segundo de bachillerato, Misión imposible, ¿has visto la peli?

14:12
Víctor. Sí.

14:13
Mar Romera. La que lían. Y la que lían por una pata de conejo. ¿Qué es la pata de conejo? La peli termina y no sabemos lo que es la pata de conejo. Pero hay peli porque guardan, persiguen, custodian, pelean la pata de conejo, ¿sí? Eso es segundo de bachillerato. Es decir, esos contenidos con los que vas a trabajar, donde además yo… Abro una lanza, de verdad, por este grupo de chicos. ¿De qué te vas a examinar? No se sabe. ¿Qué optativas van a puntuar? Tampoco. ¿En Historia te va a entrar toda la historia o van a decidir luego en mayo que te ponen tres siglos…? Oye, como si fuese… ¿Para qué sirve todo esto? Para hacerte fuerte. Para jorobarte. Para creer en ti. Para buscar posibilidades. Para que puedas luchar frente a, pero realmente el contenido como tal es la pata de conejo de Misión imposible.

Mar Romera riendo y hablando con jóvenes sobre inteligencia emocional
15:13
María José. Hola, Mar, soy María José. Soy maestra, trabajo en un colegio rural que se llama C.R.A. Los Olivos, y soy tutora de primero, segundo y tercero. Llevo ya un tiempo trabajando las emociones con mis alumnos, porque creo que son fundamentales, y así les ayuda a saber expresar qué es lo que sienten, ¿no? Y además los identifican perfectamente. O por lo menos, ellos saben cuándo sienten ira, cuándo sienten enfado, y lo dicen. Mi pregunta es: ¿Por qué los adultos no somos capaces de identificar o poner nombre a esas emociones no tan agradables?

15:50
Mar Romera. Básicamente porque tenemos una mochila. Y la mochila no es fácil de… Durante mucho tiempo, la cultura, la sociedad, nos ha venido a decir qué deberíamos sentir, cuándo lo deberíamos sentir, y qué era susceptible de ser expresado en público y qué no. Es decir, enfadarse no es bueno, nos han dicho durante mucho tiempo. Llorar no es bueno. «No llores, no te enfades, no grites, no estés triste», eso es una tontería. Es decir, el nivel de educación, la cultura de nuestro alrededor, nos ha condicionado para ver qué se podía sentir y qué no se podía sentir. De todo esto, incluso las propias teorías que giran ahora a nuestro alrededor, han venido a decirnos que hay emociones buenas y emociones malas. Y, de entrada, si hay emociones buenas y emociones malas, deberíamos solo sentir las buenas. Las malas no se deberían sentir. Es decir, «este niño es genial, no se enfada nunca». Un niño que no se enfada nunca es que tiene horchata, no tiene sangre, por tanto va a poder evolucionar poquito. Otra cosa es cómo gestiona su enfado. Pero claro que hay que enfadarse, claro que hay que sentir asco. Durante mucho tiempo se nos ha dicho qué es bueno y qué es malo, y no tenemos esa cultura de autoconocimiento de nosotros mismos. Esto, por una parte. Esto nos ha llevado a que cómo voy a decir yo como ‘profe’, cómo voy a decir yo como mamá, que esta persona me cae mal o me da asco. Esto estaría fatal. Ya, pero es que es lo que pasa. Si yo no puedo verbalizarlo, si yo no puedo reconocerlo, difícilmente lo pueden reconocer los demás. Y tampoco se nos ha enseñado. Es decir, trabajar con las emociones implica, primero y fundamentalmente, trabajar el autoconcepto. Trabajar el autoconcepto no implica trabajar la autoestima. Estoy pelín harta de la autoestima. Estoy pelín harta del «Tú puedes». Estoy pelín harta de pensar que me puedo comer un tipo de yogur y mejorar mi autoestima. Pero…

18:06
Público. Ríe

18:07
Mar Romera. Han dicho y dicen que hay que decir «tú puedes, adelante, seremos los mejores, es tu esfuerzo, tú puedes, vamos adelante». No, mira, no puedo. ¿Sabes lo que te digo? Que no puedo. ¿Por qué? Porque no me hagas propuestas. Primero cúrrate mi autoconcepto. Dame la oportunidad de conocerme. Dame la oportunidad de saber cuáles son mis habilidades, cuál es mi fuerza, cuál es realmente mi elemento, dónde está mi tesoro, y con eso sí puedo. Ni mi mamá, ni vosotras, me digáis siempre que puedo. No es la autoestima, es el autoconcepto. Dame la oportunidad de equivocarme, dame la oportunidad de enfadarme, no me juzgues cuando me enfado, no me digas qué puedo sentir o qué no puedo sentir, porque siento lo que siento, y las emociones no son positivas ni negativas. Son química y son respuestas adaptativas. Darwin nos contó qué eran las emociones, y nos dijo que gracias a las emociones las especies pueden evolucionar, porque necesitamos sentir asco. Si no siento asco, me como la carne podrida y me muero. Necesito sentir miedo, porque si no siento miedo pongo el coche a doscientos cincuenta y me mato. Necesito todas. Y necesito conocerme, para saber cuál es mi reacción cognitiva, cuál es mi reacción fisiológica, cuál es mi reacción física ante esa vivencia emocional, y darme la cobertura necesaria para poder utilizarlas en mi propio beneficio. Aquí no hay juicio de valor. Educar las emociones es conocernos sin enjuiciar al otro. Evidentemente, puedo sentir envidia, evidentemente puedo sentir celo, lo que no puedo es pegarte, porque esa sería la otra parte. Y hay otro problema dentro de la estructura educativa, y es que confundimos emoción con sentimiento y con valor, y cuando aplicamos programas de educación emocional, hacemos un batiburrillo… Yo he leído por ahí «la generosidad como emoción», pero ¿qué me estás contando? No es una emoción. Ni siquiera la felicidad es una emoción. Ni siquiera la felicidad es una emoción. Las emociones son respuestas adaptativas muy rápidas y muy químicas, es un neurotransmisor que suelta un chorro de química y te pone de una manera. Por tanto, no cabe juicio de valor sobre eso. ¿Qué nos pasa a los adultos? Que estamos pelín obligados a la apariencia. Y aquí tenemos una dificultad grande con nuestros chicos. Entiendo que uno de los principales problemas de nuestra adolescencia hoy, a la que está a punto de llegar la infancia, son precisamente la falta de autoconcepto, fíjense que no es la autoestima, y su manejo de redes sociales. Todo es parecer. La gente se lo pasa de bien de vacaciones, macho…

20:55
Público. Ríe

20:56
Mar Romera. Tienen cero problemas. Nadie tiene un atasco. Nadie tiene un mal momento. Nadie un día con lluvia. Nadie pierde un avión. Nadie nada. Mienten. Se hacen ‘selfies’ que aparentan lo bien que se lo han pasado. ¿Para qué fuiste a la Torre Eiffel? ¿Para disfrutarla tú, o para subir la foto a Facebook? Esto es un problema importante de autoconcepto.

21:25
Nico. Hola, Mar, soy Nico.

21:26
Mar Romera. Hola, Nico.

21:27
Nico. Estudio segundo de bachillerato, y mi pregunta era… Bueno, has hablado de la felicidad que tenemos impuesta, y me parece que igual estamos un poco fuera de casa, no sentimos la libertad en general de mostrar nuestros sentimientos, y cómo podemos hacer que otra gente no se sienta incómoda cuando tú me cuentas tus sentimientos, cuando te expresas.

21:52
Mar Romera. La clave, Nico, es autoconocerte. Autoconocerte significa que tú sabes cómo mirarme para conquistarme. Que tú sabes que la sonrisa que estás haciendo ahora mismo, realmente, ya me ha llevado de calle. Que tú sabes qué gesto poner para enfadarme. Que tú sabes cómo manejar el mundo emocional del otro. Ese «cómo manejo el mundo emocional del otro» parte de tu propio autoconcepto. Parte de reconocer en ti ese mundo emocional. Parte de encontrar en ti la sensibilidad, la capacidad de parar. Yo decía antes que hay emociones que suelen aparecer en tu propio cuerpo, orgánicamente, como más agradables que otras, no positivas ni negativas, porque todas son absolutamente necesarias. Poder elegir la emoción adecuada en el momento adecuado es lo que te hará muy grande. Decidir cuándo te enfadas o cuándo no te enfadas. Y como chaval de segundo de bachillerato, al que también me apetece abrazar, sois la parte del sistema que más abrazaría, es ese propio autoconocimiento que te lleva al autocontrol y te lleva a la autogestión. Darte la libertad de preguntarte, de ubicarte en curiosidad, de saber que el mundo es increíble y que tú puedes conocerle «a poquito a poquito», que diría mi abuela. Darte la posibilidad de admirar. Darte la posibilidad de despegarte del teléfono móvil un rato, porque quieres contemplar, y en esa contemplación viene el mundo interior hacia ti. Da igual las técnicas con las que estás. Darte la posibilidad de mirar para poder admirar, para poder enamorarte, enamorarte de personas, de metas, de sueños y de posibilidades. Entender que el verdadero tesoro lo tienes metido en tu alma, en tu cabeza y en tus manos, y que tú lo vas a pulir como quieras. Darte la posibilidad de sentirte seguro sin entender o sin mirar a que tu seguridad depende de otro. Tu seguridad depende de ti. Y cuando tú coges estas riendas, eso significaría no dejarte manejar por las personas que tienes alrededor, y en esa posibilidad es donde de verdad te tienes que encontrar. Mira, cuenta una leyenda, con todo lo que tienen de verdad, y todo lo que tienen de mentira, que había una vez un señor, que yo creo que lo mismo hacía segundo de bachillerato, fíjate…

23:40
Público. Ríe

24:31
Mar Romera. Este era pelín más mayor, pero lo mismo hacía segundo de bachillerato. Pues había un señor que tenía un sueño. ¿Tú tienes sueños, Nico? Tienes sueños, ¿verdad? Y a la noche cuando duermes, los ves, y los ves realizados. Pues aquel chico, aquel señor, tenía un sueño, y su sueño era tener una casa. Y él soñaba con una casa grande, una casa con patio. En el patio soñaba que había un pozo, y soñaba que había una higuera y un reloj de sol. Llegó a soñar tanto, tanto, tanto, que cada vez ponía una hora diferente en su reloj, y veía la higuera en todas las estaciones del año, y veía la higuera cuando eran sus higos pequeños y cuando estaban maduros, y los recogía porque pintaba cada higo en su sitio. Porque somos dueños de nuestro destino, si realmente podemos pintar nuestros propios sueños. Y sucedió que trabajó mucho, se examinó de todo, hizo las optativas, todo, todo, todo, incluso sacó Selectividad, y el día que tenía la nota que quería, el título que quería, tenía todo, salió a la puerta de casa, y pudo ver que había cumplido su sueño. Su casa estaba construida. Y su casa con su patio, con su pozo, con su higuera, con su reloj de sol, tal cual lo había soñado. Pero ¿sabes qué pasó, Nico? Pasó que, al día siguiente, cuando se levantó, ni su casa ni su pozo ni su higuera ni su reloj de sol le parecieron tan bonitos como el día anterior. Y así le sucedió muchos días, ¿y sabes por qué? Porque empezó a soñar otra cosa. Qué rollo. ¿Y por qué no sueño siempre lo mismo, y ya lo consigo y ya me jubilo? Porque entonces me muero. Porque entonces me muero. El objetivo de una vida es una vida con objetivos, y los objetivos tienen que venir envueltos en sueños siempre. Aquel tipo, ¿sabes qué soñaba? Aquél soñaba que, en la vieja Alejandría, en el gran templo, allí, detrás del último muro, había un tesoro escondido. Y aquel tipo decía: «Llevo toda mi vida esforzándome para conseguir esta casa, con este patio, con este pozo, con esta higuera y con este reloj de sol. ¿Y ahora? Me pongo y sueño otra cosa». Pero una mañana se levantó y dijo: «Se acabó. Me voy a perseguir mi sueño». Y emprendió su viaje. Y viajó y llegó a la ciudad, y cuando llegó a la ciudad esperó que cayera la noche, porque sabía que si los guardianes del templo lo encontraban, lo matarían. Es el peligro de los sueños. Siempre tienen riesgo. Siempre hay que apostar mucho. Pero entró. Entró, y pasó el primer muro, y el segundo, y el tercero y el cuarto, y justo cuando sus dedos iban a rozar la piedra más oscura del último muro, tal como la había soñado, llegaron los guardianes del templo y lo apresaron. Significaba su muerte. Era ejecución inmediata. Llevaban hacia la ejecución a este señor. Cuando él iba acongojado, pensando: «¿Y yo por qué soñé? ¿Por qué no me quedé tranquilo en casa, con una cabeza de cartón que se regocija en los sueños de otros, visualizando centros comerciales?». No, no le había pasado esto. Él había soñado y tenía su propio sueño. Pero el rey, que aquella debía estar aburrido, lo mandó llamar a su presencia. «Tráiganlo. Quiero saber por qué ese viejo loco entró en mi templo de noche». Y lo llevaron, y él pensó: «He perdido todo, diré la verdad». «Viejo loco, ¿por qué entraste en mi templo de noche?». Con la cabeza gacha, Nico dijo: «Mi rey, porque tenía un sueño». El rey se echó a reír y dijo: «¿Cómo puedes tener un sueño en dos mil diecisiete? En dos mil diecisiete no se tienen sueños. Se compran, los sueños». «Mi rey, tenía un sueño». «¿Y cuál era tu sueño, viejo loco?». «Mi rey, soñaba que detrás de la piedra más oscura del último muro hay un tesoro escondido». Y entonces el rey se echó a reír, como tantos que se echan a reír a nuestro alrededor, pero me da igual, es mi sueño, y quiero compartirlo además contigo, Nico. Aquél se echó a reír y dijo: «Mira, estás loco. Estás realmente loco. Pero fíjate, hoy», dijo el rey, así, echándose hacia atrás en su trono, «hoy me has pillado generoso. Te voy a perdonar la vida. Y te voy a dar una gran lección. Yo soy el rey. Llevo mucho tiempo soñando, mucho tiempo soñando que en la vieja Alejandría existe la casa de un labriego, una casa preciosa, una casa que tiene un patio, un pozo, una higuera y un reloj de sol. Hace mucho tiempo que vengo soñando que treinta grados sudoeste entre el pozo y la higuera, a dos metros de profundidad, hay un tesoro escondido. ¿Tú crees que yo, que soy el rey, voy a dejar mi trono para ir a buscar el sueño? Estaría loco. No se buscan sueños en dos mil diecisiete, se compran. Se puede llegar incluso a alquilar. Espero que esta tarde hayas vivido una gran lección, y como te dije, estoy generoso, así que te voy a perdonar la vida». Nuestro amigo, el labriego, espero que Nico hoy también, salió de allí, volvió a casa, excavó justo, justo donde el rey le había dicho. Treinta grados sudoeste entre el pozo y la higuera. Y allí estaba, a dos metros de profundidad, un gran tesoro escondido. Pues mira, Nico, yo soy el rey. Hace mucho tiempo que vengo soñando que una tarde, quizá rodeada de focos y quizá acompañada de gente absolutamente amorosa, me encontraré con la mirada de un chico de segundo de bachillerato que busca el futuro. Y que lee, y que trabaja, y que escucha música, y que discute, y que pelea y que busca su propio sueño. Y esa tarde, vengo soñando, que le diré: «Vete a casa, busca dentro de ti, porque el verdadero tesoro lo tienes muy escondido… justito, justito adentro». Es la posibilidad de crecer.

30:31
Nico. Gracias.

31:03
Rocío. Hola, Mar. Soy Rocío. Soy orientadora en un cole de Madrid y soy madre de tres niñas. ¿Qué diferencias en el plano emocional, en la formación emocional, en la educación de las emociones, encuentras más llamativas entre nuestra generación y la de ellas, la de ahora, la de los niños de ahora?

30:55
Mar Romera. Bueno… Voy a jugar un poquito más atrás, ¿vale? En vez de irnos a nuestra generación, me voy a ir a la de mis padres, porque lo vamos a ver muy fácil. Mi padre era hermano de once hermanos. O sea, un equipo de fútbol ellos solos. Vivían en dos habitaciones, y comían cuando había. No había protección, no había horario, no había otras muchas cosas. Mi madre, similar, con cinco hermanos, pero similar. A ellos, la vida los entrenó de manera emocional. Yo puedo decir que, a pesar de la religión, que los obligaba a no manifestar determinadas circunstancias, hay un músculo entrenado, y hay un músculo entrenado de supervivencia. Cuando ellos pudieron asistir, muy poquito, pero pudieron asistir, a la escuela, aquella escuela tenía que compensar lo que no se daba de manera natural, y enseñarlos a leer. La escuela no se ocupaba de enseñarlos a vivir. Debía ocuparse de enseñarles a leer, porque la vida no les enseñaba a leer. En el caso de mis hijas, y estas ya son un poquito mayores, pero en el caso de mis hijas igualmente, la escuela ha seguido empeñada en enseñarles a leer. Mis hijas sabían ya leer, y si no ya aprenderían. Sin embargo, ¿quién las enseñó a vivir? No tienen primos. No tienen hermanos. Viven en un «campo de concentración de ricos», entrecomillo la ironía, y por apuntes no se puede enseñar a vivir. Yo, como madre, necesito la escuela para aprender a vivir, no para aprender a leer, y la escuela se empeña, y unos iluminados que redactan los renglones torcidos de una cosa que se llama así como «currículum» o algo así… Esos iluminados se empeñan en que lean, y en ese empeñarse en que lean, me meten más letras, me meten… «más contenidos», pero no les damos el permiso de equivocarse, no les damos el permiso de vivir, no les damos el permiso de fracasar, los obligamos al éxito, los obligamos al aplauso fácil, los obligamos a ser papel cuché, que a poco que sopla una brizna de viento, se nos vienen abajo. Permíteles que vivan para que se equivoquen.

Mar Romera hablando sobre inteligencia emocional
Quote

Necesitamos la escuela para aprender a vivir, no solo para aprender a leer. Por apuntes no se enseña a vivir

Mar Romera

33:37
Charo. Hola, Mar, soy Charo, soy madre de dos chicos de cuarto de la ESO y un universitario, y socióloga de formación. Quería preguntarte si, dada la importancia de la educación emocional, y la respuesta que tienes día a día en tus charlas con los profesores y en cada colegio al que vas, si crees que tendría que ser de obligada implantación en los centros, y si sería posible sin la implicación de las instituciones, de comunidades autónomas, ministerios…

34:09
Mar Romera. Ha llegado el momento en que no espero nada de la Administración. Y que, por más que se empeñen en que sea que no, va a ser que sí. Esto es fácil. Es tan fácil como que les voy a pedir a todas las personas de la sala que cerréis los ojos, por favor. ¿Ya? Ojos cerrados. No vale abrirlos, no vale hacer trampa. Así, con los ojos cerrados, los del lateral también. ¡Trampa, que te veo! Todo el mundo con los ojos cerrados, por favor, va a levantar una mano. La derecha, la izquierda, como quiera, y vaya a señalar el norte. No vale abrir. Señala el norte. Señala el norte, ¿todo el mundo está señalando el norte? No vale mover los brazos. No vale mover el brazo. Ahora… abrid los ojos, pero no mováis el brazo. Y flipa qué cantidad de nortes tenéis en Madrid.

35:00
Público. Ríe

35:01
Mar Romera. O sea, hay nortes para allá, nortes para acá, nortes para el este, para el oeste… Pero los dos que he tenido aquí son estupendos, uno hacia acá y el otro hacia allá. Yo ahora te pregunto: a ver, chico, ¿por qué tu norte estaba para donde a ti te ha parecido? ¿Por qué?

35:15
Hombre. Bueno, con los ojos cerrados he intentado pensar dónde estamos aquí, bueno… He intentado hacer una… He intentado ubicarme, geoposicionarme.

35:20
Público. Ríe

35:24
Mar Romera. Espérate. Otra pregunta, otra pregunta. ¿Tú eres buena gente?

35:28
Hombre. Hombre, yo creo que sí soy buena gente.

35:29
Mar Romera. ¿Sí? ¿Todas las personas de la sala sois buena gente? Porque claro, si aquí se me ha colado uno, pues entonces su norte lo mismo está despistado. Pero de entrada sois buena gente, y aun siendo buena gente, cincuenta nortes. Espera, que por aquí había una «Seño», una «Seño», eso significa título universitario… Flipa, ¿sabéis para dónde ha señalado al norte? Para arriba. ¿Y sabes por qué? Porque desde chiquitas, a nosotras nos han enseñado que al norte está el Mar Cantábrico, y al sur el Estrecho de Gibraltar. Y ella ha dicho: «¿Norte? Pues para allá». Ahí está el tema. ¿Tiene justificación su norte? Sí. ¿Tiene el tuyo? También. ¿Tiene el tuyo? También. Pues chungo. Pues chungo, porque sois buena gente. ¿Qué le pasa al…? Voy a confiar. Esto ya es la leche. Mar Romera confiando en los políticos y las políticas de este país. Qué movida. ¿Cómo ponemos esto de acuerdo? Esto es muy fácil. A ver, Pablo, del cole IDEO, ven para acá, por favor. Aparte que no podía evitar abrazarlo. Llevo todo el rato mirándolo, y es tan bonito… A ver, Manuel, ven tú también. Del cole Arcadia. Aquí tengo dos tipos, ¿eh? Me falta una chica, pero tengo dos tipos. Mirad. Norte. Pablo, ¿de qué curso eres?

37:11
Pablo. De primero de la ESO.

37:13
Mar Romera. De primero de la ESO. Pablo se está empezando a poner pelín rojo.

37:17
Público. Ríe

37:19
Mar Romera. Pero… (BESO) te queremos mogollón. Y hay un montón de niños y de niñas en este país que esperan y confíen en que tú estás aquí para señalar el norte, ¿vale? Y Manuel, ¿de…?

37:31
Manuel. Cuarto de la ESO.

37:32
Mar Romera. Da igual. De la Comunidad de Madrid. Da igual del cole que son. Ellos representan, ahora mismo, infancia (te voy a tocar en infancia, ¿vale?) y adolescencia. Quiero que toda la sala vea que tengo cogido el norte por la cintura, ¿lo veis? Para ninguna institución, ni para la familia, ni para la escuela, ni para la Administración, ni para nadie, debe haber otro norte cuando pensamos en futuro. Ni pacto educativo, ni religiones, ni políticas, ni comunidades autónomas ni puntos suspensivos. Solo hay un norte, y lo tengo cogido por la cintura. Ahora, con los ojos abiertos, toda la sala me señala el norte, por favor. Chicos, sois nuestro objetivo y sois nuestro norte, y aunque no se puede en nombre de toda la infancia y la adolescencia, por favor, dadles un aplauso a estos dos.
En ocasiones, cuando las familias se reúnen, culpan al ‘cole’ o al profesorado. Cuando el profesorado se reúne, culpa a la familia porque no participan. Cuando las instituciones políticas o las corporaciones locales se reúnen, culpan a la familia… Todo el tiempo, esto consiste en echar balones fuera. Pues no. Ustedes seguro que saben aquella historia de un señor que ganaba todos los años el premio al mejor maíz. Y entonces se le acercó un reportero y le dijo: «Oiga, señor, ¿y usted por qué gana todos los años el premio al mejor maíz?». Dice: «Porque tengo un secreto». «¿Y usted me podría contar el secreto?». Dice: «Sí que puedo». «Pero soy reportero, y lo voy a contar en todas partes. Si usted me lo cuenta, lo contaré». «No me importa», dijo él. «Te lo cuento». «¿Y cuál es su secreto?». «Pues mira, mi niño, cada año, cuando yo hago la recolección de mis mazorcas de mi mejor maíz, busco esas mejores mazorcas y las guardo para semilla, y esas, las mejores, las reparto entre mis vecinos». «Pero señor, si usted reparte la mejor simiente entre sus vecinos, es muy probable que al año siguiente gane el premio al mejor maíz cualquiera de sus vecinos». «Es cierto, joven, es cierto, es probable que al año siguiente gane cualquiera de mis vecinos, pero lo que es seguro es que mi maíz se poliniza con el maíz de mi vecino. Si mi vecino no tiene el mejor maíz, es imposible que yo gane el premio». En la educación de un niño, el premio es el niño. Escuchar, mirar y admirar al niño, y para hacer esto, la familia tiene que trabajar en equipo en sí misma. Pero familia, profesorado e institución educativa tienen que trabajar en equipo. Incluso las propias instituciones, medios de comunicación social, ayuntamientos, animación, actividades complementarias… Tenemos que jugar todos remar hacia el mismo sitio, porque estos chicos están a punto de decir que les estamos tomando el pelo.

40:16
Merche. Hola, Mar, soy Merche, soy maestra de educación infantil, y bueno, más o menos todos los que estamos aquí hemos estudiado con ese sistema tradicional. Hemos aprendido las matemáticas de forma tradicional, las lenguas, todo, ¿no? Incluso las personas que admiramos, las personas que ahora mismo están luchando por que las cosas sean diferentes. Entonces bueno, mi pregunta es: ¿Tan malo es todo lo tradicional? ¿Podemos rescatar algo de todo esto desde donde nosotros hemos aprendido?

41:44
Mar Romera. Las personas. El método no importa. La transformación no es por el saber, es por el ser. No aprendemos lo que se nos enseña. Aprendemos al que amamos, aprendemos al que tenemos enfrente, cuando se convierte en tu referente. Y el referente, que al final es lo importante, es igual en la tradicional que en la alternativa, que en la verde o la amarilla, es decir, me dan igual las metodologías. Me da igual, «Seño», si trabajas con letras redondas, con letras cuadradas o con triangulares. Me da lo mismo si lo haces con tablet, o lo haces con lápiz y papel o carboncillo. El carboncillo sería guay rescatarlo. Me da igual. Lo que necesito es una persona tan amorosa, tan oreja grande, tan ojos que admiran y no solo vigilan, que realmente se convierte en referente de los chicos. Eso sí, es inevitable que no podemos irnos a modelos de transmisión de conocimientos por compensación, porque estos chicos llevan el mundo en el bolsillo. El problema es que son unos inútiles integrales para utilizar ese mundo que llevan en el bolsillo. Y mi obligación es no darles más información, sino entrenarlos para utilizar esa que tienen. Por tanto, no es una cuestión de método, es una cuestión de personas. ¿Qué me cambia a mí? A mí me cambia, como referente, que, siendo estudiante de Magisterio, en primero de Magisterio, por razones de azar, me encuentro con un libro de Francesco Tonucci, Con ojos de niño, y ese libro, a mí, me cambia la vida. Y encontré un referente porque encontré a alguien que me entendía. Que me amaba en la distancia sin conocerme. Como yo me propuse conocerlo, evidentemente lo conocí, Nico, yo me propuse conocerlo, lo conocí, lo conquisté, lo enamoré y ahora somos superbuenos amigos. Porque funciona así. Márcate tu sueño. Pero en la educación tradicional, hay maestros y maestras maravillosos, impresionantes, increíbles, que me los quedo y que me los llevo. Y no pasa nada. Y en la educación innovadora y alternativa, hay patatas fritas que deberían estar haciendo otra cosa. La educación del siglo veintiuno es la educación que se ocupa del ser, no del saber. Y el ser eres tú, tú persona, a la que aprendo. Os aprenden por dentro, «Seño», ámalos de forma incondicional, y quiérelos por quienes son y no por lo que hacen. No te quiero cien gramos más porque tienes notable. No. Te quiero por quien eres, tío, y me tienes triste, triste, pero te quiero. Y me acabo de enfadar a tope, pero te quiero, es lo que hay. Y a quien no le guste ser maestro, y a quien no ame la infancia, y a quien no entienda que esto es mucho más que una profesión, por favor, que lo deje. Por favor, que lo deje. Da igual la metodología.

43:51
Raquel. Hola, Mar. Me llamo Raquel. Soy profe en el colegio Arcadia. Soy también mamá de dos niñas pequeñitas, y bueno, hemos hablado hoy de muchas cosas y… una de las más importantes es que los chavales y chavalas que están hoy en la escuela son nuestro futuro. A mí me ocupa el tema de la convivencia. Me gustaría saber cómo podríamos hacer para mejorar este aspecto y para involucrar a esos chicos y chicas, que sean los verdaderos protagonistas de la convivencia en los coles, para que esto pueda salir también fuera.

44:28
Mar Romera. Vale. ¿Os dais la mano vosotros dos, por favor? Pablo, ¿te pones al lado de ella y le das la mano? Una mano, ¿eh? Y vosotras dos también, ¿sí? ¿Tenéis la mano? Bueno, vosotras dos si queréis también. Una de las… Y vosotros dos, porque estáis así mirándome, podéis daros la mano. Quería buscar parejas por esto. Una de las dos personas de la pareja sois el uno. Decidid quién es el uno y quién es el dos. Era fácil, ¿no? Ya que os habéis dado la mano, sabéis quién es el uno y quién es el dos. Sabéis que estamos grabando esta historia en directo. Tenemos poco tiempo, es por eso que me han dicho «No te pases de esta línea, como siempre, tampoco de esta». Yo estoy siendo buena, pero vosotras y vosotros vais a hacer por favor lo que yo diga, y además lo vais a hacer rapidito. Y además vais a cumplir las instrucciones como yo digo, porque yo soy la que manda, la que tiene el poder aquí. ¿Lo tienes claro, Raquel? Cristalino. Vale, os soltáis la mano ya. Vale. ¿Todo el mundo sabe quién es el uno? ¿Sí? ¡El uno cierra el puño ya! ¡Rápido! ¡El uno cierra el puño y el dos se lo abre ya! ¡Ábrele el puño, rápido! ¡Rápido! El uno cierra el puño muy fuerte. ¡Ya! Y no se deja abrir el puño, y el dos le abre el puño ya, ¡ábrele el puño ya! ¡Ya, rápido! ¡Rápido, ábrele el puño! ¡Vamos! Vale, organización: tenéis la UVI en la puerta. Pararos. Mírale la cara. Mírale la mano. Pero ¿qué has hecho, muchacho? ¿Qué ha pasado, Raquel? Yo mando, yo doy las instrucciones, yo tengo el poder. Yo soy la artista invitada, es lo que hay, mañana no, en casa tampoco, pero aquí sí. Doy las instrucciones y me habéis hecho caso, sois buena gente. ¿El uno qué ha hecho? Cerrar el puño. Yo dije: «Cierra el puño». ¿Qué ha hecho el dos cuando yo he dicho…? Abrírselo. Aquí, si a mí me dijesen: «Haz una selección de lo mejor en educación de todo Madrid, Comunidad de Madrid, aquí está». O sea, os compro y os llevo a casa. Vale. «Cierra el puño». ¿Qué hizo? Cerrarlo. Yo dije: «Abre el puño». ¿Qué hizo el número dos? Tirarse en formato caqui a abrir el puño. ¿Sí? ¿Puedes venir, Pablo, por favor? Es para no salirnos y no marear a estos. Él va a ser mi uno, ¿sí? Él va a ser mi uno. Habéis visto todo el mundo lo que ha pasado, ¿verdad? Yo voy a ser el dos. Pablo, cierra el puño. El dos tiene que abrírselo, ¿sí? Pablo, por favor, ¿puedes abrir la mano? ¿Qué habéis hecho?

47:03
Público. Ríe

47:05
Mar Romera. No, no quieren contar lo que han hecho. Pero… claro. Esas habilidades sociales que pretendemos que ellos tengan… Míralos. Conecta. Y juega al por favor. A los niños hay que mirar para admirar, escuchar, tocar, desde la perspectiva inteligente, que podemos conectar corazón con corazón. Hay que intuir, porque ni ellos ni ellas saben realmente qué piensan y qué sienten, claro que sí, y hay que saborear cada minuto de su existencia como si fuera el último, porque educar a un niño no es llevarte el valor propedéutico para mañana, es aprender de él hoy y disfrutarlo con él hoy. Pero esto no solo queda aquí, porque todo el mundo puede estar pensando: «Sí, hay chicos a los que yo les pido que por favor abran el puño», que es un símil, «y me va a decir…». ¿Vale? Vamos a jugar. Gracias, Pablo. Vamos a jugar. Ahora yo soy Pablo. Ahora yo soy la que tiene el puño cerrado, y ahora quiero que todas las personas que estáis aquí me hagáis abrir el puño. Venga.

48:15
Público. Por favor…

48:16
Mar Romera. ¿Por favor? Je. ¿Tú, a mí, por favor? De qué vas.

48:21
Mujer. Te estás creando más tensión, ¿eh?

48:23
Mar Romera. ¿Y a ti qué te importa cómo estoy?

48:29
Cecilia. A mí una vez me pasó. Que lo abrí, y descubrí un mundo nuevo.

48:32
Mar Romera. Pues para ti el mundo nuevo, porque mi puño está cerrado porque yo lo tengo muy cerrado, con tres Youtubers y un iPad.

49:42
Rocío. Lo llevamos a hacer algo juntos.

49:44
Mar Romera. Ya. ¿Yo, contigo? ¡Que no, tía, que no te lo voy a abrir el puño, que no me importa lo que tú me dices! ¿Pero de qué vas?

49:51
Mujer. ¿Quieres que te ayude?

49:53
Mar Romera. ¿Tú a mí? Pues no tienes tú que comer nada para poder ayudarme a mí. Mi padre te cuarenta mil vueltas. ¿Tú has visto el coche que tiene mi padre? ¿Y tú como maestra qué coche tienes? ¿Tú te crees que yo, contigo, voy a abrir el puño? Ni de broma.

49:06
Cecilia. ¿Y qué quieres para abrir el puño?

40:09
Mar Romera. Nada que tú me puedas dar. Estoy aquí por obligación.

49:15
Cecilia. Igual sí que nos importa.

49:17
Mar Romera. Pues se lo preguntas a tu hijo, a mí no. Este es el problema. Digo yo una cosa: ¿por qué queréis que conteste a las preguntas? ¿Por qué queréis que abra el puño? ¿Por qué nadie se ocupa de mí y me pregunta por qué lo cerré? Solo puedes entrarme si realmente te interesas por mí, no por mi conducta. Si me preguntas por qué lo cerraste. Estoy aquí, contigo, ¿por qué cerraste el puño? Porque probablemente ni yo misma sé por qué lo cerré. Te necesito como anclaje para que me ayudes a entender que eso que tú me dices… Si yo lo sé. Yo no, Mar Romera lo sabe, a la adolescente qué le estás contando. Es que he tenido un momento de bipolaridad, ¿vale?

50:08
Público. Ríe

Mar Romera Inteligencia Emocional contando la fábula del arquero
50:09
Mar Romera. Claro. Pero realmente, ¿qué me estás contando? Es que eso es como cuando una mamá le dice a un ‘nano’ de infantil: «Estudia mucho para tener una buena profesión», pero… has bebido algo, ¿no?, antes de decirle esto al chico. O le dices a un chico de primero de la ESO: «Estudia mucho para subir tu expediente», que además es mentira, ya te lo digo yo, «para subir tu expediente, para que luego puedas entrar a la universidad». ¿Pero qué me estás contando? No funciona así. Estoy a tu lado. Te quiero por quién eres. Y necesito que, juntos, entendamos por qué cerraste el puño. Yo recuerdo cuando trabajaba en un cole, y tenía niños de la comunidad gitana muy interesantes que me enseñaron muchísimo, y recuerdo un día que viene un papá. Un papá, ¿sí? Se me pone enfrente, así. Un papá, un gitano guapo grande, alto, patriarca, que yo decía: «Me da una coca, y me sale una mata de habas pero por encima del Mulacén». Y se me acerca y dice: «Mire, maestra». Esto es andar… Dice: «Mire, maestra, como me «apayes» a mi Jenny, te llevas a mi Jenny». Yo no sé si ustedes entienden esto, pero yo no entendía nada, nada. Claro. Es que yo estaba «apayando» a su Jenny, ¿dónde voy yo a «apayar» a su Jenny? Si Jenny tiene que vivir en un contexto de una cultura gitana, ¿dónde voy yo, chula prepotente, falta de humildad por mi parte, para decir que cambie de…? No, perdona. Yo tengo que permitirme entrar, si ella quiere, para saber por qué cerró el puño. Y yo entendía a aquel señor. Primero pensé que me iba a pegar, y luego ya me di cuenta de que no solucionaba nada «apayando» a la Jenny, sino que lo único que podía hacer era acompañar y permitirle a Jenny que existiera, pero que existiera desde su realidad, porque los cambios no vienen por una imposición, no vienen por una ideología. Vienen por una transformación del mundo interior y del yo interior. Evidentemente, eso es la disciplina, porque fíjense que esa disciplina se va a generar por autoridad y respeto, por presencia real del adulto, y el adulto se convierte en referente cuando es digno de ser referente. Me voy a sentar otra vez, que hablo menos.

52:33
Mar Romera. Hola, Mar, soy Manuel, alumno de cuarto de la ESO.

52:37
Mar Romera. Casi el norte, ya sabes.

52:38
Manuel. Sí. Bueno… Y yo, en mi opinión, creo que siempre nos llevamos mejor con algún profesor o con otro. Tenemos más confianza depositada en alguno, pero lo que yo te quería preguntar es: ¿Cuáles serían los requisitos en tu opinión para que un profesor sea un buen profesor?

52:58
Mar Romera. Casi que me atrevería a decir… Bueno, voy a dividir la pregunta, ¿vale, Manuel? Tú que eres un tío grande, aprende también del que no te gusta, y no te lo pongas como excusa para no aprender. No estoy diciendo que aprendas su materia. Aprende también del que no te gusta. Pero aprende a elegir tu propio referente. ¿Cuál sería, para mí, la habilidad básica de un profe? Escuchar. Saber escuchar, y escuchar sin emitir juicio de valor. Escuchar sin tener la respuesta, porque si escucho con respuesta, ya tengo un juicio. Te lo he explicado muy difícil, pero yo te voy a preguntar: ¿Cuántos son dos más dos? Esta pregunta es fácil, todas las preguntas de la vida. Si a la pregunta «¿Cuántos son dos más dos?», yo ya tengo aquí la respuesta, y la respuesta válida es cuatro, cualquier respuesta que tú me des fuera del cuatro está mal, por tanto, tú no eres tú, sino que te voy a juzgar siempre que me contestes diferente a la respuesta que yo tenía. Esto es un poco complicado, y consiste en saber escuchar sin hacer juicios de valor. Eso sería lo fundamental. Evidentemente, para mí, un profe de verdad debería tener los sentidos muy puestos en su sitio. Mirar con ojos de niño, y mirar con ojos de niño significa mirar a la altura de un niño, no desde arriba. Esto significaría cambiar el paradigma de la diferencia por la de eficiencia. Es decir: ojos de niños, oreja verde, esa del señor maduro que cogió un expreso Soria-Monterde y le dijeron: «Oiga, señor, tiene usted una oreja verde», y dice: «Sí, es para poder oír las cosas que los niños y las niñas tienen que decir». Me hacen falta ojos de niño, Francesco Tonucci, oreja verde, Gianni Rodari, el paladar del mejor de los cocineros para saber saborear cada minuto de escuela como si fuera el último, sin los miedos de «preparar para», sino de vivir el ahora. Vista, oído, gusto, olfato para intuir lo que tú necesitas, y abrazarte a cada minuto que me lo pidas sin pedírmelo. Olfato. Y, por supuesto, tocarte, tacto. Tocar significa permitir la experiencia. Y con estos cinco sentidos superbién desarrollados, que otros llaman vocación, pero yo lo voy a llamar sentido, le pondría dos cositas más, fundamentales. Un sexto sentido que se llama sentido del humor. Necesitamos profesorado capaz de reír y que haga reír. Y, por supuesto, un séptimo sentido que sería mucho sentido común. A partir de aquí, si sabe manejar los dispositivos digitales, bien. Si no, bien también. A partir de aquí, si utiliza letra redonda, bien, y si la utiliza cuadrada, bien. Porque si escucha, sabrá trabajar en equipo. Porque si escucha, respetará a las familias. Porque si escucha, respetará al alumnado. A partir de aquí, necesito profes del ser y no del saber.

56:21
Cecilia. Hola, Mar, soy Cecilia, madre de dos niños y pedagoga. Quería pedirte que nos hablaras un poco de la trascendencia. Es algo que te escuché en Cimca, y me dejó bastante marcada, y me gustaría volverte a escuchar, vamos.

57:11
Mar Romera. A ver… El ser humano, como ser humano, se diferencia de los mamíferos superiores porque puede pensar sus emociones, recordarlas y entender la trascendencia. El mundo emocional, en los mamíferos superiores, es exactamente igual. El perro, el caballo, tienen las mismas emociones que puede tener el ser humano. ¿Cuál es la diferencia? Que las olvidan. Lo que han pensado sobre esa emoción lo olvidan, por decirlo así de una manera supersimbólica. El ser humano no. Y necesita ser educado en la trascendencia. ¿Por qué? Porque, como decía antes, lo que sucede aquí esta tarde nos va a merecer la pena realmente si tiene una repercusión, si hay personas que lo escuchan, personas a las que se les mueven las tripas y lo llevan a otras personas, personas que cambian… Si no, todo el trabajo de este tipo, tremendo por otra parte, no tendría ningún sentido. Es decir, lo que hacemos esta tarde es válido si trasciende. ¿Sí? Y no puede haber educación si no hay trascendencia, porque a los chicos les sucede que no pueden imaginar que sus actos tengan una repercusión mañana. Es por eso que los valores no cuajan. Cuando yo era pequeñita y vivía con mi abuelo, debía tener como cuatro o cinco años aproximadamente, un día me dice: «Vamos a plantar un nogal», y yo me voy con él a plantar un nogal. Un niño plantando un nogal, pues enreda. Mi abuelo allí, cavando para hacer y tal, planta el nogal… Yo lo recuerdo muy chiquitito, pero imagínate qué tiempo hace. Y él me mandó a buscar agua en un cubo para regar el nogal. Me mandó a una acequia, voy, traigo el agua, riego el nogal y me dice: «Ya, vamos, ¿no?». Y yo le pregunto: «¿Y las nueces?».

58:40
Cecilia. Ríe

58:44
Mar Romera. Hombre, claro. Si me has llevado a plantar un nogal, pues ¿y las nueces? Y él me contesta… Esto es alucinante, porque claro, yo esto lo he entendido hace dos días. Y él me lo dijo con cinco años. Y él me dice: «No, no hay nueces». Digo: «Entonces ¿por qué plantamos el nogal?». Dice: «Yo no comeré de estas nueces, porque yo me moriré antes de que el nogal eche nueces. No sé si tú podrás comer de estas nueces. Espero que de estas nueces coman tus hijos». No entendí nada. No entendí nada. Pero eso es trascendencia. Y estos chicos, educados en comida rápida, educados en envases rápidos, educados en todo rápido, todo muy rápido… no hay trascendencia. Entonces tú le dices a estos chicos: «En este mundo de pantomima absoluta… Me tiene muy preocupada Instagram. Me tiene tremendamente preocupada Instagram, y yo no soy de las que dice que el profesorado no os deje los móviles, ¿eh? Me parece absurdo. El móvil tiene que estar encima de la mesa y convertirse en una herramienta de trabajo, pero sí que me preocupa Instagram. ¿Por qué? Porque te dicen: «No, si subo una foto, quince segundos y se desintegra». Como los mensajes del inspector Gadget. ¿Qué trascendencia tiene eso? Ninguno se lo plantea. Es decir, todo es rápido, todo es fugaz, todo se termina, y no se percibe que haya una trascendencia para mañana. La educación es trascendencia, es magnánima, es lo que nos diferencia y nos ayuda a poder tomar decisiones, y la trascendencia hay que meterla dentro de la escuela, y entonces vienen los valores, pero no puede haber valores sin trascendencia. Y tampoco tiene por qué estar la inteligencia trascendental, la inteligencia espiritual, no tiene por qué estar unida a religión. Si tú quieres sí, esta es tu opción, pero no es de obligado cumplimiento el practicar una religión para trabajar la espiritualidad y la trascendentalidad del ser humano, y sin trascendentalidad esto no llega a ningún sitio.

60:45
Cecilia. Gracias

60:46
Mar Romera. A ti

61:47
Mar Romera. Cuentan que había una vez un arquero que se enamoró de la luna. Claro, esto es otra tontería, enamorarte de la luna, «Pero ¿cómo te enamoras de la luna?», le dijeron. «Si es imposible, nunca vas a conseguir la luna. Esto es mucho más que difícil». Y el arquero pensó: «Ya sé que es difícil cambiar el sistema educativo». Perdón, que era… conseguir la luna. El arquero pensó: «Ya sé que es difícil conseguir la luna, pero es que me enamoré de la luna», y cuando uno se enamora… ¿verdad? Es lo que tiene. Estás enamorado, y hay que pelearlo mucho, y entonces pensó: «¿Qué es lo mejor de mí mismo?». Y se dio cuenta de que era arquero, y de que tenía grandes habilidades para lanzar flechas. Y entonces, encontrando esa gran habilidad, pensó: «Pues ya está, cazaré la luna, y cuando cace la luna, será mía». Y entonces, todas las noches disparaba flechas a la luna, y un día se dio cuenta: «Qué bobo soy. Nunca le voy a dar a la luna, y además, si algún día le doy a la luna, se quedará allí, porque no vendrá y no volverá a mis manos». Y entonces volvió a repensar de nuevo y dijo: «Ya sé lo que haré. Pondré cuerdas a las flechas». Entonces ataba las flechas y así las recuperaba también, porque de recursos no andamos muy sobrados, andamos más bien… Pongamos cuerdas a las flechas. Y todas las noches, en luna llena, en cuarto menguante, en cuarto creciente, incluso cuando no se veía, porque él sabía que estaba, disparaba flechas a la luna. No le daba. Volvía a tirar de la cuerda y recogía. Y al día siguiente otra vez. Y al día siguiente otra vez. Y al día siguiente otra vez. Me han contado que aquel arquero enamorado de la luna jamás la cazó, pero me han contado también que se convirtió en el mejor arquero del mundo. Si disparamos flechas a la luna, y lo hacemos juntos, yo no sé si la cazaremos, pero sí sé con seguridad que el mundo que hereden nuestros hijos, nuestros nietos, nuestros bisnietos, será muchísimo mejor que el mundo que hemos heredado nosotros. Así que, para hoy, para las personas que estáis en la sala, y para las que nos pueden escuchar sin estar en la sala, solo os pido que trabajemos en equipo, que vayamos juntos y que juntos lancemos flechas a la luna, porque vamos a cambiar el mundo. Gracias.